Se ha manejado que el proceso electoral del 6 de junio es el más grande de la historia, lo cual es cierto. Pero su importancia radica no solo en el tamaño de la misma, sino también en las consecuencias que puede traer a la democracia mexicana. Incluso hay quienes piensan que, si gana el proyecto del presidente, estas serán las últimas elecciones libres y manejadas por ciudadanos.
Esto, al menos esto ya lo ha advertido el ala más radical que se encuentra dentro de Morena y que comienza a ganar impulso.
Para este proceso electoral, hay 3 preguntas sobre las elecciones del 6 de junio que es importante conocer y responder antes de decidir en qué sentido emitiremos nuestro voto el próximo 6 de junio: 1. qué se juega en ellas; 2. cuál es su lógica político electoral y 3. quién ganará y qué es ganar.
Lo que refiere a la primera pregunta sobre qué se juega, los simples números dan una idea sobre el tamaño y la importancia de lo que se juega.
En estas elecciones se elegirán 19 mil 915 puestos de elección popular, entre ellos los gobiernos de las 100 ciudades más importantes del país, en las que encontramos a la capital de Puebla, San Andrés Cholula y Tehuacán, incluidas entre estas 100. A su vez, se eligen 15 de los 32 gobiernos estatales, 30 de los 32 congresos locales y los 500 puestos de representación en la Cámara de Diputados, de los cuales 15 le corresponden a Puebla por la vía uninominal más los que corresponden a la vía plurinominal.
Esta legión de candidatos que compiten en esta elección contra candidatos del gobierno prueba, con solo realidad numérica, que la oposición no solo no está postrada o ausente, sino que se encuentra presente y activa con candidatos propios en todo el país y que están compitiendo al tú por tú con los candidatos oficialistas.
Considerando este tremendo número y su complejidad territorial se juega, sin embargo, algo muy preciso y estricto, en cierto modo simple, a todas luces decisivo para los años que vienen y para el futuro a corto y mediano plazo de nuestro país. Se juega la continuidad o discontinuidad del proyecto de gobierno del presidente López Obrador, eso que el sigue llamando cuarta transformación.
Y es que, si el presidente pierde la elección de junio, perderá impulso, perderá legitimidad, perderá iniciativa. Entrará al ciclo normal de los gobiernos democráticos. En año y medio más será un presidente saliente, sometido al calendario de elecciones de 2024 y su proceso “transformador” habrá llegado a su fin.
Por el contrario, si el presidente gana las elecciones que vienen, tendrá un nuevo impulso, refrendará su legitimidad, conservará la iniciativa y su proyecto político. Será un presidente fuerte en el año y medio que sigue, podrá afianzar y ampliar los cambios legales e institucionales de sus primeros tres años y generar nuevos cambios como los que pretende hacer al Instituto Nacional Electoral.
Ganando, sin duda, el presidente tendrá la tentación de conservarse en el poder, sea mediante una reelección, sea mediante una ampliación de mandato, como lo quiere hacer en la Suprema Corte o como lo intentó en Baja California con la llamada “Ley Bonilla” que fue desechada por la Suprema Corte de Justicia.
Si no tanto para eso, al menos tendrá poder para tratar de imponer en su partido a un sucesor al que crea que puede manejar, como una extensión de su mandato personal, así como que le ´puedan cuidar sus espaldas.
Este ganar o perder del presidente, este más o menos de lo mismo, es lo que se juega en el fondo de la enorme elección de junio.