Martha Elba Castelán Cuspinera. La mirada del colibrí X

 

Martha Elba Castelán Cuspinera. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; Martha Elba Castelán Cuspinera escribe fragmentos de una historia que, por instantes, la toca muy de cerca. De manera sencilla, pero certera, habla del amor, de la familia y de tristezas que a la larga se transforman en felicidad.

Con la pasión de quienes, a través de la literatura, abrazan al mundo; Martha nos invita a reflexionar. El crecimiento de esas mujeres que han tomado las riendas de su vida, está presente en cada uno de sus textos.

 

La mirada del colibrí X

 

Sintiendo tu presencia en mis brazos, por primera vez: batallé con el hecho de mostrarme responsable, o cómplice con el poder y deber de maleducarte. ¡Eras el bebé más hermoso del mundo!

El privilegio de ser abuela es la gran oportunidad de enmendar los errores que cometimos con los hijos.

Nariz pequeña y perfecta, ojos azul-acero, tez blanca, cabello claro… mi nieto Cócono, portaba la elegancia del abuelo y, efectivamente, conforme iba creciendo, se parecía cada día más.

¿Cómo es posible que la vida no me haya regalado abuelas? Hubiéramos disfrutado mucho, la una de la otra. Recordaría sus cuentos, o el hecho de que me enseñara a cocinar o a tejer. Hubiéramos tomado té, juntas y sabría cómo es dormir plácidamente en el regazo de una abuela.

 

Es maravilloso experimentar la oportunidad de ser abuela: un título que se gana, en cuatro patas, jugando a las escondidillas, corriendo carritos en autopistas, dejándote vencer… También, a la hora de hacer galletas de nata (receta de la bisabuela), con moldes de figuras o al brincar en las camas, entablando una guerra de almohadas…

Me convertí en esa abuela que, por puro antojo, puede organizar una fiesta con todo y piñata; o disfrazar a la familia como piratas –la noche de Halloween- y hacerte buscar regalos, siguiendo las instrucciones en el mapa del tesoro.

 

¿Recuerdas, mi querido Cócono, cuánto disfrutabas en tu bañera llena de juguetes? o ¿cómo te enseñé a aventar las pelotas, desde tu alberca de pelotas? El cuarto quedaba como campo minado. ¿Y, qué tal, cuando se te ocurrió aventarlas por la escalera? ¿O cuando convertimos la casa en el videojuego de Mario Bros y encarnamos a sus personajes? Era impresionante cómo estuvimos chocando con las monedas que colgué, durante toda la semana que jugamos.

Contarte cuentos era todo un reto. Aún no leías y me las arreglaba para actuar historias divertidas. Es imposible olvidar tu carita cuando cantaba “Hakuna Matata”: bailabas con la energía de un adolescente.

 

Al parecer, traías un chip automático, de alta tecnología, que nunca se apagó. Tus carcajadas resonaban como la melodía más sublime. Eras la alegría en pleno.

 

Fue un honor sentarme en tu mesita y convertirme en maestra. Ver esos primeros trazos, poner correctamente tus pequeños dedos en las tijeras y enseñarte a recortar. ¿Qué tal cuando hicimos juntos aquella tarjeta del día de las madres? Recortaste un dibujo donde estaba tu hermana bañándose, pegaste a mamá, a papá y a un niñito que te representaba. Entre flores y animales, escribiste –con mi ayuda– “MAMÁ”. Estoy segura que fue el mejor regalo de tu mami, pues no dejaba de llorar emocionada.

Hemos construido, juntos, grandes momentos… No sé hasta qué etapa de la vida podré acompañarte, pero siempre guiaré tus pasos y le pediré al cielo que llene de luz, con mi amor, cada uno de tus días.

CONTINUARÁ