Hilda Maza Ugalde. Por más de 20 años se desempeñó como Analista de Negocios y asistente ejecutiva en Oracle de México. Fue especialista en Ventas. Es aficionada a la danza folclórica (huapango) y miembro del Taller de Danza Árabe de la maestra brasileña Roberta Perraro. También es graduada y practicante del método Silva, en el área de Desarrollo Humano.
Actualmente, Hilda participa en el Taller de Arte y Escritura Creativa Miró, dirigido por el profesor Miguel Barroso Hernández, en Veracruz. Incursiona en el mundo de la pintura y la literatura, descubriendo sus talentos.
El amor más allá de la vida
No olvido que aquella noche, durante el verano de 1982, comencé a creer en los fantasmas. Admitir una experiencia de amor, más allá de la realidad concreta y palpable, cambió mi perspectiva sobre la vida.
Tenía 22 años y había regresado a la Ciudad de México, después de un fin de semana largo en Veracruz. Era lunes y encontré a mi prima Maricarmen, con quien compartía departamento, ansiosa, como simio enjaulado, fumando. Pensé que se fumaría hasta los dedos.
—¡Por fin llegaste! ¡Por fin llegaste! —repetía, una y otra vez.
Su cabello largo y con rizos, lucía más esponjado que de costumbre; como en las caricaturas donde explota la dinamita y al personaje le aumenta el volumen de su cabeza: ¡así se veía! Agitaba sus manos como diosa hindú. ¡Estaba muy nerviosa!
—¿Qué pasó? —le pregunté, zarandeándole los hombros para que reaccionara.
—¡Tu papá! ¡Tu papá! —gritó—. ¡Tu papá está aquí!
¿Cómo? Mi papá tenía más de cuatro años fallecido. ¿Acaso había enloquecido?
Maricarmen era sumamente miedosa y, para no quedarse sola, durante mi ausencia, invitó a dormir a Samira, su amiga de la universidad: una chica de familia libanesa a quien le gustaba mucho leer el café y las cartas; le apasionaba todo lo relacionado con energías y ciencias ocultas. La última noche que durmió en mi habitación, había sentido la presencia de un ser de luz…
—Lo describió como un señor canoso y de barba, con cara de buena gente —aseguró Maricarmen, ya más calmada.
Samira no me conocía y mucho menos a mi padre. No podía saber que entre ambos la cercanía siempre fue especial. Lo había descrito, exactamente, como era antes de morir.
—¡Quiero conocer a tu amiga! —dije sonriendo y busqué la sonrisa de papá en la habitación.
¡Nunca lo he visto! Pero desde aquel día supe que él sigue conmigo.