El video le ha dado la vuelta al mundo: un asaltante poco avispado se sube a un colectivo que circulaba en la carretera México-Texcoco y exige a los pasajeros que le entreguen sus pertenencias. El asunto, sin embargo, sale mal: la combi arranca y deja fuera a su cómplice armado. Las víctimas se percatan de la situación, someten al ladrón y proceden a someterle una golpiza de campeonato. Tras varios minutos de tunda inmisericorde, el individuo, desnudo e inconsciente, es arrojado del vehículo.
Lamentablemente, no se trata, sin embargo, de un hecho poco frecuente. De tarde en tarde, aparecen historias de presuntos vengadores anónimos que impiden a balazos un robo o cobran a balazos agravios por presuntos delincuentes. Por otra parte, los linchamientos de supuestos ladrones o secuestradores son escena común en muchas localidades tanto urbanas como rurales. En el extremo, hay grupos armados de autodefensa que han sustituido por entero a las instituciones formales en la función de policía.
Ciertamente, esto debería de preocuparnos. La justicia por propia mano puede acabar mal de mil maneras distintas.
O, en circunstancias ligeramente distintas, las víctimas enfurecidas podrían equivocarse de persona y acabar linchando a alguien ajeno a los hechos. Esto último no es una preocupación hipotética: hace algunos años, unos encuestadores del INEGI estuvieron cerca de ser asesinados en una comunidad rural de Puebla al ser acusados, falsamente, de secuestrar niños.
O recordemos el caso sucedido en 2018, en el que vecinos de una comunidad de Acatlán de Osorio, Puebla golpearon, amarraron y quemaron vivos este miércoles a dos personas, a quienes antes habían acusado de intentar secuestrar niños El linchamiento causó gran conmoción en México, no solo por el hecho en sí y por ser una muestra más de cómo estos actos de «justicia colectiva» ganan cada vez más espacio en esa sociedad, sino por la actitud de decenas de personas que presenciaron lo que acontecía.
Las cifras son lamentables y escalofriantes, pues tan solo en Puebla, en lo que va del año, se han registrado 105 linchamientos en todo el Estado, una cifra por demás alarmante que nos habla del hartazgo de la población así como de la falta de estado de derecho para impartir justicia en la comisión de un delito.
Y es que, no podemos aplaudir la venganza. No podemos ver con buenos ojos que una turba muela a golpes a una persona, así se trate de un asaltante, un asesino o un violador. No podemos adoptar la ley del talión como código ético, así sea por imperativo categórico o por cálculo egoísta: no sabemos si algún día seremos nosotros, por la razón que sea, el objeto de la furia incontrolada de una multitud.
Pero, dicho lo anterior, hechos como los de la combi se van a seguir multiplicando mientras el Estado no cumpla con su responsabilidad. Hay gente dispuesta a propinar una golpiza brutal a asaltantes en un microbús y mucha está disouesta a aplaudir el acto, porque las autoridades han hecho poco o nada para evitar los robos, a veces violentísimos, en el transporte público. Hay personas listas para matar a golpes a presuntos secuestradores porque no hay a la redonda ningún agente del Estado para protegerles del secuestro.
Entonces, si se quiere evitar que multitudes enfurecidas se cobren agravios reales o imaginarios, es indispensable que las instituciones funcionen como deben.
Algo nos debe quedar claro: mientras no haya justicia, se van a seguir multiplicando los actos de furia y venganza.