María de los Ángeles González Ruiz. La casa de playa

 

María de los Ángeles González Ruiz. Estudió Licenciatura en Derecho en la UCC (Universidad Cristóbal Colón), en Veracruz. Ha tomado diferentes cursos y diplomados de Historia de México e Historia Universal. También ha participado en clubes y círculos de lectura.

Desde pequeña disfruta el deporte, en especial la carrera y las actividades acuáticas. Obtuvo certificaciones en Buceo Avanzado por parte de FMAS (Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas), PADI (Professional Association of Diving Instructors) y SSI (Scuba Schools International). La Generalitat de Cataluña le otorgó el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo. Además, tomó un curso de Introducción a la Arqueología Submarina por NAS (Nautical Archaeology Society ­— México).

Actualmente se adentra al mundo de la literatura en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández.

 

La casa de playa

Julia dormitaba bajo los efectos de la morfina. Tenía 65 años y estaba desahuciada a causa de una leucemia mieloide aguda, diagnosticada unos meses atrás. Luego de agotadoras semanas en el hospital, habíamos decidido, junto a los médicos, traerla a casa para consentirla en familia: brindándole los cuidados paliativos adecuados.

Era mi única hermana y me separaba de ella lo menos posible, pero ese día, a ratos, navegaba en el muro de Facebook cuando, de repente, me llamó la atención un anuncio:

SE RENTA CASA DE VERANO EN ISLA MUJERES

CUENTA CON 4 HABITACIONES, SALÓN DE JUEGOS,

ALBERCA, CHAPOTEADERO Y PLAYA PRIVADA

Informes al 2435465768

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Julia era una enamorada del sol y el mar. Recientemente, había soñado que volvía a la playa, una vez más. Y mostrándole el celular, aprovechando que acababa de despertar lúcida, le dije:

—Mira hermana… ¿Qué tal si nos vamos este fin de semana?

Pude verla llena de esperanza, paseando a la orilla del mar junto a mi cuñado Felipe: el amor de su vida.

—¡Métete a la alberca, mamá! —gritaba Alberto.

—¡Ven junto a tus adorados nietos, mamá! –la animaba Ana.

Disfrutando atardeceres espectaculares, comíamos, entre risas y juegos, en la enorme mesa de la terraza. Julia estaba bronceada, radiante, feliz… Viendo el anuncio, quizás, ella también voló a ese lugar maravilloso que ya no podría conocer.