Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Seguimos en el relato de don Carlos Borbolla.
Pero antes una reflexión de la periodista Rusia MacGregor, desde Colima:
“Cuanto de esta historia ignora nuestro pueblo.
Si lo supieran, cambiarían las cosas en nuestro país. Lo dudo.
Siguen las luchas por el poder, estériles, sin ton ni son y con la finalidad de acabar con el adversario.
Yo veo a un México cada día más revuelto. Gente sin ningún propósito que no sea el de tener el poder en sus manos. Ya los ideales están devaluados y el pueblo aguantando.
Pocos países tienen una historia como la nuestra desde la fundación de la gran Tenochtitlán.
No recuerdo el nombre de quién dijo, hace muchos años lo siguiente: “México es un país maravilloso, pese a los millones de mexicanos que quieren acabar con él y no han podido”.
¡Salud! Aunque todavía no sea la una. Abrazo y besos”.
Cuánta razón querida poeta.
Y entre paréntesis doña Olga Sánchez Cordero: Todos los diarios, TODOS, son importantes. Lo sabe desde que en 1996 llegó a la Corte.
Benditos, todos. Justos y pecadores
De los directores que conociste, ¿quién fue al que señalaron como el más corrupto?
Definitivamente, a Linares. Definitivamente. Acuérdate que Linares murió ahogado, al bucear en el Lago de Tequesquitengo. En el centro del lago había una iglesia. Decían que la cúpula del templo tenía una bolsa de aire. Ahí se ahogó Linares. Se lo informé al jefe de información, Armando Rivas Torres. ¿Sabe quién se murió? –¿Quién?, me preguntó. “Francisco Linares Tejeda,” le dije, Qué bueno, ¿no? Y él me contestó: “Nunca digas qué bueno cuando alguien muere”. ¿Se acuerda de lo que me hizo?, le recordé. “Pues no importa, el hombre debe perdonar” “Lo perdono ahorita”, repuse.
La memoria del reportero retorna a la vida interna del Palacio Negro de Lecumberri: “¿Recuerdas? Estaba preso “El Gitano”. Lo trajeron de Sinaloa. Debía varios crímenes (fue pistolero muy famoso en su estado. Para que no escapara lo trajeron al DF y lo internaron en Lecumberri. Estaba acusado de asesinar a tiros al gobernador, coronel Rodolfo T. Loaiza, muerto a tiros en el interior del hotel Belmar de Mazatlán, durante una fiesta de carnaval, en 1944.
Nunca se supo quien ordenó el asesinato de ese militar y político revolucionario, que fue diputado federal y senador y subjefe del Estado Mayor Presidencial con Emilio Portes Gil).
“El Gitano” era un gatillero muy temido, él mismo presumía ante los reporteros que, cuando se enfrentaba a otro hombre, lo miraba directamente a los ojos, hasta que ellos se reflejaba el miedo.
Pero también relataba una anécdota propia. Aquí, en el DF, encontrándose en el lobby del Hotel Regis, vio entrar a una pareja de esposos, la mujer era muy bella y la piropeó, sin importarle que fuera acompañada de su compañero. Éste, aparentemente ignoró la grave ofensa, pues siguió su camino del brazo de su cónyuge. Sin embargo, minutos después lo vio regresar solo, y dirigirse directamente a él para enfrentársele.
“Le clavé mi mirada en sus ojos, pero nunca vi miedo, vi la muerte. Le ofrecí disculpas y toleré sus injurias, me las había ganado. Ni siquiera me atreví a desenfundar mi pistola. Ese hombre llegó decidido a matarme. A los cobardes y a los valientes se les conoce por su mirada.”
Pero Ravelo continúa y nuevamente pregunta: “¿Recuerdas, tocayo? La Crujía “J” era para los homosexuales. Estos llevaban allí una vida de verdaderas amas de casa. Lavaban y planchaban la ropa de los reclusos que tenían dinero y les pagaban por ese servicio. En la crujía “L” estaban los reos acusados de delitos patrimoniales, los más ricos, los de cuello blanco como les dicen ahora”.
Egresado de la Redacción de Excélsior y de la UV (la Universidad de la Vida), las dos mejores escuelas de periodismo de los años 40. Para graduarse, Ravelo tuvo que trabajar las 24 horas del día en busca de noticias exclusivas y demostrar con hechos su amor a la camiseta, estudiar cotidianamente por su cuenta para poder desempeñar con buenos resultados el oficio más peligroso y apasionante del mundo, pues el periodismo, además es una escuela de la que nunca se sale, diariamente se aprende algo nuevo.
Hay que estar preparado para ser especialista de todo, pues en el cumplimiento de las órdenes de trabajo, un día se cubren, por ejemplo, las fuentes de información policiaca y al otro las de información financiera.
