José Román Valenzuela Vázquez. Desde su infancia, la música ha sido su refugio. Su padre le enseñó a tocar la guitarra a los 7 años, y desde entonces, las cuerdas han sido su confidente más fiel. Durante la escuela, se sumergió en actividades artísticas, y en el Tecnológico de Veracruz, aprendió aún más sobre armonía y composición.
La necesidad de expresarse le llevó a crear canciones y, más recientemente, a escribir reflexiones, poesía y prosa. No pretende enseñar, pero como dijo Sócrates: “No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacerles pensar”. Así que aquí está, componiendo su propia sinfonía de vida y esperando inspirar a otros a encontrar su melodía interior.
Gran Guerrera
Silencio…
y una flor nació entre espinas,
la mayor entre ramas que aprendían a crecer.
Sus ojos… no miraban al suelo,
sino al cielo
de donde venía su voz más firme:
la fe que sostiene sin explicación.
Una promesa le habló al oído:
“enséñales lo que vive en un libro eterno.”
Y entonces amó… no por cuerpo,
sino por alma que compartía lo sagrado.
Pero los susurros dulces se quebraron…
y lo que parecía eterno
quedó su historia en un eco discreto.
Ella retrocedió
con los latidos sangrando en las manos,
escuchó el eco de lo que no se atrevió a tocar,
y la puerta se cerró… no en madera,
sino en la oportunidad de volver a confiar.
El tiempo la llevó por senderos inciertos,
donde el amor prometía suspiros abiertos.
Una hermosa niña nació
como promesa de que el amor aún florece.
Pero el engaño cortó los pétalos,
y el mismo que prometió
desconoció la sangre que llamaba “mamá”.
Ella trabajó con los dedos rotos,
remendó días con sudor,
se hizo muro, se hizo pan,
y se hizo madre en todo el sentido divino.
Otro llegó,
pero el dolor no se fue:
le hablaron como si sus lágrimas fueran irrelevantes,
le hicieron trabajar mientras los sueños
se dormían sin abrazo.
Y aun así… ella no se rindió.
Porque la fe no se vende, ni se rompe.
Porque cuando el cuerpo duele,
el alma aprende a caminar sola.
Un día, la enfermedad
decidió probar lo que no entendía:
la firmeza de quien ha llorado más veces
de las que ha sido abrazada.
Le quitaron una parte de sí,
pero no pudieron tocar su espíritu.
Su belleza siguió,
ahora hecha de coraje.
Perdió a la que le enseñó a amar,
y recientemente… al que le enseñó a proteger.
aun así, en el centro de su hogar,
la amalgama con su hijo menor
es el fuego más tierno,
la alianza más pura.
Y en cada paso,
ella camina… como si el dolor fuera viento,
como si la fe tuviera alas.
Liz.
Tu nombre no es solo final,
es raíz, es legado,
es poesía que se escribió sola
cada vez que te negaste a rendirte.
Vuela alto entre la bruma certera,
rompe sombras con alma sincera,
lleva el sol dentro, luz verdadera,
mujer de seda, mujer… gran guerrera.
Román Valenzuela
31 de julio 2025