Jesús Garrido. (Veracruz, México/1963). Licenciado en Administración de Empresas. Escritor. Catedrático y Coordinador Académico y de Difusión Cultural en la Universidad Antonio Caso. Miembro de la Comisión de Planeación del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Veracruz. CONACULTA/IVEC.
SEMIRAMIS
DARIA
Miraste de reojo a la mujer recién entrada. Debiera llamarse Lisa u Ofelia, pensaste. Tendría veintidós años y un espíritu fuerte pero ingenuo, a juzgar por su mirada decidida y sin embargo interrogante.
¿Por qué debiera llamarse Lisa? Encogiste los hombros, quizás porque te parecía obvio que una chica blanca de ojos claros debiera responder a tal nombre.
¿Por qué Ofelia? La tragedia, sin duda. Aquella mujer llevaba la muerte tocándole el hombro, recogiéndole los cabellos, floreciendo y deslizándose por la liquidez de su espalda.
– Ni Lisa ni Ofelia- escuchaste a Uriel susurrar en tus oídos. Su nombre es Daria, Daria Ledesma, y todavía no sabe lo que busca en este café de mierda.
Uriel sonaba extrañamente verídico, seguro. Pero Uriel siempre ha habitado en algún lugar de tu memoria y sólo se atreve a manifestarse entre sueños, quizás por eso creíste estar en trance o dormido.
– No, no sueñas- corrigió. Daria Ledesma ha entrado para convencerte de que amas mal y demasiado, que has perdido tu tiempo en fantasías barrocas e inútiles fidelidades. Ha venido hasta este café, al que ni tú ni ella suelen acudir nunca, con el propósito irrenunciable de decirte imbécil y darte un beso en la boca. Ha desafiado a la ley de las probabilidades y se ha atenido a la casualidad para jalarte a su cama y enredarte entre sus piernas. Pero todavía no lo sabe, Daria Ledesma, limpia, blanca, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Sí, ha llegado, tú lo has sabido desde siempre pero te has confundido más de tres veces en los últimos quince años.
-Hace quince, ella tendría siete y yo veintiséis – replicaste. ¿Cómo podría suponerlo, cómo podría no haberme equivocado?
-Porque la miraste a través de otras. Mónica, Marcela, Eunice, ninguna de ellas te amó realmente.
-¿Por qué Daria?
– Porque no viene sola. Carga la tragedia a las espaldas y tú no eres otra cosa que un vividor de la muerte. La muerte es tu alimento, tu madre, tu casa. Un tiempo pensaste ser feliz y sólo estabas ocultándote, porque en la parte más profunda de tu cerebro la has llamado y le has ofrecido flores (yo he estado allí, ¿recuerdas?) y palabras inmensas que perfuman tu cuerpo y los objetos circundantes. ¿A qué huele tu cuarto? Pregunta tu madre ante tu recién recuperada soltería, y tú callas porque no puedes decirle que son los días que te quedan, a quienes esperas adolorido y esperanzado.
Buscaste a Daria por todo el local y la encontraste sola, sentada a la mesa más apartada de la entrada, jugando a adivinar su suerte en el fondo de su taza vacía.
– No te ha visto ni te verá, ha venido a buscarte sin siquiera imaginárselo y tú
no tendrás ánimos para decirle que lo sabes; que su nombre es Daria Ledesma y que hace quince años, ella de siete tú de veintiséis, concertaron una cita en este café, en esta fecha, a esta hora, y que tú no la llevarás a la cama ni ella jugará su vagina entre tus dedos, ni te montará como caballito de feria (sube –baja, una, dos, tres vueltas: agárrate no te vayas a caer) y que tampoco sorberá de ti esa mala suerte que tanto amas y que sin duda también la espera a ella en su casa, una vez que retorne y tome conciencia que, como tú, ha fallado.