Nunca es malvado quien a su madre adora
El olvido dormita desmemoriado,
el aura alumbra su piel.
Sin amparo del tiempo,
ingente violencia
muerde los días de febrero,
borra el habla.
Miramos al cielo…
No me siento santo, demoré la ayuda
poca o suficiente.
Vuelve el silencio sin prisa,
hastío libre de Heroísmo efímero;
aprendo de la vida.
Prístino abismo…
Me refugió en el destino.
No puedo acariciar tu cabello…
Nadie conoce el secreto de mi corazón
¡No lo han visto!
¿Lograré liberar la Mea Culpa?
Dulce velo resplandece
la nube resbala en sombra.
Lago mudo
el calor oculta la clemencia
ala del mundo olvidado.
No puedes estar eternamente…
Ángel errabundo, inquieto
ausente de voz.
El cielo te llama al frescor azul
disgregado me guarde,
nos guarde violenta visión de albura;
cielo hipnótico de estrellas.
Arrullos y recuerdos de infancia,
blanca voz;
mudo e inexplicable amor,
deja descubierto el tiempo,
solitaria mi estela.
Paz remota de sentirme bueno, puro.
La mano de Dios ha de permitir
con urgencia; indestramable gesto.
Nada limpia el desaliento… El alma.
Regreso a casa… Irrevocable ternura,
luz de aurora, palpito de mariposa,
rostro del amor, eco de voz de abedul.
Me enseñaste amar la vida desde el vientre, madre,
el mundo tu nombre avala,
Tu regazo acogió la línea vertical,
Trascendente advocación de ungir
al que estraga.
¡Hermosa contrición!