David Orozco de Gortari. Nacido en la Ciudad de México, hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad La Salle y obtuvo el título de Ingeniero Mecánico Electricista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre otras actividades extracurriculares, tomó un curso de metales en la Escuela de Artesanías del INBA.
Profesionalmente se desarrolló en la rama industrial. Participó, entre otros, en el programa OEA-92, para el fomento económico de comunidades indígenas en la Meseta Purépecha, en Michoacán. Participó en el Programa de Formación de Operadores de Maquinaria Agrícola para la preparación de tierras de cultivo y también en el Programa para el Rescate del Patrimonio Cultural y Artístico de los Ferrocarriles Nacionales (antes de su venta).
Actualmente explora el mundo de la literatura como vehículo para expresar inquietudes o reflexionar sobre la vida. Bajo la tutela del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró; adquiere las herramientas necesarias para narrar sus propias historias.
Todo sobre su madre
Yo no podía hacerle sentir que vivía feliz. Mi mundo era muy diferente al suyo…
—¡Joaquín, qué gusto me da encontrarte, después de tantos años! —dijo, dándome un caluroso abrazo.
—¡Qué bien te conservas, Santiago! —admití y realmente estaba emocionado de verlo—. Vamos a tomarnos un café para ponernos al día — indiqué señalando al restaurante de la esquina, le eché el brazo sobre los hombros y caminamos juntos.
Santiago era un hombre de cincuenta y tantos años, pero parecía de menos edad. Habíamos sido vecinos y amigos en el antiguo barrio de ricachones, donde vivía cuando era niño. En la preparatoria, a papá le ofrecieron nuevo trabajo, nos mudamos a otro estado y dejé de verlo. Ahora, aprovechando las vacaciones con mi familia, había ido a visitarlo.
Nos sentamos en una mesa al aire libre y el mesero trajo sendas tazas de café con aroma de vainilla. Entre sorbo y sorbo, con la voz apagada, Santiago confesó que seguía viviendo en casa de su madre:
—Me casé, al poco tiempo me divorcié y ya no lo volví a intentar. Mamá no soporta que otra mujer absorba mi tiempo. Solo ella sabe lo que me conviene. Estudié la carrera que seleccionó para mí y hoy trabajo en el negocio familiar. Soy uno más en su grupo de amigos porque, según ella, las buenas influencias son necesarias en un mundo tan competitivo. ¿Recuerdas aquella muchacha, bajita y muy bonita, de quien estaba enamorado? Pues la relación no prosperó gracias a mamá.
Escuché, mudo, el soliloquio de Santiago porque no encontraba cómo decirle que debía romper el círculo vicioso en el que vivía. Supe que había contraído matrimonio con Cecilia y que al principio su madre la aceptó, pero al poco tiempo se cansó de ella e hizo que se separaran. ¡No lo podía creer!
—Ya estoy cansado de vivir la vida cual títere —aceptó, finalmente—. No sé cómo cortar el invisible cordón umbilical que me une a mamá. Tengo que reunir mis propios recursos, irme a vivir a otra ciudad y buscar nuevo trabajo.
Tras el silencio incómodo de la desesperanza, dijo:
—Ahora platícame de ti…