Antonio Augusto González Cruz. La estúpida idea

Antonio Augusto González Cruz. Es Ingeniero Civil con 15 años de experiencia laboral. Se adentra en el mundo de la plástica bajo la tutela del artista Enrique Sandoval y, actualmente, explora la técnica de la acuarela con el pintor Joel Díaz.

La literatura, es su pasión y como miembro del Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; ha publicado varios de sus cuentos en el periódico digital 7 Días de Puebla. En su obra literaria, Tony no sólo refleja lo cotidiano o caricaturiza el mundo que le rodea. Defendiendo la crónica de lo maravillosa que puede resultar la realidad; es fiel seguidor del gran movimiento de escritores latinoamericanos que dio credibilidad a los aspectos mitológicos o espirituales de nuestra cultura.

 

La estúpida idea

 

-¡Mírame a los ojos que no estás hablando con el piso, cabrón! –subrayaba la madre.

Literalmente, eso hacía. Hablaba conmigo. Me pedía consejos y aunque intentaba ser su voz cuerda, nunca escuchaba. Por eso aquel día el miedo amenazó mi estabilidad que era la suya:

“He ganado el premio Hugo a la mejor obra de ciencia ficción, con mi Crónica de una alienación” –dijo, zarandeándome con tanto brinco.

Cuando se le ocurrió la estúpida idea de suicidar al protagonista, le dije “estás loco”, pero yo sólo era la sombra y no escuchó. ¡Sí!, era su sombra en el piso.

“¡Loco! Eso pensaban todos… ¡No es así! Soy un escritor genio, el enviado de Dios. Asimov se sacude en su tumba. Bradbury: ¡tú me la pelas!

No te rías, Orwell; es más, vete a ver cómo va la rebelión en tu granja –estaba eufórico–. Primero fue el Hugo, después le seguirá el Nébula, el World Fantasy Award y el Planeta. Recordarán mi nombre. Yo, Zelaznog  Antón, seré inmortal”.

¿Realmente, viviría en la memoria del mundo si cumplía lo que me dijo, mientras escribía su novela?

-¡Piénsalo! Ni siquiera disfrutarías la gloria. ¿Quién crea a un héroe, para luego usurparle el papel y convertirse en mártir? –lo invitaba a reflexionar.

-¡Calla, maldita! –gritó–. El esfuerzo de años, mis desvelos, mi corazón están plasmados en esas letras. Mañana, dan el resultado del premio Nébula; si gano, cumpliré la promesa de mi narrador.

Y, entonces, le dieron el reconocimiento. Y pasaron varios días como contó en las páginas de su libro. Y comenzó a llover de improvisto. Y quedé empapada al instante, sin poder escuchar el grito de alegría, que venía de los cielos; ni percatarme del agua que se tornó roja. Pero sí sentí cómo el último aliento se le escapaba de la boca y vi su cerebro asomándose, en el cráneo roto; y el brillo huyendo de sus ojos para siempre.

Maldita sea mi conciencia que fue a desvanecerse junto a la suya. Ahora sólo soy una sombra en la eternidad. La voz que me dio, no pudo hacer nada para borrarle la estúpida idea.