Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Nuestra enfermera doña Alejandra Lira Luciana nos informó anoche, con tristeza que compartimos, el fallecimiento de Carmelita Salinas.
Merece un homenaje nacional la siempre querida artista del cine, teatro, televisión, radio e internet.
Publico también para que quede escrito lo que nos dicen doña Norma Vázquez Alanís y su esposo José Antonio Aspiros Villagómez.
Primero las damas:
“Estimado don Carlos, agradezco infinitamente la dedicatoria de sus interesantes Nubes, la cual me motiva para seguir escribiendo y tratar de hacerlo cada vez mejor. Un cordial saludo y un respetuoso abrazo”.
De José Antonio. Y ofrecerles nuestro reconocimiento.
“Estimado amigo:
“Agradezco con emoción y humildad tu dedicatoria, que me representa un reto para ser más cuidadoso y constante al escribir y más esmerado y acelerado con mis lecturas.
“Tiene razón el señor Krauze en su artículo, que mucho me ayuda a fortalecer mis convicciones con respecto a la importancia de leer y escribir, es decir, de aprender y pensar más para desasname un poco. Salud.JAAV.
Y nos invita a leer, de su colección un Libro con postales de tianguis. Y muestra la ciudad que se fue.
“Salvo la mejor opinión del lector, coleccionar y documentar objetos es uno de los pasatiempos más provechosos y agradables a que podemos dedicarnos.
Así, por ejemplo, el Museo del Estanquillo en el Centro Histórico de la Ciudad de México contiene las diversas colecciones del intelectual Carlos Monsiváis (1938-2010), algunas de tipo popular y todas muy atractivas y educativas.
También “coleccionó” gatos, pero esos tuvieron otro destino.
Y precisamente acerca de la capital del país, el coleccionista Carlos Villasana tiene miles de fotografías y tarjetas postales encontradas “dentro de cajitas entre las chácharas de algún tianguis”, y cien de ellas fueron seleccionadas para el libro La ciudad que ya no existe, publicado en este 2021 por la Editorial Planeta.
Hay urbes que sí existen todavía, y muy bellas como el París de Haussmann, la Florencia del Renacimiento o la eterna Roma, y otras como la Ciudad de México, sometida a partir del siglo XX a un sinfín de a veces groseras adulteraciones que siempre tienen quien las justifique, de las que ni siquiera su Centro Histórico ha escapado y por las cuales a bastantes capitalinos se les volvió de repente una metrópoli desconocida y hasta difícil.
De ahí el sentido del título de este libro que busca rescatar imágenes donde el tiempo pasado se detiene, para conocer o recordar cómo eran las calles, los edificios, los transportes, los comercios, las modas, las costumbres, los paseos, la vida diaria, las casas y las diversiones en las primeras seis o siete décadas de la centuria anterior.
Sin pasar por alto el hecho de que no todos los mexicanos conocen, nacieron o han vivido en la capital del país, o tal vez ni tengan interés en ella, tampoco debe soslayarse su importancia histórica, política, económica y cultural, y sus repercusiones en la vida nacional.
La obra está salpicada con textos breves donde el divulgador de la historia Alejandro Rosas explica o comenta el momento y el lugar de la escena y aporta datos muchas veces desconocidos u olvidados.
Para nosotros ha resultado una grata experiencia recorrer las páginas de La ciudad que ya no existe, porque en ellas está la urbe de cuando menos seis generaciones de familiares nativos o residentes que han visto en su momento una ciudad diferente en cada caso.
En su doble condición de capitalino y coleccionista de tarjetas postales impresas y digitales, así como de muchos otros objetos, este tecleador ha encontrado en el libro La ciudad que ya no existe los lugares de su infancia como, por ejemplo, el edificio Ermita con su antiguo y enorme anuncio del calzado Canadá (también hay una foto de la residencia de la familia Mier que estuvo antes en ese lugar).
El portal de La Magdalena donde íbamos con mamá en diciembre a comprar la piñata y el musgo y esferas para el Nacimiento, una estampa de Chimalistac antes de que entubaran el río Magdalena, o un desfile de carros alegóricos, suponemos que con motivo de la primavera como los hubo en los años 40-50.
Por cierto, en la imagen pasan frente a la estatua de Cristóbal Colón, retirada hace un año y para siempre, pero que se perpetúa en esta publicación.
Las de este libro no son las clásicas postales donde vemos a Villa y Zapata en Sanborns, ni a Porfirio Díaz en sus inauguraciones de obras, sino a la gente común cuando cruza la avenida Insurgentes o camina por San Juan de Letrán (hoy Eje Central), Plateros (Madero) o la Plaza de la Constitución.
Quién podría imaginar un Paseo de la Reforma visto de poniente a oriente en la imagen, donde la edificación más alta en el horizonte es el actual Monumento de la Revolución y con un campo de futbol llanero donde ahora hay inmensas torres que no dejan ver más allá.
O recordar cuando la estatua del Caballito se encontraba frente a la Lotería Nacional.
O aquella Librería de Cristal en la Alameda Central, que en 1946 el diario The New York Times consideró “la más bella del mundo” y, pese a ello, “sin justificación alguna fue destruida en la década de los setenta”.
Consideramos un privilegio haber alcanzado a recorrer sus naves, hurgar en sus estantes y salido con buenas compras.
La obra muestra los edificios que hubo donde luego estuvieron la Torre Latinoamericana, el Banco de México, la Lotería Nacional, la Cancillería de Tlatelolco hoy centro cultural de la UNAM, el Monumento a la Madre y otros puntos icónicos de esa gran ciudad cuya metamorfosis no ha cesado con el rentable pretexto de la modernidad.
Carlos Villasana dice que su tarea en esta edición “fue explorar miles de imágenes hasta reunir esos sentimientos que nos hacen recordar y disfrutar no sólo la Ciudad de México: también a nuestros familiares y amigos”.
Con fotografías de su colección han sido ilustrados libros y otras publicaciones y se han montado exposiciones dentro y fuera del país.
Habría que hacer un libro como este cada cierto tiempo, donde toda la gente interesada en la memoria histórica tuviera las escenas de épocas recientes.
Por ejemplo, la avenida Juárez antes del sismo de 1985, las inmensas salas de cine -recordamos ahora algunos: Manacar, México, Roble, París, Paseo, Ermita y Continental-, las arterias Xola cuando tenía palmeras y Río Mixcoac donde hubo árboles, las colonias del poniente que fueron escindidas física y socialmente por el anillo periférico.
Y también, los ejidos donde ahora están el Estadio Azteca y la zona de Coapa y Miramontes, el barrio de Xoco ya invadido por enormes torres, las estaciones del ferrocarril a Cuernavaca, las antiguas casonas del Paseo de la Reforma, una muy conocida Tintorería Francesa sobre Insurgentes, la cementera La Tolteca desplazada por conjuntos habitacionales, y hasta el palacete -hoy centro cultural- de los presidentes en Los Pinos, más todo lo que usted guste agregar.
Y hay que fotografiar también aquellos sitios amenazados actualmente con su desaparición.
craveloygalindo@gmail.com