Dulce Palmira Conde. (Veracruz, Ver. México. 1993).
Lic. En Psicología por la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV), actualmente estudia la licenciatura de Sociología en la UNAM en modalidad a distancia. Tomó un curso de creación literaria en el Centro Cultural; Yabebirí en 2018. Se ha dedicado a la docencia en niños de 3 a 12 años, y en comunidades rurales por parte de CONAFE, ejerció como profesora de primaria en niños de 7 a 12 años y tiene un amplio interés en la investigación. Se considera un diamante en bruto en el campo de la literatura y hasta ahora no se había decidido a publicar sus textos.
(Presentamos algunos fragmentos de su obra)
Los aretes que me regresaron
Te cuento una historia sobre un par de aretes que me regresaron; no fue que me hubiera perdido, tampoco estaba raptada, tuve que estirar la mano. Adornaban el adorno, el paisaje, las orejas y el misterio detrás de ellas. Entre lóbulos. Te voy a contar; cómo frenaron granadas y formaron arcoíris en huracanes con sangre. Lucían … te lucen bien.
¿Quién te llena con aretes?
La amistad de la noche no entiende mi pregunta, no es porque sea compleja, es por falta de experiencia. Pregunté sobre sus relaciones, me dice que no han valido la pena, que ojalá me pudiera multiplicar, me causa gracia y brotan carcajadas coléricas, me duele el abdomen; que cansado es.
¿Dónde caen los aretes?
En mis no pies, en mi frente unida con mis labios, en el brazo conspirando con las uñas.
¿Los aretes regresan?
Son para volar.
Sobre los días de equinoccio
Se observan que vienen y van, acalorados buscan un lugar, una cama, una almohada para compartir.
Desesperados.
Señales deberían existir, algún cartel o anuncio, eso comentan los derretidos. Abatidos deja el verano a quienes transitan y esperan sus regalos, la caída y retazos de tela con tintes y aromas de añejo, con pulsos perdidos y el cabello igual que el sol de junio. Los apegos se vuelven cínicos, sin reglas, y el individuo no tiene problema con que se haga público, uno llega a pensar que esas actitudes, danzas, o como se le guste llamar, son de animales.
Ojalá llegue el día en que no tengan que tomarse de las manos, donde el contacto no sea necesario, que no existan los matrimonios, ni los besos en mejillas. Noche y día para romper pactos, que se olviden los tratados, que aprendan a vivir sin estar esposados. Que pobre es la visión de con quienes duermo. Que pérdida de tiempo el comentar lo silenciado. Que ganas de apretarte las mejillas.