Así se formó Carlos Ravelo, como muchos otros colegas de su tiempo. En los cuarentas no había escuelas públicas ni privadas del periodismo.
Al respecto, Ravelo cuenta una anécdota personal. En su vida profesional tuvo otras responsabilidades públicas. Fue inclusive coordinador de comunicación social de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Platica que en una ocasión al entregar su currículum vitae, le reclamaron: falta una hoja. ¿Cuál? “La de sus estudios profesionales”. “No hice estudios profesionales”, contestó. ¿Cómo? Usted sabe mucho de leyes, como si fuera abogado”.
Y efectivamente, para reportear las fuentes judiciales, tuvo que “machetear” en primer lugar, como antes apuntamos, los códigos de procedimientos penales y civiles, y otras muchas leyes. De otra manera hubiera fracasado en esas fuentes informativas.
Por eso, Carlos Ravelo Galindo proclama: De una cosa estoy seguro, de que mi tránsito por Excélsior fue lo que me hizo, lo sigo sintiendo, un hombre de provecho. A Excélsior le debo lo que soy. Salí de Excélsior por avatares de la vida. Hay tiempos de tronar cohetes y tiempos de recoger varas, hay que reconocerlo. Pero lo de atrás, es pasado. Lo de adelante es la vida, nada más. Y sigo viendo a Excélsior con amor, con pasión y a veces lloro de desesperación por lo que ha ocurrido. Pero así es la vida. Hay que reconocer lo que Excélsior le dio.
Los reporteros viven de satisfacciones personales. Carlos Ravelo lo recuerda, lo siente cuando platica de la fuga de Fidel Corbera Ríos y de la muerte de Tony Espino aquella noche de 1962.
“Ya no cubría las fuentes penales. Éstas estaban a cargo de otro reportero: Toño Ortega. Yo le decía “Toñito de Dios” porque siempre fue un gran muchacho, aunque es de mi edad.
Ese día estaba en la redacción, en el tercer piso de Paseo de la Reforma 18. Sonó el único teléfono que había en la sala. Era una llamada para Toño. Te hablan de la Peni, le grité. “Por favor, contéstales tú, yo ya me voy, tengo un compromiso familiar”.
El tocayo volvió a tomar el teléfono: “Habla Ravelo. Toño Ortega ya salió…” Y escuchó: “Oye, Ravelo, vente y traite (sic) un fotógrafo… Vente a la Penitenciaría. Hay una fuga de reos en estos momentos. Oye los balazos”.
Y Ravelo salió de la redacción con un fotógrafo: Jaime González, y el camarógrafo de TV Producciones Excélsior, Toño Villavicencio. “Acuérdate qué en ese tiempo, teníamos el Noticiario Excélsior en Televisa”.
Cuando llegaron a la puerta de Lecumberri, el penal estaba rodeado de policías. “Pero iba a entrar Jorge Obregón Lima “La Chita”, era comandante del Servicio Secreto. Tenía mucha amistad con él, pero en esos días teníamos una pequeña diferencia. Pero lo alcancé y le dije: Jorge, ¿qué hay? Tú cállate, me contestó. Pégate a mí y si te dicen algo, contestas que vienes conmigo.
Y así pudimos entrar los tres: Jaime, Villavicencio y yo. Pudimos llegar hasta donde estaban los muertos y los heridos.
Cuando llegamos, llevaban hacia el interior de la cárcel a Leopoldo Necochea (homicida y traficante de drogas), que se había fracturado ambas piernas al saltar de la muralla hacia la calle, me dijo “La Chita”.
“Ah… pero dentro de la prisión, Jaime González empezó a tomar fotografías, y Toño Villavicencio a filmar para el Noticiario Excélsior, a las 10 de la noche. Yo le dije: apúrate y corre para que te dé tiempo de revelar y pasar todo por televisión. Se fue y pudo salir a la calle. Pero Jaime se quedó conmigo, haciendo su trabajo. Pensé entonces: vamos a tener problemas, van a descubrir que somos periodistas. Los vigilantes le van a quitar el rollo de su cámara a Jaime. Y le pedí a éste: dame el rollo que estás usando, dámelo y mete otro. Así lo hizo. Yo me guardé el rollo en la bolsa. Y como pensé sucedió. Llegaron los celadores a tratar de quitarle la cámara. Yo le dije a él en voz alta, para que lo escucharan ellos: te van a romper la cámara, mejor dales el rollo. Así lo hizo. Les entregó un rollo virgen, pero ya teníamos toda la información. Yo había visto todo, entrevistado a todos, visto morir a uno de los reos…”
Retornaron a Excélsior. Al salir del elevador, en el tercer piso, Ravelo se topó con el director general, Don Rodrigo de Llano. Le informó de la fuga. ¿Quién va a escribir la nota?, preguntó Skipper. ¿Cómo quién, señor?, yo”. “Pues escríbala ya”, ordenó el capitán del periódico.
