Lilian S. Lozano. Nació el 27 de abril de 1969 y es orgullosamente norteña. Además de su Licenciatura en Educación, se certificó como Coach Ejecutivo Estratégico y tiene múltiples diplomados: Responsabilidad Social Empresarial, Historia Universal y de Mesoamérica, Historia del Arte y de las Religiones. También ha incursionado en la práctica de la meditación y la atención plena.
Lilian es inquieta, deportista, trotamundos y filántropa que colabora con organizaciones de la sociedad civil. Funge como consejera honoraria de diferentes consejos empresariales y de varias ONG, para hacer de este mundo un mejor lugar.
Actualmente cursa la maestría en desarrollo humano y descubriendo nuevas habilidades, explora el universo de la literatura en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández.
Recrear la ficción, basándose en hechos de la vida real, es la esencia de la narrativa contemporánea y Lilian S. Lozano lo sabe.
Una historia de amor
La primera en subir al tren fue la tabla de surf, novia eterna del mar. Siempre lideró entre las olas y esta vez no sería una excepción. La sirena, el cangrejo, los caracoles y las estrellas de mar, abordaron luego; pero el espíritu del agua aún no tomaba la decisión: ¿subir o quedarse? Jamás le preocupaban el tiempo, la forma, la materia; ni nada que fuera de este mundo. Y mientras titubeaba, el tren comenzó la chaca chaca, partiendo, sin el especial pasajero que debió subir a primera clase.
Los viajeros, encantados, ansiaban llegar al destino que conocían, pero nadie recordaba.
-¡Qué chistosa te ves ahí, sentada junto a la ventana –le dijo el cangrejo a la sirena, que tomaba una taza de café.
Ella sonrió y le hizo una seña, para que se acomodara en el asiento de enfrente. Así, fueron planeando el futuro.
Mientras los caracoles hacían, lentamente, el recorrido para encontrar su vagón; la tabla de surf iba dando recomendaciones a todos:
-No se muevan de sus lugares y el viaje resultará más placentero –aseguraba. Luego, ocupó toda una fila de asientos y, recostándose, quedó profundamente dormida; soñando con las grandes olas que le esperaban adelante.
El vagón más divertido, era el de las estrellas de mar, que pusieron música a todo volumen y se pegaron a las ventanas a tomar el sol. La emoción y las fantasías sobre el próximo destino podía percibirse en cada coche. El tiempo transcurría presuroso y justo en el instante en que la velocidad del tren empezó a disminuir, escucharon decir al maquinista:
-¡Hemos llegado!
Huir de un mar sucio, totalmente agotado y triste: urgía. Vivir así, era un verdadero martirio. Por eso habían emprendido el éxodo.
“Cuando las puertas se abrieron, todos contuvimos el aliento” –diría la tabla de surf, recordando la decepción del momento.
Otro fatal escenario los esperaba y, una vez más, los seres humanos -llamados inhumanos, por los tripulantes del tren- eran los culpables. Agotaron hasta la última gota de agua y convirtieron el lugar en un desierto donde, entre granos de sal, reposaban fósiles marinos.
-¡Tendré que continuar viuda! –murmuró la tabla de surf recordando a su mar muerto.
En medio de los lamentos y la incertidumbre, aquel pasajero que nunca subió al tren, previendo la realidad que se avecinaba, los saludó desde el cielo.
El espíritu del agua se había convertido en nube y, con la lluvia, les dio la bienvenida.
Pronto fue creciendo un mar virgen que aceptó gustoso a los nuevos habitantes. ¡Estaban felices! La tabla de surf, finalmente, sonreía admirando la belleza de su futuro enamorado.