José Antonio López Sosa
Todo indica que para el presidente López Obrador el periodismo bueno, por llamarlo de algún modo, es aquel que se une a sus deseos, que comparte sus formas y que le aplaude cada decisión que toma en el poder.
Prohibido prohibir dice, pero en realidad le resulta molesto que haya críticos a su gobierno. Habla de periodismo crítico pero no cita ni felicida a algún periodista que le haya criticado desde el 1 de diciembre de 2018.
Hubo una transformación seria, no se trata de la cuarta transformación, sino la del presidente López Obrador de candidato a mandatario, antes aplaudía a los periodistas que investigaban y criticaban al régimen, hoy a esos mismos los repudia; antes celebraba que se dieran a conocer mediante investigaciones actos de corrupción, hoy le parecen ataques arteros contra su proyecto.
López Obrador no entiende la función del periodista, consiera que todos recibían dádivas del gobierno y que quien le critique, no tiene como motor el periodismo sino la pérdida de privilegios, o lo que él considere privilegios.
No hay una voz en su gabinete que le contrarie o le explique –por lo menos en lo privado– la necesidad de una prensa libre y crítica en un sistema democrático.
El periodismo de AMLO debiera ser complaciente, aplaudidor, porril y hasta servil, el periodismo de AMLO es una caja de resonancia bajo un sistema de propaganda estaliniano donde todo está bien, donde nada está mal, donde por el simple hecho de ser diferentes, todo es permisible.
La fijación del presidente ha sido pasar a la historia como el mejor en su cargo durante los últimas décadas, sin embargo con el solo hecho de sus comentarios con relación a los periodistas y a las investigaciones periodísticas sobre su gestión, resulta igual o peor que sus antecesores, aún cuando pertenecieran a la mafia del poder.
Es terrible el ataque sistemático a los periodistas desde la tribuna matutina de Palacio Nacional.