Diana Fajardo Suárez (Puebla, 1999). Estudia la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ha publicado muestras de su poesía en la revista Cinco patios de la BUAP y en el blog Poesía de morras: Escribir nos salva. Se interesa por los temas educativos, la escritura experimental y el fomento de la lectura. En sus persecuciones poéticas ha explorado tópicos del anhelo y la inmediatez del presente.
Callada
Siempre te dijeron que calladita te veías más bonita
y preferías obedecer porque sabías que
emitiendo el menor ruido, hablando y opinando los
golpes se iban acumulando.
Un padre que llegaba borracho
y con gritos te despertaba para que le atendieras,
tu madre asustada haciendo lo que le ordenaba
aunque bofetadas e insultos le llovían por la madrugada.
No había comida en la casa,
nadie tenía un centavo en los bolsillos
y para aportar algo tenías que trabajar
soportando los abusos de enfermos pervertidos que decían ser inofensivos.
Por fin tu cumpleaños y no había pastel,
tampoco una velita que soplar para que Dios algo te pudiera conceder,
tu regalo era una muñeca vieja
de un bazar que estaba a las afueras,
sin globos con los cuales jugar,
solo disculpas de todo lo que no te pudieron dar.
Tu hermana tan joven,
casándose para no soportar los llantos y agresiones
sin saber que sería prisionera de un nuevo hombre.
Tú enamorada, repitiendo la historia de tus padres,
perdonando errores soportando humillaciones,
disfrazando el amor que te faltó,
¡oh niña moribunda, que cree en el cambio sin razón alguna!
Estás cansada, pobre alma abandonada,
tu familia te rechaza,
tus amigos te dan la espalda,
tu perro se murió
y no sabes hacia dónde poner la mirada.
Tienes heridas en la piel, cicatrices que no son de papel,
el espíritu dañado de ver cómo a golpes
a tu mamá le quitaban de los brazos a tu hermano.
Con la muerte de tu abuela tu vida querías terminar,
te preguntabas: “¿qué caso tiene continuar?»
sin esperanzas de respirar,
con la mente perdida y el cuerpo agonizando,
todavía lloras en la cama sin la ninguna alternativa de poderte superar.
Es quizá tu arte el que te mantiene en pie,
pues hoy con tus desgracias sacas al menos para comer,
tus responsabilidades aumentan
pues tu madre ya pasa de los sesenta,
se hace pequeña,
con arrugas en la cara y canas en la cabeza,
sabes tu compromiso,
ser agradecida con quien siempre te quiso.