Jorge Luis Domínguez. Licenciado en Negocios Internacionales, con 6 años de experiencia en el medio aduanero; Jorge ha decidido incursionar en el mundo de la literatura. Bajo la tutela de Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró, descubre que las historias viven en nosotros y en nuestra forma de contarlas.
Explorando las técnicas narrativas y herramientas necesarias para la materialización de un texto: “… construyo personajes, que cobran vida, influenciados por mis experiencias personales, creencias y miedos” –asegura Jorge. Y es que escribir se le ha convertido en terapia reconfortante.
Mañana puede ser tarde
Fue una larga noche. No había podio dormir por el frio o porque las voces, en su cabeza, lo atormentaban: “¡Otra vez estás solo! Perdiste a tu pareja por idiota… Ahora tendrás que arreglártelas, como puedas, con tu salario de mierda”.
La alarma sonó nuevamente. Si no me levanto llegaré tarde. Pero qué importa –se dijo–, nadie notará mi ausencia. Inhaló del polvillo blanco que quedaba en su buró y cerró los ojos, suspirando, sin imaginar que aquella mañana se encontraría de frente con la más recurrente de sus pesadillas.
No muy lejos, un viejo tendido sobre cajas de cartón aplanadas, cubierto con una cobija mugrienta, despertó a su triste escenario. Se reanudaba la vida y él volvía a ser la pieza perdida, el indigente que molestaba a los transeúntes o, simplemente, un ser invisible dentro del caos citadino. ¡No siempre fue así!
Jorge guardaba el recuerdo del hombre elegante que llegaba en coche de lujo a la prestigiosa empresa. Mujeres y hombres se detenían para verlo pasar. No conocía a nadie, pero lo importante era que todos lo conocían. Sin lugar a dudas: exitoso en su trabajo, el más preparado y mejor remunerado. ¿Y qué hacer cuando sobra el dinero?: una fiesta hoy y otra mañana; mujeres de una noche, antojos que pronto se olvidan, excesos por sobre las necesidades de la mayoría.
El tiempo no perdona y el hambre tampoco. Jorge, renqueó hasta el contenedor de la esquina y buscó, entre la basura, algo para comer. Irónicamente, ahora vivía del desecho de la gente.
Casi con una hora de retraso, salió Luis de su casa. No encontró taxis, desocupados, en la avenida. ¿Cómo no se le ocurrió pedirlo, por alguna app, antes de meterse a bañar? Decidió caminar y, distraído en el celular, tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía en la banqueta. ¡Casi se cae!
Soy un gran flojo –admitió–. Si me hubiera despertado temprano esto no estuviera pasando.
Y pensar que aún le faltan muchos años en la misma oficina. ¿Siempre será así? ¡Dios, qué flojera! Deprimido, con baja autoestima y sin esfuerzo nunca conseguirá un ascenso. Dejándole el sueldo, a los camellos, tampoco podrá ahorrar para tener un carro, salir tarde y llegar a tiempo al trabajo.
Jorge interrumpió los pensamientos del joven, cruzándose en su camino con el brazo extendido. Luis se detuvo. Buscó, en la bolsa del pantalón, una moneda y no encontró. Sacó la cartera, escogiendo el billete más chico de entre los pocos que traía. La caridad es un lujo, pero quiso darle algo.
Al entregarle los 50 pesos, al mendigo, notó la mano maltratada por la artritis y buscó sus ojos, entre la suciedad de un rostro que aún conservaba destellos del pasado próspero. Tras el azul sin vida, en la mirada, notó la energía del hombre que había triunfado y ahora estaba en la calle. Se vio a sí mismo y tuvo miedo. Mañana puede ser tarde… ¡Necesitaba cambiar!