Por: Atilio Alberto Peralta Merino
El fenómeno de la denominada “cultura juvenil” irrumpió una vez concluidas las hostilidades militares en la península de Corea a fines de los años cincuenta con figuras como Elvis Presley, Marlon Brando y James Dean; constituía un fenómeno aun reciente, cuando a fines de la década siguiente Alvin Toffler escribió su libro: “El Shock del Futuro”, publicado en el año 1970.
Hace ya más de medio siglo, Toffler lanzaba una interrogante, que, al paso del tiempo adquiere una enorme dimensión perturbadora: “cuando la presente generación envejezca ¿cómo será su concepción de la vida?”
La presidencia de Ronald Reagan impulsó la denominada “Revolución Conservadora”, iniciando la sustitución del aparato estado por esquemas gerenciales , se promovió entonces como supuesta novedad las añejas, anquilosadas y fracasadas recetas económicas emblematizadas por la “Reina Victoria” ; la “Revolución Conservadora” por su parte, generó una cultura zafia e infantiloide que mediante la debida difusión ofreció al público la ilusión de vivir el acceso sempiterno a un mundo en el que todos serían : “jóvenes, ricos y desenfrenados”, como dijera en novelista Francis Scott Fitzgerald.
En nuestra país, la expresión emblemática por excelencia de dicha cultura no fue otra más que “La Banda Timbiriche”, dotada a lo largo de una historia que se aproxima a su carta década de un trasfondo escabroso, tal y como el escándalo deja hoy de manifiesto, sepultando consigo una era negra e ignominiosa, la era de la estupidez supina; cultura carente de toda dimensión política , transformada en mera industria del espectáculo derivada en trata sexual y prácticas de pederastia tal y como en los días que corren a quedado más que de manifiesto.
Entre las acusaciones de lubricas intentonas incestuosas por parte de Enrique Guzmán respecto a su nieta Frida Sofía, las confesiones homicidas del prócer Palazuelos, amigo, por cierto de las parrandas ochenteras de Enrique de la Madrid, y los recientes acordes de la “Banda Timbiriche”, puede muy bien avizorarse, con o sin procedimientos judiciales de por medio, la reducción del valor bursátil de los títulos accionarios de TELEVISA, con todo y su anunciada fusión con UNIVISIÓN.
Adicionalmente a los profundos cambios en el escenario político que contemplamos en el mundo entero, y del desplome del paradigma económico entronizado en la era de Reagan tal como lo ha dejado de manifiesto en su más reciente artículo Joseph Stiglitz; vivimos un cambio tecnológico que pone en entredicho la otrora inconmovible credibilidad de los consorcios de comunicación.
La Barra de comentaristas editoriales de TELEVISA, se volcó en defensa de la «Casa Hogar» de “ Mamá Rosa” cuando salió a la luz pública su sórdido desenvolvimiento, sólo faltó en la ocasión, que Luis de Llano hubiese hecho una telenovela musical al respecto que bien pudo haber tenido por título «Confidente de Secundaria»; después de todo, la empresa realizó un montaje televisivo transmitiendo la supuesta detención de Florance Cassez; episodio descrito de manera por demás magistral por Jorge Volpi en “Una Novela Criminal” ; y produjo también una serie denominada “El Equipo”, en la que era loada la actuación de Genaro García Luna, a la sazón Secretario de Seguridad y sujeto a la fecha al procedimiento criminal que el Juez Cogan de la Corte de Distrito sur de Nueva York, lleva en su contra acusado de conspiración para el trasiego de cocaína en los Estados Unidos.
Los intereses tejidos en torno a los referidos consorcios excedieron los más inimaginables límites y ya nos les fue factible escudarse con la bandera de ser “Los Guardianes de la Libertad”, como dijera Noam Chomsky , por lo demás, muy difícilmente puede seguirse sosteniendo la imagen de Andrea Legarreta como “la nena” “pretty ”, feliz y bobalicona, dado el simple hecho de los años 80 hasta el momento, han transcurrido cerca de cuarenta años.
Por su parte, resulta evidente que Luis de Llano tan sólo quiere bailar “Rock and Roll”, sin que por ello sea un rebelde sin causa y tampoco un desenfrenado, sino un hombre de enorme poder en el seno de un consorcio de comunicación, cuyo peso en la conformación del gusto y la opinión de nuestra sociedad tuvo durante muchos años una relevancia mucho mayor al que pudiera corresponder a sus balances contables y estados financieras, por cierto, con resultados muy maltrechos en los días que corren; la presencia de dicho personaje ante las cámaras televisivas, por su parte, siempre alegre y jovial, parece ofrecernos una peculiar respuesta a la interrogante que Alvin Toffler formulara hace más de medio siglo en su libro.
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