Aurora Olmedo. Es profesora en Filología Inglesa y Literatura. Miembro del Centro de Escritores Argentinos y Latinoamericanos (CEAL) y de El Mundo de Crisálida, España, dirigido por Concepción Izquierdo. Coordinadora en Argentina de Sabersinfín, produce y conduce el programa #Poesíaalasocho, una transmisión originada en México, con público en toda Latinoamérica. Distinción al Mérito Civil “Dr. Salvador Calva Morales”, México. Ha participado en antologías nacionales e internacionales. Ha sido jurado en diferentes oportunidades, en Tres Arroyos, Azul, Mar del Plata, etc. Ha participado en ferias del libro en Argentina y en España. Coordinó el taller Las letras y los días y, últimamente, el taller Con tu propia voz. Actualmente se desempeña como profesora, especializada en Literatura Inglesa. Ha publicado veintitrés libros de poesía, cuentos y novela corta, crónicas de viaje y poesía infantil. Ha recibido 210 premios, menciones y distinciones en Argentina, España, Cuba y EE.UU.
Anatomía del olvido
Me resumo
entre los interminables embriones del asombro,
y sé que la memoria tiene una ebriedad
de amnióticos recursos.
La memoria es la tangible y vulnerable
superficie de un libro infinito que me escribe.
No escapo al devenir del universo
pero, a veces, me queda pequeño el universo.
Habrá olvido, algún día, cuando deje atrás las vidas
que inmolé en mi nombre,
cuando acepte el indulto de las tabulas rasas
e inaugure un final para aliviar el peso.
Será que el pasado es la inmortalidad que no se explica,
una metáfora interminable de las repeticiones.
Hoy sé que no tienen porvenir
mis intentos de amnesia, esta banalidad de las amnesias.
Es imposible el olvido en la inminencia del ayer
que no da tregua. No descanso.
Es imposible la deserción de la memoria.
Lo efímero del día
Yo no sé si nacimos para ser instantes
o somos solo un soplo de esplendor,
una liturgia final de lo inasible.
Una manada de instantes esparciéndose somos,
como migas expuestas a palomas con hambre.
Una intuición de lo imposible,
esta doctrina de fugacidad
me sorprende de espaldas y en silencio.
Refútame si puedes, pero al fin entiendo
que somos la materia de la sombra,
un puñado de momentos estrujados.
Y en esa traición de lo finito
hay una insignificancia de las horas.
No intuirlo quería y la sospecha me sorprendió
justo a la vuelta de algún gozo
que faltó a su eternidad y a su promesa.
Y rasgamos la piedra y obtenemos la sabia
aceptando, indefectiblemente que algún día,
seremos solo una anécdota en un divertido calendario,
un ejercicio de la ausencia que no nos volverá inmortales.
No me alcanza la filosofía de lo eterno.
El tiempo es la impiedad de los crepúsculos.
Y una incapacidad definitiva de entenderlo
me hace sospechar que nos trasciende
tan solo lo efímero del día.