El Informe MacBride

El peligro de la concentración de información en manos de enormes consorcios y potencias hegemónicas

 

Atilio Alberto Peralta Merino

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Educación y la Cultura dio a conocer en el año 1980 un documento que resulta crucial en los días que corren.

En lo personal supe de la existencia del ‘Informe MacBride’ (un mundo múltiples voces), relativo al peligro de la concentración de información en manos de enormes consorcios y potencias hegemónicas, en una peculiar charla sostenida entre el hoy finado Ángel Guerra, y Ernesto Villegas, ministro de Cultura de Venezuela en una cena ofrecida en la residencia del embajador en México, Francisco Xavier Arias Cárdenas, a la que gentilmente fui invitado.

Dadas las referencias que escuché en la ocasión de inmediato pensé en el libro de Noam Chomsky en el que se aborda el control de la información por parte de las grandes agencias  como Associated Press y la cercanía de éstas con centros vitales de poder como el Departamento de Estado de Estados Unidos o El Pentágono.

Resulta curioso que en Los Guardianes de la Libertad no se cite el informe de la UNESCO a cargo del expresidente de la República de Irlanda y en la que la colaboración de Gabriel García Márquez habría tenido una participación de especial relevancia, me pregunto, si acaso, el propio Chomsky desconociera su existencia.

El “informe” podría resultar a la fecha carente de efecto sobre la realidad en sus aspectos programáticos, aún cuando, contradictoriamente, sus conceptos fundamentales podrían resultar más vigentes que nunca.

El vertiginoso efecto de la digitalización en nuestro diario acontecer, en el que las denominadas “redes sociales” juegan el doble papel de ofrecer voz a todo el mundo, particularmente a los “imbéciles” dijera Umberto Eco, en tanto que, el unísono, expande el control sobre el comportamiento y las mentes de la población mundial, exige una enorme ayuda conceptual que permita dilucidar el sentido de sus alcances.

El finado Ángel Guerra decía en aquella ocasión que le resultaba por demás emblemático el hecho de que, ante la recuperación que empezaba a experimentar Venezuela en aquel momento, el país hubiese desaparecido repentinamente de la denominada “agenda noticiosa”.

Antes de la conferencia de prensa de Nicolás Maduro del 31 de julio, la discusión sobre la incidencia de los grandes consorcios de comunicación en el desenvolvimiento de los sucesos actualmente en marcha, había estado del todo ajena a la discusión política que aquellos han suscitado.

Yvan Gil, ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, expuso cifras espectaculares de crecimiento, en tanto que, por su parte, la vicepresidenta Delcy Rodríguez comentó ante el cuerpo diplomático un hecho por demás interesante, la expansión productiva del sector agrícola abandonado desde el despegue de auge petrolero a principios de los años cincuenta tal y como se refiere en la novela Las Casas Muertas de Miguel Otero Silva.

Ninguna administración del planeta con cifras tales pierde una elección, según viejo axioma esbozado, al menos, desde los días en que Pierre Salinger inició la moderna “comunicación social” en materia política; y, mucho menos, ante un contrincante con la carga de desprestigio de la actuación de la CIA en El Salvador en los años ochenta de los que, por lo demás se da cabal cuenta en el propio libro de Chomsky.

Ante el deliberado sesgo en la difusión de la información , iniciada con la manipulación de imagen de  los fotógrafos de daguerrotipo franceses durante la Guerra de Crimea y a los que alude Julio Verne en Miguel Strogoff, los despachos informativos omiten la presencia de Edmundo González Urrutia en loa acontecimientos de “El Salvador” que iniciaron con la ejecución en plena homilía de monseñor Oscar Arnulfo Romero, en tanto que, en contrapartida, realzan que algún añejo ancestro de él habría sido canciller durante alguno de los gobiernos decimonónicos, acaso el de Cipriano Castro, momento en los que el país caribeño destacaba en las relaciones internacionales de manera descollante, si atendemos al hecho de que, la obra decana de Derecho Internacional Público en el continente es la escrita por Andrés Bello, aunque en ese caso, claro está, Chile puede reclamar tal primicia dada la doble nacionalidad del padre de la Moderna Gramática Castellana.

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