María de los Ángeles González Ruiz. El TOC de Rosario

María de los Ángeles González Ruiz. Estudió Licenciatura en Derecho en la UCC (Universidad Cristóbal Colón), en Veracruz. Ha tomado diferentes cursos y diplomados de Historia de México e Historia Universal. También ha participado en clubes y círculos de lectura.

Desde pequeña disfruta el deporte, en especial la carrera y las actividades acuáticas. Obtuvo certificaciones en Buceo Avanzado por parte de FMAS (Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas), PADI (Professional Association of Diving Instructors) y SSI (Scuba Schools International). La Generalitat de Cataluña le otorgó el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo. Además, tomó un curso de Introducción a la Arqueología Submarina por NAS (Nautical Archaeology Society ¬— México).

Actualmente se adentra al mundo de la literatura en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández.

 

El TOC de Rosario

 

Al entrar al departamento, aquella tarde, Rosario vio la puerta de su recámara abierta y de inmediato sintió que algo anormal sucedía. Entonces, regresó al pasillo del edificio y fue a pedirle ayuda al vecino:

—Miguel, estoy muy nerviosa… Creo que alguien entró a mi casa. Siempre cierro la puerta de mi recámara y está abierta. ¡Yo la dejé cerrada! ¡Estoy segura!

Miguel era un hombre serio, educado y aunque, la verdad, no fueran amigos, siempre se mostraba amable y en exceso acomedido con ella. Además, él era policía y eso también le daba mucha seguridad y confianza a Rosario.

—¡Voy contigo! —dijo mientras tomaba su pistola.

La hizo esperar afuera del departamento y entró a revisarlo.

—¡Ven, puedes pasar, todo está en orden! —admitió luego de unos minutos que a Rosario se le hicieron horas. Y para tranquilizarla recorrió nuevamente con ella la cocina, la sala, el comedor, el estudio, los baños y su recámara.

Miguel y la mayoría de las personas “normales”, hubieran considerado que todo estaba en orden; pero a Rosario, que padecía trastorno obsesivo compulsivo y era en extremo meticulosa, le saltó al instante el hecho de que uno de los cajones de ropa no estaba completamente cerrado. Prefirió callar, queriendo convencerse de su propio descuido. “Tengo que superar esta maldita obsesión por el orden”: se dijo y acompañó al vecino a la puerta.

—¡Gracias por hacerme el favor de revisar el depa! Yo me hubiera vuelto loca de miedo.

—¡Nada que agradecer, puedes contar conmigo en cualquier momento! —contestó Miguel, dándole un abrazo protector.

Ya sola, Rosario continuaba intranquila; así que, para distraerse y olvidar el episodio, se puso a preparar un panqué. Dos horas más tarde, con el pan recién horneado, estaba nuevamente frente al departamento de Miguel. Al tocar, la puerta se abrió con el contacto de su mano.

—¿Miguel…? —solo cruzó el umbral y soltó de golpe el delicioso postre que, junto a los vidrios del plato, se desperdigó por el suelo. Miguel, sonriendo maliciosamente, como hipnotizado, jugueteaba con unos calzones negros de encaje: los favoritos de Rosario.