María de los Ángeles González Ruiz. Estudió Licenciatura en Derecho en la UCC (Universidad Cristóbal Colón), en Veracruz. Ha tomado diferentes cursos y diplomados de Historia de México e Historia Universal. También ha participado en clubes y círculos de lectura.
Desde pequeña disfruta el deporte, en especial la carrera y las actividades acuáticas. Obtuvo certificaciones en Buceo Avanzado por parte de FMAS (Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas), PADI (Professional Association of Diving Instructors) y SSI (Scuba Schools International). La Generalitat de Cataluña le otorgó el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo. Además, tomó un curso de Introducción a la Arqueología Submarina por NAS (Nautical Archaeology Society — México).
Actualmente se adentra al mundo de la literatura en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández.
Verónica
Ya no es necesario que suene el despertador a las 5:00 de la mañana de martes a domingo.
Después de veinticinco años, automáticamente, abres los ojos dos minutos antes; con el tiempo justo para tomar un café, preparar tu almuerzo y estar puntual en el club a las 6.30.
Desde tu puesto en la caseta de entrada, vas registrando las llegadas y saludas, sonriendo, a cada uno de los socios. Conoces a todos por su nombre. Has visto familias enteras crecer: bebés que llegaron en brazos de sus madres, se convirtieron en atléticos jóvenes universitarios, profesionistas y, algunos de ellos, hasta son papás.
—¡Buenos días, Vero! —así, cariñosamente, te llaman.
“¡Hola, chicos! Suerte en su torneo. / Buenos días, Señor Martínez, lo espera el profesor Alejandro en la cancha 2. / Señora Amalia: ¡qué bueno que viene a nadar!, el agua está calientita”.
Todos, o la mayoría de los socios, aprecian la amabilidad y calidez conque los recibes. No imaginan cómo ocultas la amargura de tu corazón tras una máscara y al salir del club te regresa la tristeza al rostro. No saben que, en el trayecto del autobús, vas deseando que Luis ya esté inconsciente por el exceso de whisky.
—¡Es tu culpa! —grita si le dices que, ya, deje de beber—. Tú eres la culpable, por no haberme dado un hijo.
Solo si se ahogó en el alcohol y perdió el conocimiento, puedes evadir sus reclamos o agresiones. Y te vas a dormir, para despertar antes que él y volver a tu refugio en el trabajo.
Al principio lo querías y complacías en todo, creyéndote responsable. Luego, entendiste que no era “error” tuyo y, probablemente, él podía ser infértil. Tus ruegos para que acudiera a un médico fueron en vano. ¡Nunca lo aceptaría! Su forma de beber aumentó, en paralelo al maltrato físico y psicológico. Pese a los consejos, ruegos y regaños de tus padres, resolviste no dejarlo por temor a las invariables amenazas. La “familia del club” —como los llamas, porque así los consideras—, ha sido un verdadero refugio.
Hoy, sin embargo, no has dejado de pensar en la amarga noche que te hizo pasar ayer; sumada a las tristes noches de los últimos quince años a su lado. Por eso hoy, al terminar tu última jornada de trabajo en el club, verás pasar de largo el autobús que siempre te lleva de regreso a casa y tomarás el siguiente: … a lo desconocido.