Por: Atilio Alberto Peralta Merino
Electos por surte en los albores de la ciudad, los Alcaldes Ordinarios habrían se ser electos por pluralidad de votos desde 1533, empezando por los comicios que entronizaron al frente de sus destinos a Alonso Galeote, para ser seguido por dúos a la manera de los pretores de la Roma clásica, recayendo el primero de los pares en Francisco Ramírez y García de Aguilar, para ser seguido por el propio Galeote que retornando por sus fueros se hacía acompañar en fórmula por Cristóbal de Soto, siendo sucedidos por Alonso Martín “partidor” y García de Aguilar que repetía en el cargo.
Habríamos de llegar casi siglo y medio después a la elección en 1665 en la que Antonio Ramírez de Arellano fue acompañado de Diego de Alvarado, destituido éste último del cargo abruptamente al verse descubierto en sus pertinaz práctica judaizante y siendo quemado y castigado al unísono en efigie en la muy noble y muy leal Ciudad de México.
Muchos años había transcurrido desde el auto inquisitorial de 1595 que condenó a la hoguera a los Carvajal en el espacio en el que hoy se asienta la Alameda Central de la Ciudad de México tal y como puede apreciarse en el mural de Rivera, Diego Alvarado, por su parte, había ocultado su “perfidia herética” aportando de su peculio la efigie de Nuestro Señor atado a una columna a la ornamentación del Convento de San Agustín de la Ciudad de Los Ángeles, ciudad a la que llegó a regir convocando a los vecinos como comiciantes por medio de infundios y engaños referentes a su fe verdadera.
Pese a la presencia de moriscos en España hasta bien entrado el siglo XVII de la que nos da cabal cuenta Miguel de Cervantes en no pocos episodios de “El Quijote”, y pese a ser el estilo “Mudéjar”, uno de los representativos de la arquitectura colonial , lo cierto es que la presencia “morisca” no se encuentra documentada en la Américas, como si lo está la ignorada y en no pocas ocasiones ocultas herencia sefardita.
Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, refiera que por las fechas por los que la inquisición relajó al brazo secular a Diego de Ordaz para ser “quemado en llamas vivas de fuego”, existía una ermita adscrita a la parroquia de San Sebastián en el Cerro de San Juan que en alguna ocasión fue vandalizada sin que mediara al respecto la sustracción de ninguno de sus valiosos ornamentos y reliquias.
El Obispo mismo, refiere Echeverría y Veytia, encabezó descalzo una peregrinación desde el templo erigido al primero de los mártires cristianos y hasta el cerro, en claro desagravio a lo que se consideró un acto sacrílego a cargo de herejes, siendo de aclarase que, si bien Marcelino Menéndez y Pelayo da cuenta en su “Historia de los Heterodoxos Españoles” de la presencia de Albigenses y de seguidores de Lutero en la Ciudad de México, difícilmente aquellos habrían extendido su presencia a Puebla.
En “Martín Garatuza” , Vicente Riva Palacio refiere la existencia de un lazo parental entre tres mujeres descendientes lo mismo del emperador Moctezuma que de sobrevivientes del auto inquisitorial que condenó a la hoguera a “los Carvajal” , y en cuya casa pintada de rojo se daban cita en la Ciudad de México los conjurados anhelantes de libertad e independencia.
Cualquiera que haya deambulado por el centro de Puebla a la altura de la cinco poniente llegando a la Catedral, se habrá sorprendido de encontrarse con un edificio del siglo XVII cuyo azulejo ostenta la estrella de David, fachada que data de un siglo posterior al de la edificación original y en la que el petatillo se entrelaza con el referido símbolo.
Posterior remodelación de una fachada que habría sido motivada acaso por la intención de rescatar la memoria de Diego de Ordaz, e incluso, de los sacrílegos que desafiaron en el Cerro de San Juan a todo el orden social de una época, tal y como al efecto hicieran otro tanto, los conjurados en la “casa roja” de la Ciudad de México tal y como al efecto lo narra Vicente Riva Palacio.
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