Mariana Rosas Martínez (Juan Rodríguez Clara, Veracruz, México)
Lic. en Ciencias Sociales, docente en nivel secundaria, promotora cultural y gastrónoma. Su pasión, las letras. Ha sido publicada en la revista Alterna; periódico La Crónica de Tierra Blanca y en la sección cultural del periódico Imagen, de circulación estatal, así como otros medios impresos. Colaboradora en radio en la cadena Radiorama en los programas Confesiones entre mujeres y Noches bohemias. Ha participado en encuentros de escritores nacionales e internacionales; Mujeres que reverdecen con la palabra, Erotismo en voces femeninas. En el 2012 presenta su poemario El Amor después del holoclaustro, poesía erótica. Por la editorial independiente odisea cultural. Pertenece al colectivo Mujeres en el arte de Tierra Blanca, Ver.
Gaia
Navego tus mares
recorro tus valles,
intricado
cuerpo voluptuoso
que ofreces fragante al mejor postor;
muestras al asno tus mieles y
das al sediento de tu esencia;
¡vida y muerte!
Te mancillan mis manos, te pisoteo.
Lacero tu cuerpo aun cuando duermes,
en tu agonía resurges altiva y resuelta.
Tu aliento candente
me llega evocando tus entrañas.
Recuerdos de otras vidas;
surgen airosos en el tiempo.
Tu virginal pureza te acompaña.
Desnuda te ofreces renovada,
brotes nuevos en tu vientre preñado en primavera.
En los vórtices de tu existencia ofreces la virginidad de tus tesoros
antes de mí; otros te han amado
Yo soy tuya; tú de todos y de nadie,
Mis ojos, testigos de tu cólera te miran suplicantes
altiva te muestras entonces, me recuerdas que vengo de ti:
nacida de tus entrañas, me has ofrecido el negro de tu sangre
la pureza cristalina de tu cuerpo, saciando mi sed.
Quiero descansar en ti para pertenecerte
madre, madre Tierra.
Me entreteje tu mirada, ¡siempre altiva!
Mientras mis ojos,
se deslizan por tu cuerpo,
soy yo quien ya no quiere amarte,
soy quien desnuda tus ojos,
mientras que el tiempo se hace agua,
se desliza por mis manos y se pierde sin futuro.
Altiva, orgullosa, siempre tú.
Juegas con mis manos, con mi cuerpo.
Te vuelves agua entre ellas,
viento entre mis cabellos,
susurro a mis oídos,
grito desesperado y en espera de tus ojos,
siempre eternos, trasnochados, desvelados,
inquietos; quienes son ráfaga de fuego,
mi refugio eterno, son tus ojos
quienes me pierden,
entretejiendo mis sentidos
tú siempre altiva, orgullosa ¡siempre tú!