“Los de Abajo” su vigencia al paso del tiempo

Por Atilio Alberto  Peralta Merino

Oscar González Azuela tuvo la gentileza en fechas recientes de compartir con un grupo de amigos sus reflexiones sobre “Los de Abajo” y su vigencia en los tiempos actuales; a partir de la publicación por entregas en “El Paso, Texas” de la Novela de Mariano Azuela, la narrativa literaria, y fílmica del país centra en la “toma de Zacatecas” el hecho señero de la cruenta guerra civil que se desató con motivo de la “Revolución Mexicana”.

A la novedosa técnica de artillería desplegada por Felipe Ángeles en la ocasión, habría que sumar los posteriores “Combates de Celaya” en los que la División del Noreste experimentó la “Guerra de Trincheras”, así como el previo empleo de la aviación en la ofensiva ordenada por el mismo Álvaro Obregón en la Bahía de Topolobampo; hechos de armas que , en conjunto haces de la gesta vivida por nuestros ancestros hace poco más de un siglo, el campo de experimentación de lo que sería “La Gran Guerra” desatada en 1914 tras el atentado del aspirante al trono del Imperio Austrohúngaro en Sarajevo.

No obstante, la crónica que circuló en todo el mundo gracias a Jack Reed, fue la concerniente a la “toma de Torreón por Villa” y no a la batalla de Zacatecas, a grado tal que, incluso a su trascendencia militar, muy probablemente de no haber sido por el relato plasmado en “Los de Abajo”, no habríamos accedido como sociedad en el plano del imaginario colectivo a su enorme relevancia histórica.

A partir del relato de Azuela, la literatura y el cine, han dejado en muy segundo término la “toma de Torreón”, aun cuando la crónica plasmada en “México Insurgente” es, a no dudarse, el primer contacto que todo estudioso extranjero tiene con aquellos momentos de la vida de México.
De entre las imágenes que acompañaron la exposición de González Azuela, me llamó poderosamente la atención una fotografía que corresponde a la puesta en escena en el “Teatro de Ulises” de la versión teatralizada de “Los de Abajo”, surgiendo la duda de si el propio Mariano Azuela hubiese hecho la adaptación correspondiente o ésta corriera a cargo de alguna otra pluma, la de la misma Antonieta Rivas Mercado acaso, duda que, en lo personal me mueven a no pocas consideraciones.

La parte final de la novela, destacada por Oscar González en su exposición, es de enorme relevancia, en ella, el protagonista; Demetrio Macías, una vez que ha regresado a su hogar, responde ante un requerimiento de su esposa arrojando una piedra al vacío haciéndole ver que al igual que la piedra arrojada no puede detenerse en su desplome, él ya tampoco puede dar marcha atrás al destino personal que las vicisitudes de la política y de la guerra le envuelven aun cuando escapen por completo a su comprensión; regresa a incorporarse a las filas villistas o lo que de ellas quede tras la brutal derrota en Celaya ante Obregón, y encuentra la muerte al ser emboscado en los bajos del cañón de Juchipila en los que, precisamente, el propio Demetrio Macías iniciara su acción insurgente emboscando a tropas federales.

Un pasaje en el que la fuerza dramática reviste los acentos de la tragedia en su máxima expresión, digno incluso de figurar como referencia en la “Poética” de Aristóteles, o el “El Origen de la Tragedia” de Niestzsche o “La Muerte de la Tragedia” de Georg Stein; no obstante, suprimido, de manera inexplicable ante los cánones de las artes escénicas tanto de la cinta de “Chano Ureuta” de 1940, como en la de Servando Gonzáles de 1978, la cual me parece su mejor y más acabada representación, pese al halo legendario que envuelve a la cinta de Feliciano Ureuta que cuenta incluso con la música compuesta por Silvestre Revueltas para la banda sonora de aquella.

La crónica de Jack Reed comparte por lo demás una situación equivalente, “México Insurgente” culmina con la representación de una pastorela y el comentario vertido por el cronista en el que expresa que le fue dado presenciar una representación del teatro preisabelino anterior a Shakespeare, que, a su dicho, ha quedado “congelado en el tiempo en las montañas de México”; no obstante, lo anterior, un episodio que convoca a ser representado, ha sido omitido por completo en la pantalla grande.

La representación de una pastorela que bien pudo ser omitida por Paul Leduc dado el tono de crónica periodística con el que realizó la filmación protagonizada por Claudio Obregón, e incluso también por la monumental versión de Sergéi Bondarchuk con la actuación estelar de Franco Nero; pero del todo imperdonable en la emotiva, nostálgica y conmovedora cinta en la que Warren Beaty, Diane Keaton y Jack Nicholson, recrean el triangulo amoroso que la escritora Louise Bryant sostuviera con Jack Reed y con Eugene O’Neil, éste último, nada más y nada menos que una de las figuras cumbres en la dramaturgia de todos los tiempo y no sólo de los Estados Unidos, y quién, seguramente, habría quedado conmovido con el tramo final de “México Insurgente”.

Más allá de la historia y la narrativa, las referencias y reflexiones que Oscar González Azuela compartiera al aludir al destino inexorable que lleva a Demetrio Macías a la muerte sin alcanzar a comprender el significado de sus pasos, nos mueven a lo que nos ha movido el teatro y con él toda representación escénica desde los días en que la cabra sacrificada moviera a Frínico a representar en un espejo, el dolor del universo y el destino de los hombres.

 

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