Margarita Retolaza Vives. Licenciada en Pedagogía. Trabajó como orientadora vocacional y profesional. Impartió diferentes materias en Secundaria, Bachillerato y Universidad. Fue consultor de empresas para GIT y actualmente cursa el Taller de Escritura Creativa Miró, explorando el universo de la literatura.
El Loco y la pordiosera
Tu nombre es Ana. Sueles vivir en la calle y, solo a veces, dependiendo de lo que encuentras en los basureros, te quedas en algún albergue para comer. El lecho no es lo importante y para nada te gusta vivir de la caridad.
Generalmente, pasas las noches en la Plazuela de la Campana: uno de los puntos turísticos en el centro de Veracruz y repites, constantemente, lo que sientes:
—No pertenezco a este mundo —al de las calles, te refieres—. Espero regresar pronto a mi verdadero estilo de vida —dices y aunque no extrañas a tu familia, tampoco te gustaría que te vieran así.
A Perico, el loco que vagabundea por las mismas calles, también le gusta pernoctar en la Plazuela de la Campana. Su comportamiento depende del clima: si llueve o hay viento, se pone violento. Si el clima está cálido, se porta amigable. Y esta cálida noche te ha visto rebuscando entre los desperdicios de los bares y restaurantes, en la Plazuela.
—Vieja pordiosera, deja de estar hurgando en los basureros —grita—. ¡Mejor, devuélveme lo que me robaste!
—Loco asqueroso: ¡deja de seguirme! ¡Yo no te he robado nada!
—Te seguiré y perseguiré por todas las calles, callejones y plazuelas del Puerto, hasta que recupere mis joyas.
—¿Cuáles joyas, si tú no tienes ni dónde caerte muerto?
—Yo vi cuando me las robaste —asegura, sujetándote del brazo—. Estaba durmiendo en aquella banca de la Plazuela —señala—. Te acercaste y, con sigilo, metiste tus manos sucias dentro de mi saco.
—¡Nunca! —chillas, soltándote de sus garras—. ¡Nunca me he acercado a ti! Me das miedo y detesto tus cambios de humor.
—Pues, entonces: ¡dámelas! —exige el loco tomándote, ahora, de los hombros.
—¡Qué no las tengo! —te zafas, otra vez, y pones fin a la absurda pelea marchándote.
Al día siguiente, en tu regazo, encontrarás cientos de envolturas de chocolates: de los finos, de los que vienen en papel brillante. Hincado junto a ti, Perico el loco, mirándote con profundo amor, dirá:
—Vieja tonta, ¿ya viste? ¡No las tenías tú! Olvidé que había escondido las joyas en las baldosas del centro de la fuente —sonreirá, luciendo los pocos dientes que le quedan—. Las he guardado para hacerte un collar y pedirte en matrimonio.
Sacudiéndote las envolturas, saldrás corriendo y Perico no entenderá por qué…
—¡Con su merced, ni a la gloria! —gritarás. ¡Todos lo escucharemos!