Carlos Ravelo Galindo, afirma:
La maestra, escritora, poeta, terapeuta doctora doña Rosa Chávez nos comparte una narración que nos hace recordar la muerte de siete motociclistas en la carretera a Cuernavaca. |
Imagínense, corrían sus motos a 250 kilómetros por hora.
Doña Rosa nos platica.
“Hace un par de meses manejaba en carretera acompañada por mis nietos, Rafa, a petición de su padre era el copiloto y Regina iba dormida.
En platica con el niño, bueno el joven Rafael ya tiene 16.
Le contaba un relato, que fue parte de uno de mis traumas.
Cuando aprendí a manejar tenía unos 13 años. Juan, un amigo de la familia nos enseñó a manejar a mí hermana y a mí, en un camino de terracería que llevaba a la fábrica de cal de Huesca lapa.
Recuerdo aquel carrito de mi padre un Renault que tenía la palanca de velocidades en el tablero, con lo complicado el mecanismo.
Seguí que después de vivir diez años en Ciudad Guzmán, nos mudamos a Tecomán, la decisión de mi padre no fue bien tomada por ninguno de sus hijos, ya estábamos adaptados a la escuela, yo había terminado segundo de secundaria, mi hermana estaba en preparatoria, para ella que no era tan extrovertida, estaba muy adaptada a sus amigos.
Tenía 15 años cuando inicié a manejar me ofrecía para todos los mandados, siempre tan dispuesta hasta para ir a comprar el periódico
Estaba bien aleccionada, si cometía alguna infracción había que decirles a los policías: “vayan al despacho de vinos por su botella” uno de los negocios de mi padre, pero no recuerdo haber utilizado esa recomendación.
Rafa estaba muy atento al relato.
Yo manejaba un Volkswagen de color rojo. En una ocasión, mi padre me pidió que lo acompañara a Colima.
De regreso del veterinario, paró a un lado de la carretera y me dijo «llévate el carro porque me vengo durmiendo» No esperó respuesta y se bajó del carro.
Me tomó de sorpresa, me soltó el carro en la carretera, de Colima a Tecomán, en ese entonces le llamaban «La salada» Había muchos accidentes, una carretera angosta con muchas vueltas esquivando la Sierra sur de Colima, transitaban muchos camiones con fruta, no recuerdo que circularan tráiler de transporte como hoy en día. Esto que te comparto sucedió hace unos 50 años.
Tecomán en el Estado de Colima es un gran productor agrícola: limón, cocos, plátanos, hace años cuando mis padres llegaron también cultivaban algodón.
Mis padres llegaron a conquistar porque no había ni luz, pero él con mente empresarial abrió varios negocios, vendía tractores, vinos, abrió una gasolinera, una refaccionaría donde se surtían hasta los Leaño, si esos de la Autónoma, recuerdo que ellos le decían «el judío» me enteré de que por inteligente y bueno para sembrar negocios.
Bueno tan joven tenía problemas de salud, algunos por la bulimia que padeció desde la adolescencia, otros por la circulación causados por el colesterol y los triglicéridos, no comía muchas verduras, ni frutas, no bebía mucha agua, ni practicaba ejercicio y para ese entonces ingería muchos medicamentos.
Fue muy mal atendido de sus problemas circulatorios hasta que le amputaron una pierna.
Por esto entre otras muchas situaciones estoy del lado alternativo y entendiendo sus trastornos como la bulimia que padeció y que no se la diagnosticaron, no se conocía como trastorno, pero el de fondo fue por los traumas que cargaba desde el asesinato de mi abuelo, el fue el hijo parental por ser el mayor.
En cuanto me pasó el volante se quedó dormido, pero ese no fue todo el problema, traíamos al perro ese que llevamos al veterinario a que le cortaran la cola.
El perro, un bóxer de unos seis meses, no sabía estar quieto, juguetón, subía sus patas en mis hombros, yo concentrada manejando con miedo, me sentía una pulga entre tantos camiones.
No sé cómo llegamos sin contratiempos.
Pasaron años para entender porque cuando manejaba me tensionaban las curvas, aprendí muchas cosas bajo presión, por eso las generaciones anteriores a esta tenemos tanta tolerancia a la frustración y nos adaptamos a tantas circunstancias de la vida.
Hoy en día, son tan débiles, dependientes y de todo se quejan. Bueno la pandemia es una prueba para que se adapten a los cambios, vamos a ver que resulta.
Continuando con el relato a mi nieto, sentí un halago sus palabras. «Me encanta escuchar tus historias, espero que al regreso me cuentes otra”.
Su hermana venía dormida, en cuanto despertó lo primero que hizo fue contarle el relato, como a ella le encantan los perros, los dos me hacían preguntas y sonreían, parecía que habían visto la película de su abuela manejando aterrada, las patas del perro en mis hombros y su bisabuelo dormido.
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