“Con el rollo que me había guardado, Jaime González se fue a revelar y regresó unas fotos excepcionales. Yo escribí 19 cuartillas, hojas de papel tamaño carta. Hablé con el jefe de redacción habilitado, Arturo Sánchez Aussenac y le supliqué: no me vayas a mutilar la nota. Tú sigue escribiendo, me ordenó”. La máxima satisfacción de un reportero. Escribir la verdad de lo que vio.
“Al día siguiente, para mi sorpresa, mi nota era la de ocho columnas en la primera plana de Excélsior, con tres de bajada. La leí toda. No le habían quitado nada. Quedé muy satisfecho.
A mediodía llegó don Víctor Velarde. Me dio un abrazo y se fue a su oficina. Al rato salió su secretaria, Marta Roth y me entregó un memorándum que decía:
“Para Carlos Ravelo, reportero de Excélsior. Es usted un reporterazo. Pero no lo felicito a usted sino a Excélsior por contar con sus servicios”.
Después me llamó don Rodrigo y en presencia del editorialista Bernardo Ponce, me dice: “Joven, veo que sí es usted un buen reportero”. “Señor, pues yo nunca lo dudé”, le contesté muy serio.
Don Rodrigo soltó la carcajada al escucharme. “Acordamos darle un pequeño presente”, me dice luego. “Ya le hice un vale por quinientos pesos. Cóbrelo en caja como gratificación”.
Felicitaciones y premios como esos, sólo se los ganaban los reporteros consagrados de Excélsior.
Ravelo refleja satisfacción en su rostro al rememorar ese episodio en su carrera como periodista.
“Me acuerdo que Bernardo Ponce le dijo a Don Rodrigo: Oiga Skipper, ¿no se le hace a usted que es poco dinero?”. “Usted no se meta”, le contestó el director. Yo quedé feliz de la vida. Imagínate, por cosas como la que me ocurrió con esa nota de la Penitenciaría del Distrito Federal es por lo que sigo amando a Excélsior.
En la nota principal de Excélsior, aquél día Carlos Ravelo informó:
En medio de un tiroteo, en donde dos reos perdieron la vida, y tres más resultaron heridos, dos peligrosos delincuentes se evadieron anoche de la Cárcel Preventiva de la Ciudad (Lecumberri fue Penitenciaría del DF hasta 1958).
“Tendido sobre un costado de la muralla sur de Lecumberri, quedó muerto Tony Espino Carrillo. Junto a él, herido gravemente, estaba Jesús Campos Flores. Dos horas después, falleció.
“Sin importarle la suerte de sus compañeros de escapatoria y protegido por el fuego de su pistola calibre .38, Fidel Corbera Ríos logró saltar a la calle. Lo imitaron Manuel González Sánchez y Leopoldo Necochea Pichardo. Éste al brincar se quebró ambas piernas. Sobre la acera fue detenido por los celadores.
“Un tiro en la pierna impidió la escapatoria de Enrique Santos Treisier, y un culatazo en la frente imposibilitó a Salvador Zavala Pérez imitar a sus cómplices.
Cuando se vieron perdidos, los reos levantaron las manos y gritaron: no disparen, no disparen… nos rendimos.”
“Sin embargo, el fuego seguía. Los fusiles de los celadores rugían contra tres hombres que, parapetados en la muralla, disparaban… Quince minutos, quizá, se prolongó el tiroteo.
Fidel Corbera Ríos desesperado, arrancó el cable telefónico, que conecta los garitones 7 y 8 y se deslizó por él hasta llegar a la calle. Sus pasos fueron seguidos por Manuel González Sánchez. Ambos, al pisar tierra, iniciaron la carrera por separado.
Mientras tanto, arriba, soportando el fuego de los vigilantes, Leopoldo Necochea Pichardo se preparaba para saltar. No observó el alambre y no tuvo más remedio que pegar el brinco. Siete metros de altura lo separaban del suelo. Al caer se fracturó ambas piernas.
“Fidel Corbera Ríos, de negro historial en el mundo del hampa, estaba sentenciado a 40 años de prisión. Y tiene otro proceso pendiente por homicidio dentro de Lecumberri. Otro por tráfico de drogas y otro por robo. De recibir las sentencias, su condena se vería aumentada a 90 años de cárcel”.
Pero a pesar de su fuga, ya estaba escrito que Corbera Ríos moriría en la cárcel, como veremos en otro episodio de esta serie.
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