Antonio Augusto González Cruz. El mensaje

Antonio Augusto González Cruz. Ingeniero Civil con 15 años de experiencia laboral.

Se adentra en el mundo de la plástica bajo la tutela del artista Enrique Sandoval y, actualmente, explora la técnica de la acuarela con el pintor Joel Díaz.

La literatura, es su pasión y como miembro del Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; ha publicado varios de sus cuentos en el periódico digital Siete Días de Puebla.

En su obra literaria, Tony no sólo refleja lo cotidiano o caricaturiza el mundo que le rodea. Defendiendo la crónica de lo maravillosa que puede resultar la realidad; es fiel seguidor del gran movimiento de escritores latinoamericanos que dio credibilidad a los aspectos mitológicos o espirituales de nuestra cultura.

 

El mensaje

 

No sabes cómo lidiar con la ansiedad y la depresión. Todo está en tu cabeza. Vivir, siempre, señalado como un verdadero hijo de puta te ha calado profundamente el alma.

Observas las luces aburridas de la ciudad, opacando el cielo estrellado. Ignoras el sonido de los autos, los gritos de la gente y te volteas al vacío frente al mar. Unos metros abajo la marea baña, a ratos, las rocas desde donde se levanta el alto muro del malecón. Ahí, de pie, ni siquiera notas al tipo que se acerca; pero ya junto a ti reconoces el olor a mariscos en descomposición:

—Sigues apestando maravillosamente bien —le dices.

Dispuesto a preguntar por tu ex: la única persona que te ha dado amor; el mendigo interrumpe y habla… Ante la confidencia: la quijada se te desencaja, no puedes evitar sonreír, tu corazón estalla de esperanza; pero tus piernas flaquean, resbalas y caes al vacío.

¿No terminó? ¡Es un milagro!

Escuchas voces, empiezas a recobrar el conocimiento y la luz te ciega.

—¡Tuviste suerte! —asegura el paramédico—. No contabas con las bolsas de basura que amortiguaron tu caída. ¡Solo te desmayaste!

Agradeces. Bajas de la ambulancia y, un poco aturdido, recuerdas las palabras del mendigo. Animado, le haces señas a un taxi.

—¡Al Passiflora, por favor!

Llegas con miedo. Dudas, frente a la puerta y vuelve a tu cabeza la historia de siempre. Entras. La casa de citas está a reventar y algunas trabajadoras te saludan.

—¿Dónde… ?

Señalan su oficina. Caminas, respiras hondo y pides permiso para entrar.

—¡Mamá! —dices y ella se sorprende al verte—. Necesito tu ayuda: ¡voy a ser Papá!