Guadalupe Taylor. Nació en la ciudad de México, actualmente es residente de los Estados Unidos. Realizó sus estudios profesionales en la Universidad Nacional Autónoma de México. Obtuvo la Maestría en Spanish Studies en Georgia State University (Atlanta, Georgia), así mismo consiguió un Doctorado en Romance Languages en la University of Georgia, Athens Georgia. Desde joven ha escrito creativamente, epístolas, cuentos, poesía y una novela corta. Participa activamente en talleres y clases de literatura de la UNAM. A la fecha continúa escribiendo cuentos y poesías.
La huesuda
Era una noche sombría, por una vereda desolada andaba cargando mi osamenta como una nómada sin destino.
Un murmullo apocado replicaba mi cansada errancia. Podía escuchar el crujir estridente de hojas al caer.
Los alaridos de un viento helado se colaban entre los ramajes semidesnudos, el frío nocturno hacía crujir sus coyunturas.
Perdida en un andar sin futuro, mis pasos producían un eco pérfido en la soledad del bosque y los latidos de mi corazón se agigantaban ante mi aprensión.
No muy lejos unos perros aullaban a la luz de una agónica luna, extrañamente en ese momento desee alguien anduviera por ahí. Pero no había siquiera un alma en pena.
Continué mi camino tiritando, de pronto, sobre una rama estéril apareció un bulto desfigurado. De inmediato mis palpitaciones se congelaron.
Atenta a mi visión, caminé con sigilo tratando de saber qué o quién era ese bulto. Lo que vi parecía una persona. Tratando de pasar desapercibida y tallándome los ojos me di cuenta de que era una vieja esquelética.
Al compás del ulular de un búho sin más la anciana saltó del árbol y cayó justo frente a mí. Su andrajosa vestimenta estaba toda cubierta con flores moribundas.
Cuando se percató de mi presencia, se me arrimó y me llamó por mi nombre, como si me conociera de siempre. Su telúrica voz resonaba en mis oídos con trágicas consecuencias. Por instinto me retiré de inmediato, pero la escuálida vieja parecía estar unida a mí como si fuera parte de mí misma.
La huesuda se acercó a mí aún más, en ese instante sentí que una corriente sobrecogedora traspasaba mis entrañas.
Miré debajo de la capucha que la cubría, más nada encontré. Lo que algún día fue su rostro eran solo huecos ennegrecidos. Sus cavernas oculares perdidas en algún lugar me petrificaron. Lo que fueron sus labios eran solo espacios carcomidos.
Deambuló a mí alrededor con un siniestro fulgor y lanzó escalofriantes gemidos. Me percaté de que por su cráneo corrían infinidad de gotas parduzcas teñidas de dolor. En mis adentros sentí un profundo y añejo sufrir. A pesar de mi pánico con gran valentía le pregunté cuál era su pesar.
Ella trató de huir dejando una hilera de gusanos y un halo de podredumbre tras de sí, pero la detuve y la atraje hacia mí. La tomé en mis brazos y le dije que no temiera mi desamparo.
De nuevo hizo lo posible por fugarse rumiando no sé qué frases ininteligibles. Entre los aullidos de animales nocturnos tropezó, pero finalmente la aprisioné cerca de mí.
Nos miramos sin esquivar nuestras patéticas sombras. Lloró, río, bramó, se estremeció, me soltó y de nuevo escapó. Sin más, la seguí silenciosa y nunca más me alejé de ella…
De la Parca con amor a Xóchitl
Xóchitl una flor bella
escribía sin descansar
una soñadora era
diario leía sin parar
Soñaba ser muy famosa
poetizando sin parar
día y noche versaba
temía perder el rimar
Se le presentó la Parca
un trato quiso acordar
temió pasar a otra vida
Xóchitl tuvo que rehusar
La Calaca la jalaba
Xóchitl no iba a aflojar
sus huesos protegía
la Parca no iba a ganar
- T.