José Antonio López Sosa
El autor de esta columna estudió en la UNAM, sí, fui a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales –igual que el presidente López Obrador– y gracias a esta gran institución, pude entender un poco mejor al mundo y tener una profesión que me da de comer hasta el día de hoy.
La Universidad Nacional Autónoma de México es caleidoscopio de pensamientos, posturas, ideologías, críticas y opiniones. Recuerdo en mis tiempos de estudiante, a los colectivos de izquierda radical por un lado y por otro, las agrupaciones de estudiantes panistas volcados a la derecha y en aquel entonces, férreos seguidores de Castillo Peraza y sus movimientos de Acción Juvenil. En lo personal siempre estuve entre la izquierda moderada y formé parte de los primeros colectivos que iniciaron la junta del año 1999 cuando intentaron subirnos las cuotas. La UNAM es y ha sido fuente de pensamiento crítico, de pluralidad y sobre todo de tolerancia.
No faltan las críticas de quienes nunca han pertenecido y piensan (y hasta aseguran) que se trata de una institución demasiado relajada e incluso que sus alumnos no salen bien preparados. Esas críticas se leen y escuchan a diario, pero no tienen mayor relevancia que la ignorancia de quien las emite.
Resulta fuera de proporción la crítica emitida por el presidente López Obrador contra la que fue su alma mater también, no solo proque se trata de donde estudió sino porque en el fondo, la ira del presidente radica en que no se le aplauden todas sus decisiones y, tampoco hay un respaldo irrestricto a su cuarta transformación.
La Universidad no es un pabellón de aplausos, tampoco es un sitio de militancia partidista donde se le de respaldo a algún presidente en turno, aún cuando su lemas sean demagogos y supuestamente cercanos al pueblo.
La Universidad no es el partido político del presidente, no es una extensión de sus nucleos políticos y por su propio bien, jamás será el respaldo de algún movimiento político.
Lo mismo vi debatir a Vicente Fox en 1996 con estudiantes en medio de su presencia en la explanada de la Facultad, que a Porfirio Muñoz Ledo cuando fue a explicar por qué quería ser jefe de gobierno de la Ciudad de México en 1998. Nunca ha sido como institución educativa un lugar de aplausos para los políticos, y así está bien.
La crítica del presidente no denota más que la incapacidad de coexistir con quien piensa distinto, ese mensaje de «la Universidad debo ser yo» y si no la insulto, resulta propia del pensamiento corto, conservador e iracundo del presidente en turno.
A López Obrador le quedan tres años de presidente, a la UNAM le quedan décadas por seguir formando mexicanos y muchos años para ser defendida por quienes orgullosamente nos formamos ahí en el ámbito personal y profesional.