Cuauhtémoc Merino. El moisés líquido

 

Cuauhtémoc Merino. Su mamá Chelo le dijo que nació en Cuautla, Morelos, y que es de signo Caprichornio. Dice él que es licenciado en Literatura Hispánica y Lingüística de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP, o del parque de Santo Domingo, Deefe, ya ni se acuerda, pero lo que no dice es que fue becado para estudiar literatura en Moscú, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, 1986, de donde lo corrieron antes de que le cayera en la tatema un trozo del Muro de Berlín.

Por exceso de chelines fue profesor rural de secundaria, en preparatorias privadas, de razón, y de varias universidades como la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y el Instituto Politécnico Nacional, IPN, y de otras universidades particulares de gran prestigio, patito.

 

El moisés líquido

 

Cuauhtémoc Merino*

A Mireya Geraldo

 

“El agua sucia no puede lavarse.”

Proverbio africano

 

“Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos.”

Nelson Mandela

 

Bruno, triste, miró a sus perros, gatos, gallinas y a una cabra flotando, putrefactos, en el río que caía montañas abajo. Apretó los puños, observando. Pena, ira. Buscaba a Río y entró en un oscuro “bostezo de la tierra”, de pronto, Río, fuerte, ancho, y cristalino disminuyó su caída y salió de su cauce, y la caverna se iluminó y Río invitó al niño a tomar asiento en una gran roca y, entonces, un perrito sin pelo, un xoloitzcuintle caracoleaba entre sus robustas piernas. Sus barbas y cabellos hirsutos chorreaban. Bruno, te conozco, ¿qué te sucede?, Río le preguntó. Mis amigos mueren cuando te beben y me dijo la abuela que era por tu culpa. Ella tiene miedo. Me mandó a buscarte. Mmmmm, poco puedo hacer, contestó el Viejo agua. Mi abuela me dijo que te diera esto y le extendió una jícara con cacao cubierta con un paño blanquísimo bordado y  le preguntó ¿Por qué?, mirándolo  fijamente a los ojos, Mira, Bruno, yo soy el Alfa y Omega, soy las  tres partículas cósmicas que crean la vida en el  universo y, por ejemplo,  desde el origen de ésta, Lilith y su compañero, en el paraíso,  antes y después de comer el fruto desnudo  de la sabiduría, “Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum, Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”, me bebían y hacían sus abluciones sagradas antes de engendrarte  entre mis cuatro brazos, Pisón, Gihón, Hidekel y Phirat, estos dos últimos también llamados Tigris y Éufrates,  y fueron quienes regaron los edenes colgantes de Babilonia mientras, sus sabios me bebían e inventaban el libro Quitaf alif naila na laila, Las mil y unas noches, y los números que miden al universo y al átomo.

Confucio, Lao Tse y Mao me dijeron “gracias, Yang Tse”, mientras bebían el sol, la luna y a mí; y los campesinos y sus compañeras, frente a la muralla, copulaban para hacer germinar los arrozales y de mi cauce los fenicios iniciaron la alquimia y sus mujeres, la agricultura, mientras Keops, gatuno, ronroneaba papiros, barcazas, cerveza y mis nombres, Iteru, Al nil o Nilo.

Khalil Gibrán y sus cedros pensantes me reverenciaban como Nahr al Litani o Baalbek en Líbano, y Río guardó silencio.

Miró de soslayo al pequeño. Cruzó una pierna sobre la otra y señalando con el dedo hacia lontananza continuó: De mi cuerpo salieron los peces y las plantas que lo mismo alimentaron al esclavo que a Buda o a Mahoma o que santificó el bautismo de dos primos unidos por el infortunio, Yohanan y Yóshua, pero, ahora, en mí, corren venenos y quien me beba, muere, porque, Brunito, puedes sobrevivir sin amor, pero sin mí, no, le dijo el viejo cariñosamente. El ser humano es necio por naturaleza, ya lo comprobarás, y olvida que su ciclo, la proporción de su cuerpo, de la tierra y la mía son iguales. Somos Uno y Todo. Sin mí no habría civilización ni cultura ni hombres ni vida: Me llamo Legión: Rhin, Po, Jordán, Usumacinta, Maskvá, Bravo, Vístula, Atoyac, Volga, Amazonas, Danubio, Jalatlaco, Don, Támesis, Cuautla, Sena, Tíber, Balsas, Véneto, Ganges, Níger, Orinoco o Argentum.

