De que hay trabajo, hay trabajo. Esto se lee en todo el país, en todos los sectores. Se necesitan desesperadamente trabajadores. No hay cómo llenar las plazas.
No tenemos suficiente personal calificado en sectores como el del automóvil, que requieren contar con habilidades técnicas que no se forman de la noche a la mañana. Y vienen las nuevas inversiones de BMW y sobre todo de Tesla.
Pero, al mismo tiempo, también requerimos trabajadores poco calificados como algunos empleados del sector servicios, que trabajen en cocinas, hoteles, servicios de vigilancia o en tiendas de servicios o departamentales.
Es una realidad que al menos en estos momentos se están ofreciendo demasiados empleos en todo el país.
De hecho, muchos empresarios, ubicados sobre todo en los sectores que se podrían beneficiar por el llamado nearshoring, califican a la falta de mano de obra como el principal de sus problemas, quizás incluso por arriba de las deficiencias en la provisión de energía o la falta de infraestructura.
En una visión amplia, la expresión cuantitativa puede observarse en el hecho de que tenemos tasas de desempleo extraordinariamente bajas, pero también en el hecho de que la población ocupada se encuentra en los niveles más elevados de toda la historia.
En México hoy no trabaja quien no quiere.
Existen algunas de las causas, a mi parecer, de esta gran crisis de empleo.
La proliferación del trabajo a distancia en diversos sectores enseñó a mucha gente (y a muchas empresas) fórmulas que no se consideraban posibles. Además, disparó la productividad de los empleados que se adaptaron a ese esquema. Muchos ya no quisieron regresar a los modelos de trabajo presenciales.
Uno de los ejemplos más claros es la industria de la construcción. Muchos de sus trabajadores se quedaron desempleados y ya sea en las grandes ciudades o en las poblaciones a las que regresaron, encontraron modalidades de trabajo informal, en las que, además, eran sus propios jefes, lo que cambió profundamente las preferencias de millones de personas.
Y no regresaron a la construcción, que se quedó sin albañiles, plomeros, electricistas, etcétera… y así seguimos.
En ciertos segmentos de la sociedad, la posibilidad de que una familia acceda a más de un programa social ofrece un piso de ingresos que permite que las decisiones en materia laboral puedan ser tomadas con criterios diferentes al mero nivel de ingresos. La gente valora cada vez más, por ejemplo, la convivencia familiar. Y los programas sociales, para muchos, fueron como un seguro de desempleo.
Las habilidades requeridas por los trabajadores hoy son muy diferentes a las que existían apenas hace pocos años. Y en México, lamentablemente, el proceso de calificación ha sido muy lento. Y, el gobierno actual ha sido completamente omiso en la formación de los nuevos perfiles de trabajadores para las nuevas necesidades. A veces los puestos esperan porque no hay trabajadores que cubran los requisitos.
Estamos metidos en el lío de formar estudiantes de ‘materialismo histórico’, que sigan con la visión de que la lucha de clases es el motor de la historia. Y mientras tanto, hay muchos puestos técnicos que no hay quien los tome.
Esa es la paradoja. Sobran aspirantes, pero casi nadie da el perfil. Esa es la historia de los negocios hoy. Y más vale que la asumamos.
Se requieren políticas múltiples que van desde la migración hasta el desarrollo de instituciones de educación superior que sean ad hoc.
Algunos empresarios empiezan a formar trabajadores por su cuenta, pero esa no es su tarea, ni tienen los recursos para hacerlo.
Más vale que le entremos al tema antes de que se convierta en la limitante número uno para el crecimiento del país.