El viaje a EU, el PRI estatal, el gabinete…

 

Javier Gutiérrez

Nubarrones de negros augurios hubo antes del viaje del presidente López Obrador a los Estados Unidos.

Presagios más negros que los registrados antes de la llegada de los españoles al valle de Anáhuac.

Los medios se transformaron en nidos de expertos en relaciones internacionales. La opinocracia  saturó espacios con desaprobaciones, censuras, acres pronósticos.

Algunos, pocos y experimentados en el campo de la diplomacia, aventuraron consejos.

Un enfoque era constante, la inoportunidad del viaje.

En medio de la tormenta desaprobatoria, cargada de prejuicios y tozudez, hubo un comentario juicioso, pragmático y de sentido común, del destacado analista Raúl Rodríguez: “¿Hay  momento oportuno para que los presidentes de México y Estados Unidos se reúnan?

Y remataba más adelante: “No hay momento oportuno para reunirse con el mandamás de Washington, como tampoco lo habría, por poner un ejemplo, para aumentar impuestos…”

Tras la tormenta vacua de tinta y verbo vino la paz.

La entrevista en la cumbre transcurrió tranquila, con más aspectos positivos que negativos. Se hicieron a un lado expresiones ríspidas, reclamos o agravios. Se antepuso por ambas partes la prudencia, que no significa desmemoria ni justeza.

Eso se llama diplomacia.

López Obrador lidió con aplomo el miura de rubio pelaje.

Una tarea nada fácil conociendo la insolencia, rudeza y el estilo perfectamente predecible del torvo personaje al que visitó.

Y luego de todo esto no hubo nadie, ni uno sólo de los expertos y sabios críticos que censuraban el viaje, que admitiera su error. Que hiciera siquiera un humilde gesto de autocrítica.

Nadie hizo lo que sí recomendaba e hizo Churchill, comerse de vez en cuando sus palabras.

Así, exactamente así se desmorona diariamente la credibilidad, confianza y autoridad de los artífices de la comentocracia.

Es francamente deleznable, en la cuarta acepción de este  término que nos da el diccionario. Pero también en los demás significados.

ASALTO EN EL PRI. Rescatando el más puro y viejo estilo priista, el poder tras el trono toma por asalto el comité estatal priista. Imponen a un oscuro e impresentable militante, en un acto no menos oscuro.

Asume como presidente estatal un tal Néstor Camarillo y como secretaria general Isabel Merlo. Si una referencia pública  hay del primero es una frecuente vinculación (nunca cabalmente despejada)  con el huachicol,  en la zona roja de la delincuencia que tiene como núcleo Quecholac, de donde fue alcalde.

La dama tampoco aporta grandes méritos curriculares.

Ambos, eso sí,  parecieran tener una notable disposición histriónica. Han salido a escena producto de una decisión demagógica del presidente nacional del PRI, él en su calidad de sepulturero mayor. Ellos se encargarán de los últimos clavos.

Pero lo que se cuenta a voz en cuello en Puebla es que quienes operan realmente los hilos tras bambalinas, los titiriteros pues, son  Jorge Estefan Chidiac, Blanca Alcalá, y allá junto Enrique Doger y Javier Cacique. Estos últimos del establo (como se decía en el box) de José Murat.

Este pareciera ser el poder tras el trono.

Lo demás es simplemente cuidar las formas. Ir al filo de la ley. Lo que importa son las prerrogativas para hacer negocios, y pescar dos o tres puestos de consolación por la vía plurinominal. El objetivo es, por ningún motivo, dejar la ubre. Y en eso son expertos los manejadores.

Aprovechan que en Puebla el tricolor vive su peor momento…gracias, en buena medida, a especímenes como los referidos.

Aparte, claro está, de los Lozoya, Duartes, Meade, y Peña Nieto por supuesto.

¿Qué tendrán enfrente aparte del cada vez más exiguo presupuesto?

El servir de comparsa al poder estatal, o al PAN. Nada extraño, lo han hecho antes con redituables bonos.

Y tienen larga experiencia en esos roles. Son expertos en ventas, negociaciones, simulaciones, transacciones, traiciones, la perfidia en todas sus formas y a todos los costos.

Tendrán poco que ofrecer. Los priistas cada vez son menos. Muchos se irán para no ser trampolines, mozos ni instrumentos.

Y la caterva se va a quedar sola.

GABINETE. Pasan los meses y en el gobierno estatal siguen los cambios. El gabinete no termina por integrarse y ello transmite una pésima imagen a la sociedad.

Recién se fue, en plena crisis, el secretario de salud. Y ahora la secretaria de turismo. Llega aquí Vanesa Barahona, quien sin duda sabe de turismo lo que Claudia Rivera de física cuántica.

¿Sabrá, por cierto,  qué es el ochavo de la catedral?

No hay que pedir demasiado. En estos tiempos, ya sabemos,  no es requisito conocer el estado.

Lo fatal del asunto es que dentro de la crisis, el gobierno estatal ha dispuesto tres o cuatro acciones realmente notables, pero han pasado a oscuras, inéditas  para la sociedad.

Siempre he pensado que una gran obra de gobierno no debe ser, ni únicamente, ni necesariamente,  una obra pública, algo visible, tangible e impresionante.

Basta una decisión, una gran corrección, una notable rectificación, un sobresaliente acto de justicia, una innovación.

Y hay actos de esta índole en este gobierno, pero no se saben, han pasado casi inadvertidos.

En el argot periodístico se diría “hay carnita”, pero no hay cacareo.

Y conste que turismo es uno de los filones en la economía e imagen  del estado en los últimos tiempos.

A ver si un día, como a los viejos teléfonos, “por fin les cae el veinte”.

xgt49@yahoo.com.mx