José Antonio López Sosa
Caye Caulker, Belice.- Llegué a esta isla en enero de 2001, luego de una travesía por Guatemala y el oeste de Belice con René Flores (hoy doctor en sociología e investigador de la Universidad de Princeton), Marek Sadowsky (exiliado de la Polonia socialista) y este reportero, entonces estudiante universitario.
Me pareció un paraíso terrenal, en contraste con lo gris de la Ciudad de Belice, Caye Caulker representaba un resabio de naturaleza con manglares, vida silvestre y un pueblo pintoresco con hoteles rústicos y respetuosos del medio ambiente. Me enamoré de esta isla, volví en 2007 con mis amigos del Colegio, en 2010 con mi esposa y mis padres, en 2019 con mis hijos y mis amigos del Colegio (y sus familias) y ahora, a pasar el año nuevo 2022 con un grupo de amigos del Centro Asturiano. Solo una vez, en 2019, vine como periodista invitado por la oficina de turismo de Belice.
Al pensar en un lugar apacible de descanso y naturaleza, no tenía otra primera referencia que no fuera Caye Caulker. Esta isla estuvo deshabitada hasta el siglo XIX, cuando la Reina Victoria de Inglaterra, autorizó la venta de la isla a Luciano Reyes (1870), un maya mestizo proveniente del norte de Yucatán (México), que huyó por la Guerra de Castas. Luego de la compra, la isla se dividió entre siete familias y así comenzó la historia humana en Cayo Hicaco, que por su derivación al inglés y al creol, fue llamado Caye Caulker.
El cayo no tenía playas, solo manglares, en algunas regiones se cortaron para crear el pueblo. Fue en el año 1961 que el huracán Hattie, de categoría 5, impactó a finales de octubre la isla, entró por la parte más estrecha destruyendo una escuela, resultando 13 niños fallecidos y partiendo la isla en dos, desde entonces el “Split” se convirtió en una playa creada por el huracán y la isla está dividida en dos, la parte norte y la parte sur.
La parte sur tuvo un desarrollo turístico desde los años 70, cuando yo la conocí en 2001 –insisto-, me pareció un paraíso desmedido.
Los años han pasado y con tristeza observo como ha crecido la deforestación desmedida de manglares, como las construcciones caribeñas pintorescas se convirtieron en edificios de hasta 5 plantas, como los carros de golf crecieron en número sin control alguno y lo que un día fue un paraíso esplendoroso, hoy es una isla del Caribe semi urbanizada, mal planeada, con una sobre explotación turística y con miras a terminar con la naturaleza que durante un par de siglos ha sido su principal atractivo.
Hoy los restaurantes se cuentan por decenas, es casi imposible encontrar cocina beliceña, fusiones internacionales (en muchos casos mal elaboradas y con precios excesivos), dando prioridad al trago y los cocteles que a la comida, en una especie de spring break permanente. Desde el sitio donde tardan más de hora y media en servir un desayuno (como Namaste Yoga Café), hasta el restaurante italiano donde el dueño hace bromas por no aceptar tarjetas bancarias como forma de pago (Pasta Per Caso Anna & Armando) con cuentas que superan los 100 dólares por comensal. La playa pública, el famoso Split, hoy está concesionado al restaurante bar Lazzy Lizzard, por lo que ya no hay playas públicas como tal.
En la parte sur de la isla, detrás del pequeño aeropuerto, sigue el crecimiento con casas particulares sin control y la destrucción del manglar. Recorrí también la parte norte de la isla, un conjunto de departamentos de lujo, con una especie de muelle privado donde hace pocos años había una gran reserva de manglares, decenas de predios aplanados, con el mangle cortado en sus orillas, letreros de venta, de desarrollos urbanos, en fin, una devastación sin medida en Caye Caulker.
Pasé unas vacaciones muy a gusto, los costos se elevaron exponencialmente y los sitios están más saturados de lo que solían ser hace años, los ojos del periodista ven con tristeza como están acabando con lo que queda de la isla. Están las autoridades en Belice a muy buen tiempo de intentar regular lo que ha crecido de forma desmedida y buscar la esencia turística de esta isla, trabajar en serio en eliminar la venta de droga y re censar tanto hoteles, como casas de turismo, restaurantes y operadores marítimos.
Me voy contento por las experiencias y decepcionado por lo que encontré, a diferencia de hace 20 años, un sentimiento dicotómico que más que alegría, me trae tristeza porque desde que vine por primera vez, me enamoré de esta isla y con tristeza observo como la están devastando a pasos agigantados.