José Antonio López Sosa
Ayer en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, hubo dos informaciones que destacaron, en primer lugar su retorno cuando apenas se está recuperando del Covid19 y en segundo, el hecho que reiteró que no usará cubrebocas.
Mi colega Carlos Tomasini, de Código Libre, preguntó sin darle espacio para divagar –como suele hacerlo el presidente–, el cuestionamiento central fue si usaría o no cubrebocas luego de haberse enfermado y la respuesta fue no.
El presidente es quien toma al cubrebocas como un elemento político y no sanitario, evidentemente con esa base política y no científica, su subsecretario López-Gatell ha defendido esa postura contraviniendo incluso la recomendaciones internacionales, descalificando con enorme soberbia las recomendaciones que vayan en sentido contrario.
Concuerdo en lo personal, en que la solución no debe circunscribirse a acciones coercitivas tales como toques de queda, sin embargo, el uso obligatorio de una mascarilla no constituye un acto autoritario, se trata de cosas distintas.
Me pregunto, ¿por qué tanta fijación del presidente por no usar cubrebocas?, ¿por qué politizar un elemento de salud pública tan simple?
También como una suerte de doctrina, dijo que no se vacuna porque respeta los tiempos, acusó que jefes de estado de otros países se han vacunado con el pretexto de dar ejemplo. Ni lo uno ni lo otro, el señor López Obrador se alquila como presidente de México, como tal, es el jefe de estado y su buena salud es materia de seguridad nacional, por supuesto que debió ser de los primeros vacunados, sobre todo porque como dice, no deja de salir y trabajar, no se trata de él mismo –como reiteradamente dice– sino se trata de la figura presidencial.
Que un jefe de estado no se vacune de forma prioritaria no significa honestidad sino populismo.
Afortunadamente el presidente salió bien librado de la enfermedad, se reestableció favorablemente de la infección por SARS-CoV-2; lamentablemente no cambia su fijación por no usar cubrebocas.