Bruno, entonces, miró los pliegues en la frente de Río, es un joven viejo, pensó. Salieron de la caverna y tomaron asiento bajo un ahuehuete y, en el cuerpo líquido de Río, los peces multicolores brincaban y los nenúfares violetas, blancos y azulencos del impresionismo flotaban en él. Sol cenital. Puedo ser el más sensible, dócil y tierno, soy arroyo y arrullo; cuna, moisés y mortaja, soy laguna, sangre, efluvio divino, mar, río subterráneo, saliva, océano, lago, sudor, amnios, cenote, granizo, nieve, manantial, semen, glaciar o las lágrimas filosas de un niño hambriento, con sed, o de una madre o un padre llorando ante el cadáver de su hijo tendido.

Netzahualcóyotl, Cuitláhuac y nuestro último tlatoani, El abuelo joven, Cuauhtémoc, ungieron sus cuerpos en mí cuando yo brotaba helado del Popocatépetl en la gran ciudad flotante, Tenochtitlan y antes de que Águila que desciende, que no cae, se metamorfoseara en evémero y aquí, en Huaxacac, Oaxaca, El Señor Ocho Garra de Tigre y la bella Donají también fueron paridos en las riberas del Apoala.

Río y Bruno echaron a caminar y entraron en la caverna, descendieron en penumbras. Tú, ustedes, también partirán, en tanto, los seres humanos me mancillan y destruyen, le dijo Río señalándole cómo se bamboleaban, en sus aguas turbias, animales, flores, ¿un niño, una niña?, con los vientres hinchados y en la ribera, el xoloitzcuintli hacía cabriolas y olisqueaba a los recién llegados.

Aquí, en el Mictlan, Tierra de los muertos, entre los ríos Apanohuacalhuia y Apanohuaya, aquí, en el Hades, me llamo Aqueronte, Dolor; Cocytus, Lamentos; Phlegethon, Sangre hirviente hasta llegar al río Leteo u Olvido o al Estigia o Sagrado. Triste y furioso soy ciclón, maremoto, tornado, huracán, tsunami, diluvio o veneno por culpa de la estulticia que me escupen y porque han abierto en canal a mi compañera, La tierra, para sacarle del vientre divino las piedras lunares que los dioses machos Belcebú, Baal, Moloch, un becerro áureo y los resplandores de Mammón ordenaron llevar al altar de los sacrificios. Veremos si son como Midas y convierten la muerte en vida, concluyó. Un silencio se alargó, reptando. Bien, Bruno, ahora ya lo sabes, anda, ve a casa, te deben estar buscando. No, espera, ¿cómo te puedo ayudar?, preguntó el niño abriendo sus ojos. Mmmmm, aún eres muy pequeño. No, dice la abuela que ya estoy grande, tengo siete años. Mmmmm, bien, empecemos, ve y cuenta a las niñas, a quienes debemos sensibilizar primero y que nos guíen, porque ellas engendrarán la vida, y diles a tus amiguitos que platicaste conmigo, que estoy vivo, que siento y que junto con La tierra somos sus padres primigenios y que si nos destruyen, se aniquilan a sí mismos. Busca, busca, Bruno, a los seres humanos que se aman a sí mismos, primero, a quien ame a la naturaleza, porque quien ama la tierra, ama sus frutos, sus árboles, las flores y a todos los animales y, por lo tanto, amará al agua y, hasta entonces amará a Dios y a su compañera, Natura naturata, deus in rebus, El ser creado y Dios están en la naturaleza y en las cosas.

Busca a quien humilde y descalzo siembre un árbol, cultive amorosamente la tierra, a quien alimente, respete y juegue con nuestros hermanitos menores, los animales. Busca a quien acaricie maravillado, con ternura, una gota titilante del rocío al amanecer, a quien aspire respetuoso los colores de los pétalos y sienta que cada gota de la lluvia es la chispa divina y que cuando me beba, cierre los ojos y agradezca como cuando ora en el tabernáculo a los cuatro vientos, bajo las nubes.

