Marcela Guadalupe Anaya Mares. El robo

 

Marcela Guadalupe Anaya Mares. Con la facilidad de quienes no necesitan batallar para inventarse historias, Marcela Guadalupe Anaya Mares refleja en sus textos la vida y los sueños que la habitan. Con espontánea sencillez y valiéndose de las herramientas que proporciona la literatura, nos invita a reflexionar en torno a temas contemporáneos.

Marcela, es licenciada en Psicología Industrial y, aprovechando la experiencia de su profesión, ha decidido explorar el mundo del arte de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández. Desde el Taller de Escritura Creativa Miró, gana la técnica y la habilidad para crear.

 

El robo

 

¡Montseee!  –gritó mamá enojada, desde el balcón–. Ya vete al supermercado que al rato voy a cocinar. Toma dinero suficiente para la lista que te dejé sobre la mesa. Agarra la camioneta, pero no tardes que ya te conozco cómo eres de chacharachera.

-¡Sí, mamá! ¡Prometo no tardar!

Pero al llegar a Walmart vi a un señor de camisa amarilla, algo arrugada, observando a la gente que entraba, con sospechosas intenciones. Y como soy medio metiche o mi frustración es no haber sido policía, me olvidé de las compras y comencé a vigilarlo.

 

En el cajero de Inbursa, estaba una señora sacando gran cantidad de dinero. El tipo la asechaba y noté que le hizo señas a otra mujer. “Su cómplice” –pensé.

La víctima se acomodó la bolsa protegiéndola con su brazo y entró al área de abarrotes.

Tenía ya varios artículos en el carrito. Al dirigirse al pasillo de los lácteos, un muchacho joven le chocó fuertemente con su carro y, sin ni siquiera pedir perdón, siguió de largo. Al maniobrar para no caer, por el impacto, descuidó la bolsa. La mujer que fue alertada frente al cajero, apareció de la nada para ayudarla y con gran habilidad, metió la mano en sus pertenencias y le robó el monedero.

Yo me quedé un poco en shock y justo en el momento en que intenté alertar a un guardia de seguridad, el hombre de la camisa amarilla se interpuso mostrándome una pistola.

 

¡Casi corro! ¡Se trataba de una banda criminal y tuve miedo! Rápidamente agarré lo que mi mami necesitaba y me dirigí a las cajas para pagar.

Allí encontré a la señora, llorando, desconsolada. Acababa de recibir notificaciones de cargos a sus tarjetas. El celular no paraba de sonar. Escuché cuando llamó a su marido pidiéndole que cancelara las cuentas de crédito.

 

Sin lugar a dudas, los ladrones andaban gastándose todo. Y, tristemente, yo tuve que callar porque la delincuencia no perdona y si, por entrometida, demoraba más, corría el riesgo de convertirme en víctima de mi madre: que encabronada podía ser peor que un grupo de violentos criminales.