Corea Torres. La vieja milonga

 

Corea Torres. (Originario de Nicaragua. Naturalizado mexicano. Reside en Puebla, Pue. México)

Poeta, escritor, crítico literario.

Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura.

Fue editor y colaborador de la sección de Crítica, de la revista virtual www.caratula.net, dirigida por Sergio Ramírez (Premio Cervantes de Literatura 2018).

Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide, en Puebla, perteneciente al Programa Nacional de Salas de Lectura.

Asesor independiente de proyectos literarios

Ha publicado: Ámbar: Espejo del instante (Poesía 2020. Colectivo de tres poetas en Puebla. Ed. 7 días; con el poemario aleteos de un funámbulo).

Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nicaragua).

Los guajolotes de donde La Güera, cuento antologado en el libro Puebla directo (Ayuntamiento de Puebla y BUAP, 2010).

ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE. Premio de publicación).

Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP).

Fue autor de la columna Libros de la revista semanal MOMENTO en Puebla (1997- 2015).

Ha publicado poesía, cuento y ensayo en revistas y diarios de Puebla y Managua.

Ha impartido talleres de Creación Literaria: Poesía y narrativa, en la Casa del Escritor, en la Casa de Cultura de Puebla, en el BINE, en la Escuela de Economía BUAP; en la SOGEM, Capítulo Puebla.

 

La vieja milonga

A mi hermano Justo Emilio

                                                                                                                                              aquí, allá, en todas partes.

 

 

I

Ahí estás,

tienes diez años

y el nervioso caminar de la energía.

Subes a los árboles

como si fueras ardilla.

Los frutos desean esconderse

ante la revolución de tus manos,

que viborean en busca de los maduros.

Sigues subiendo y desde la gavia

avistas nuevos paisajes.

A la derecha de tu mano

mantienes el ventarrón de tu mirada:

paloma encorajinada sin disposición al coloquio,

otea el nuevo color del viento,

el orquestar de trinos.

Los pájaros se tienden en el vacío,

son tu envidia y tu proclama.

 

¡Quiero volar!:

dijiste.  No te lo creímos.

Mientras                      una rabia precisa

impregnada en los dientes de un perro

cuando te arañó la faz,

fue el signo iniciático de tu corta

historia de fatalidades.

Justo Emilio                 Milo                Milonga

¿Qué intrusa idea

te alejó de nosotros sin despedida?

¿Quién te invitó a dejar

la hermosa casa de tejas?

Acaso fue tan potente la llamada para dejar

inconclusas tus huellas.

O sólo marcaste el vaticinio de nuestra propia difuminación.

 

Un hueco de abrazos ronda la

espalda de amigos y hermanos.

Las mujeres de tu casa hacen migas

con los fantasmas de tus gestos.

El reinado del polvo ha impuesto su autoridad,

mas presiento que no es tierra árida

ni seca,

la que te espera del otro lado,

es la selva del trópico nuestro

con su vendaval de mangos y

floresta de verdesiempre.

 

Estarán en esa otra orilla:

las pozas donde nadamos

y los riachuelos poblados de pepescas.

¿Te acuerdas?…

la persecución de globos y cometas,

el trompo girando, haciendo su propio mundo

en tus terrosas manos,

la bolsa de los pantalones desbordando canicas,

y la correteada por los pretiles

al escaparte de tus captores en la fraterna

guerra de espadas.                    Correr, correr y correr tras la

pelota de hilo y caucho, hacerla tuya

ante el desespero de todos.

y nosotros a la zaga, mi querido Milonga…

¿Te acuerdas?

 

II

Aquella tu imprescindible vivacidad,

aparecida cada viernes antes del anochecer

-cíclico talismán contra la tristeza-

no hacía más que afirmar

tu oculta certidumbre

de que éramos rehenes de tus hechos,

y que contigo desaparecerían los misterios,

se diluirían las ansias prematuras

exorcizando así los cándidos demonios

de nuestro pequeño infierno.