El niño le observaba y oía atentamente y entrecerró sus ojos. Dile a tus amiguitos que ni su Madre Tierra ni yo somos basurero y a los adultos, ah, los necios, diles que les dimos la alquimia para hacerles menos penoso y triste el viaje, como Prometeo el fuego, no para que nos echen sus venenos, sus ambiciones crueles y demencia suicida con armaduras metálicas, diles que todo lo que esté a favor de la vida, eso, eso es el bien, Brunito, dijo Río.

Y en la penumbra, el niño empezó a ver que el agua también se convertía en un torrente lácteo de cometas y estrellas. Diles a los necios que ya es momento de parar mi destrucción y la de la tierra, que se deben cultivar bosques, limpiar ríos, mares y lagunas y volver a crear edenes terrenales y los celestiales, los celestiales vendrán por añadidura.

Busca, busca a las niñas,  a las mujeres y a sus compañeros que no sean egoístas, que no actúen para lo efímero, para lo inmediato; encuentra a quien piense, trabaje y actúe para las generaciones venideras y evita a todos, a todos los sacerdotes y guías que no trabajen con ustedes, a su lado, huye de los que no coman, que no bailen y no lloren junto a ustedes, de los que no laven sus pies en mis aguas ni entren descalzos en el bosque ni en el desierto ni en la nieve, desconfía de las palabras muertas de ésos y escucha las voces palomas de las mujeres jóvenes y las ancianas y,  hasta entonces, hasta entonces, habrá futuro, le dijo Río a Bruno.

Y el pequeño miró cómo muchos peces y caracolas fluorescentes nadaban en el cuerpo del gigante líquido y curioso metió sus deditos en el costado de Río y una medusa azul cobalto suavemente los rozó.  ¡Ah!, y devuelve esto a tu abuela, dale las gracias -y le regresó el pañuelo- y dile que, cuando llegue el momento, ella lo sabrá, no tendrá miedo alguno y que, con este bordado, ella deberá cubrir su cabeza y con perrito, aquí, a mi lado la esperamos. Dile, ella sabrá qué debe hacer contigo y con su gente, le dijo Río jugueteando con su mano sobre la cabeza y los cabellos del niño.

Anda, ahora sigue ese hilo plateado de telaraña hasta la salida, Río le dijo con los ojos cristalinos y la voz ronca cayendo en cascada. El perrito lamió las manos del pequeño, quien empezó a subir en silencio a la cima de la dulce montaña ensangrentada y cuando salió del “bostezo de la tierra”, miró a los niños y las niñas trepar a los árboles, jugando, arrojarse al agua limpia con sus sonrisas colibríes mientras, otros comían ciruelas, membrillos y mangos verdes sentados en la ribera. ¡Hey, miren, ya llegó Bruno, ya llegó, ven, ven a jugar con nosotras, ven…!, le gritaron. Y Bruno recordó a su abuela, apretó entre sus manos el paño blanquísimo bordado y alcanzó a oír los ladridos agudos de un perrito sin pelo y la letanía de un poeta libanés con un coro de cedros desvaneciéndose a lo lejos, muy a lo lejos…:

“Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo…/ mira para atrás, para todo el día recorrido,/ para las cumbres y las montañas,/ para el largo y sinuoso camino que atravesó entre selvas y pueblos,/ y ve hacia adelante un océano tan extenso,/ que entrar en él es nada más que desaparecer para siempre./ Pero no existe otra manera./ El río no puede volver./ Nadie puede volver./ Volver es imposible en la existencia./ El río precisa arriesgarse y entrar al océano./ Solamente al entrar en él, el miedo desaparecerá,/ porque apenas en ese momento,/ sabrá que no se trata de desaparecer en él,/ sino volverse océano…”

Cuautla Morelos Zapata, agosto 2021 y

La Quiñonera, Coyoacán, noviembre 2024

 

*Gallegos, Jaime, et alii, Boletín Digital de la Fundación Alfredo Harp Helú, «El moisés líquido o del agua», Número 7, septiembre 2021, (Recuperado 22.11.2024) https://pagina3.mx/2021/09/boletin-digital-de-la-fundacion-alfredo-harp-helu-oaxaca-7/, pág. 4