Hilda Maza Ugalde. El bacalao de la tía Chonita

 

Hilda Maza Ugalde. Por más de 20 años se desempeñó como Analista de Negocios y asistente ejecutiva en Oracle de México. Fue especialista en Ventas. Es aficionada a la danza folclórica (huapango) y miembro del Taller de Danza Árabe de la maestra brasileña Roberta Perraro. También es graduada y practicante del método Silva, en el área de Desarrollo Humano.

Actualmente, Hilda participa en el Taller de Arte y Escritura Creativa Miró, dirigido por el profesor Miguel Barroso Hernández, en Veracruz. Incursiona en el mundo de la pintura y la literatura, descubriendo sus talentos.

 

El bacalao de la tía Chonita

 

Quedaban atrás los viajes que tanto disfruté. También las noches de juego y cenas deliciosas, con risas, entre amigos.

El tiempo es la leve inspiración que alimenta los instantes felices y volar accediendo a los recuerdos: reconfortaba. Había corrido el año como Ferrari en la Fórmula 1 o avión de combate. De pronto, aterricé: ¡ya era diciembre y debía organizar la cena de navidad!

¡Oh! Y ahora, ¿quién podrá ayudarme? ­—pensé. Quise escuchar el “¡Yo…!” del Chapulín Colorado y saber que podía contar con su astucia. Reí y la risa, de repente, se volvió angustiante:

—El plato principal, para la próxima cena navideña, será bacalao a la vizcaína ­—había prometido a mis hermanos, el año pasado.

¿Qué hice? Yo nunca he preparado algo tan complicado… “¡La receta de la tía Chonita te salvará!”: respondió mi conciencia.

La tía Chonita, de 93 años, era la hermana de mamá y también mi vecina. En la familia conocíamos el recelo con que guardaba sus recetas y, cuando las compartía, siempre solía agregar o quitar algún ingrediente para estropearnos la ilusión. Las coleccionaba y conservaba, como verdaderos tesoros, en una vieja libreta azul: escondida secretamente y, seguro, bajo 24 llaves. Convencerla iba a ser todo un desafío…

Subí esperanzada a su departamento, en el tercer piso del edificio:

—¡Hola, tía! ¡Qué bien te veo! —la elogié, para ablandarle el corazón.

—Gracias, mijita. ¡Qué milagro! —dijo sarcástica— Cuéntame, ¿qué te trae por aquí?

Existía la posibilidad de un rotundo “no”, así que decidí evitar los rodeos:

—Fíjate que prometí a mis hermanos preparar, esta navidad, un bacalao a la vizcaína y recordé que tu receta es la mejor que he probado en mi vida.

La tía Chonita abrió notablemente los ojos que, de por sí, ya eran grandes y tartamudeó:

—¿¡Co-cómo!? ¡No te oigo bien! Creo que el aparato este ya está fallando —dijo señalando el audífono en su oreja.

—¡La receta del bacalao! —grité— ¿Me la puedes compartir?

—¡Tampoco estoy sorda, mijita! —aclaró frente a la aspereza en los decibeles de mi voz­—. Te la doy con mucho gusto, pero ven mañana porque debo buscarla y ya casi va a empezar la novela turca del canal 13.

Al día siguiente, me llamó al teléfono llorando desconsoladamente:

“¡Me robaron! ¡Me robaron! ¡No puede ser! —protestaba—. ¡Me robaron mi libreta azul!

Entendí, entonces, que tendría que buscar otra receta… ¡Casi la odio!

Un día antes de Nochebuena, murió la tía Chonita. Tuvo velorio express, porque nadie estaba dispuesto a cancelar la navidad por su causa y allí mismo leyeron el testamento:

Sorprendentemente, me había dejado una caja hermética, sin llaves para abrirla. Varios cerrajeros se dieron por vencidos, hasta que uno logró aflojar los pernos con un soplete. Adentro estaba la vieja libreta azul de recetas y una nota que decía: “Lo siento, fue AUTORROBO”.