Antonio Augusto González Cruz. Ingeniero Civil con 15 años de experiencia laboral.
Se adentra en el mundo de la plástica bajo la tutela del artista Enrique Sandoval y, actualmente, explora la técnica de la acuarela con el pintor Joel Díaz.
La literatura, es su pasión y como miembro del Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; ha publicado varios de sus cuentos en el periódico digital Siete Días de Puebla.
En su obra literaria, Tony no sólo refleja lo cotidiano o caricaturiza el mundo que le rodea. Defendiendo la crónica de lo maravillosa que puede resultar la realidad; es fiel seguidor del gran movimiento de escritores latinoamericanos que dio credibilidad a los aspectos mitológicos o espirituales de nuestra cultura.
Inesperadamente
—¿Tan temprano y en chinga?
—Ya sabes que vengo de madrugada para agarrar las mejores verduras. Estos jitomates, por ejemplo, están listos para una buena salsa.
—¡Y así mero te los escogí!
—Aún no me acostumbro a ver tanta gente en estos espacios.
—El mercao siempre está hasta su madre a estas horas. Pero ya tengo en las taras to′ lo que me pediste.
—Las espinacas, las calabacitas, los tomates, las papas… ¡Perfecto! Voy a avisarle a mi sous chef para que se lleve todo a la camioneta —dice, mientras mueve los dedos sobre la pantalla del teléfono.
—¿Sou qué?
—¡Sí!, mi subjefe de cocina, mi segundo al mando.
—¡Tu chalán, cabrón! Siempre me vienes con esas palabritas pedorras. Chalán, chaleco… Tu chachita: así deberías decirle.
—¡Aquí estoy chef! —interrumpe un muchachito amanerado—. Traje un par de ayudantes para cargar las cosas.
—¡Ok! Paga y déjale una buena propina.
—¡A huevo papá! ¡Eso es un buen cliente cabrones! — chilla el marchante y otros vendedores voltean—. ¿Por qué me ves así wey? —le dice al de junto—. Ve y saluda a tu mamá, mocosa nalgas miadas —le grita a la de enfrente.
Y despidiéndose del chef, afirma:
—Sí patrón, aquí se respira aparte de mierda y orines: envidia.
Ya solo con el muchachito, que babea viéndole el torso desnudo, comenta:
—¿Viste cómo me pelaron los ojos? “¡Ay sí, de seguro le da las nalgas a sus clientes!” —balbucea imitándolos —. ¡Bola de gente ardida! Son 784 pesitos, princesa —concluye y el sous chef sonríe queriendo ponerle el dinero en la bragueta del pantalón. “Será que me tuvo en cuenta”, piensa.
—Con todo y tu desmadre. ¿Me trajiste lo que te encargué? —susurra el chamaquito.
—¡Permítame jefecita! ¿¡Qué va a querer, qué va llevar!? ¡Para eso estoy, para servirle, uh, uh!
Y volviendo con el otro, asegura:
—Te traje el más juerte de la camada. Pero no creo que, al cascarrabias del chef, le guste el cachorrito; a no ser que le sirva para unos tacos.
—El chef, no tiene nada que ver conmigo. No digas mamadas…
—¡Las que das!
—¡Cállate mejor! No vaya a pensar la gente que jugamos a los espadazos.
Entonces, el vendedor lo agarra de la camisa y acercándolo a su cuerpo, le dice al oído:
—A mí sí me gustan los cachorros y si son perritas mejor.