 

En ese café barro de tus ventanas

escribías los rasgos más insistentes de tu vida

y hasta allá, muy atrás, iban a dar,

buscando el anonimato,

la temperada espera.

 

 

Ocre tierra: tu mirada también fue la guarida

donde se ocultó el grito de la comadrona

cuando nos dijo:

¡sálganse chigüines!

entonces oímos por vez primera

anunciarte como el ombligo de la cofradía:

Soy Justo Emilio,

-el mismo nombre de nuestro padre-,

Soy Milo,

-para la tribu, después: la vieja Milonga-.

Los limones del jardín saludaron,

los alhelíes de mi Coquito

se pusieron más rojos,

la cocina dio la bienvenida con oloroso café y

las tejas del techo presintieron tus pasos

de chavalillo montaraz,

que después embadurnó boca, manos y camisa,

con los almíbares dulcísimos

del mango y del jocote,

que chorreaba lactancia

de sus morenos labios,

y anduvo descalzo apedreando iguanas

y persiguiendo nubes en los cañaverales.

 

 

 

 

III

Ahora que ya te fuiste

he comenzado la otra búsqueda,

la que está en el recuerdo

 

en medio de un bosque

donde árboles desnudos

con sus erizas ramas

esculcan en todas esas cicatrices

construidas,

mientras yo avasallaba la vida

y tú tenías hijos.

Presiento la vieja milonga

en el otro jardín:

mesa puesta,

no puede ser de distinta forma.

Entonces de qué serviría el viaje tan temprano.

 

No sé si tu muerte sea justa,

pero ha segado con su invidente espada,

esta furia de pasos

acomodada en las estrías de los instantes,

o tal vez te otorgó el privilegio

de conocer anticipadamente

el patio trasero del espejo.

 

De este lado,

aquí afuera de tu nuevo mundo

seguimos siendo,

pero sólo para oír tu exiliada voz,

hermosa voz

que habla a ritmo de tropezón y risa

con el aliento atragantado de fruta.

 

De este lado y en este instante,

como en los otros cuando estás conmigo,

no poseo otra cosa más para darte, que mis palabras,

esta suerte de poema

conseguido a retazos,

a golpe de memoria,

a la distancia de tu dolor

y a la cercanía de tu partida.

 

IV

Estás ahí,

de espalda,

besando la tierra que te inventó,

no puedo ya juntar tus pedazos

para ver caer la tarde del tiempo,

la vida, la muerte, esa dualidad implacable

lo impiden.                  Pero la memoria es alcahueta de los sentidos,

me tiene prisionero, indemne,

solazándome con la persecución de globos y cometas.

 

De repente tu desaparición

puso en evidencia

mi insalvable humanidad,

mi palabra salió

blandiendo en los espacios lejanos

cierto dolor apretado,

hubo maravilla ante la palidez

y un dejo de suspiros atragantados.

 

V

Parece vacío el solar

después de la partida.    No hay milonga de voces rápidas,

ni carcajadas que suenen a tono.

Mamá y nuestras hermanas llorando frente a ti… cadáver,

y yo, lejos.

Tu mujer busca en esta realidad

encuentra a su Milo cubierto de polvo,

párpados vencidos

libre del peso del dolor,

y yo, muy lejos.

Mis hermanos, tus hermanos, te cargan,

sus lágrimas de varón están adentro

desgarrándoles,            precisan hacer cosas,

atarse a un quehacer no necesario para salirse,

para no irse contigo,

y yo, tan lejos

Cuatro hijos que no lloran,

exigen milagros a la verdad de la ausencia,

y yo, a la distancia, lejos

Tus amigos alegan verte ya,

que no hagas bromas:

paga las apuestas, invita las bocas, destapa el ron,

y yo, no estoy ahí.

Te dejé huérfano.

Nos quedamos huérfanos.

Nos quedamos lejos.

Corea  Torres.

Managua, Nicaragua.

Puebla, Pue. México.

Dic. 1999 -Feb. Jun. Jul. 2004.