Ingrid Carla Giorgana Loaeza. Las palabras ocultas

Ingrid Carla Giorgana Loaeza (Veracruz, México, 1961). Licenciada en Psicología Clínica, con Diplomado en Tanatología. Ha tomado diversos talleres como el de Inteligencia Emocional y Tests Proyectivos, en la Ibero, CDMX.

Durante 5 años trabajó en una clínica de infertilidad y embarazo de alto riesgo, como terapeuta de las parejas que no podían tener hijos. Y también tuvo su espacio en la radio, como invitada por 5 años, hablando sobre meditación y espiritualidad. Desde aquellos programas nació el #RespiraLaVida y, del 2012 a la fecha, escribe diario una frase propositiva —que invita a la reflexión— en sus diferentes redes sociales (Facebook, X (antes twitter) e Instagram), con el usuario psicóloga Ingrid.

Ingrid es madre y abuela. Dedica gran parte de su tiempo al ejercicio, la lectura y el baile. Actualmente incursiona en la narrativa bajo la guía del maestro Miguel Barroso Hernández, participando del Taller de Escritura Creativa Miró.

Las palabras ocultas

En una aldea remota de la antigua Grecia, un niño llamado Elio decidió aprender a leer en secreto. Quería compartir y volver a disfrutar los poemas y relatos que su abuelo le solía contar, cuando él era más pequeño; pero se enfrentaba a la desaprobación de su padre, quien consideraba la lectura como pérdida de tiempo para el futuro pastor. Y en medio de una lucha silenciosa, tuvo que avalar su deseo contra el posible castigo que podría recibir.

Elio tenía 10 años y la voz suave de quien ha escuchado, con atención, tantas y tantas historias. Vivía con su familia en las laderas de Tesalia, donde el viento soplaba con palabras antiguas que muy pocos sabían entender. Su abuelo Thanos era uno de esos hombres sabios, a los que la gente del pueblo solía escuchar en los días largos y calurosos del verano. Pero cuando sus ojos se nublaron, como el invierno, ya no quiso hablar. ¡Se había apagado la luz en su interior! Sentado en su silla de madera, junto a la ventana, al menos, podía sentir los rayos del sol durante las mañanas. ¿Acaso era suficiente?

Elio lo observaba en silencio y algo dentro de él ardía. Deseaba leerle. Quería devolverle al abuelo las palabras, como dulces dátiles que salieran de su boca. Quería ser la luz de sus ojos ciegos…

Sin que el padre se diera cuenta, acudía por las tardes a la casa del maestro Filón donde otros niños, hijos de comerciantes, aprendían a leer. Allí se quedaba junto a la puerta, escuchando desde fuera; repitiendo en voz muy bajita las sílabas, memorizando el vocabulario e hilando las palabras con tenacidad descomunal.

Una noche, Elio entró a la habitación del abuelo y, en sus manos temblorosas, llevaba un pergamino.

—Hoy seré yo quien te contará una antigua leyenda —dijo y su voz apenas se escuchaba. Thanos sonrió sin abrir los ojos.

El chico leyó un poema sobre el mito de Ícaro: el muchacho que voló demasiado alto, viviendo su sueño de libertad.

—¿Y por qué cayó? —preguntó el abuelo, cuando Elio terminó.

—Porque no escuchó las advertencias de su padre.

El abuelo se quedó en silencio un buen rato. Alzó la mano acariciándole el rostro a su nieto y le pidió que siguiera leyendo. En los días sucesivos, lo esperaba ansioso. Sin embargo, el conflicto estalló cuando, una tarde, el papá de Elio los sorprendió.

—¿Crees que vas a comer con letras? —le gritó al muchacho y arrebatándole el pergamino lo tiró al fuego.

Elio lo miró con ojos firmes:

—¡Quiero que el abuelo recuerde lo que fue! ¡Quiero que vuelva a ver el mundo a través de mi voz!

Pasaron muchos días sin que el padre le dirigiera la palabra. Thanos, por otro lado, le pedía al chico más historias y más voces.

Una mañana, cuando apenas salía el sol, Elio sintió las pisadas fuertes del papá, acercándose a su cuarto.

—Tu abuelo aseguró que, ayer, le hiciste ver el mar otra vez —y, sin decir más, dejó un pergamino enrollado, a sus pies, sobre la cama.

Esa misma noche, mientras leía y Thanos sonreía, el papá lo escuchó en silencio, muy cerca. Cada palabra parecía llevarse algún tipo de dolor, regenerándole luces antiguas al alma. Elio no solo había cumplido su deseo, consiguió sanar una historia familiar con historias más grandes.