En este naciente 2021, el evento político nacional más importante serán las elecciones del próximo seis de junio, las más grandes de la historia. Por su naturaleza, serán unos comicios más locales que nacionales. En realidad, 32 elecciones en cada una de las entidades federativas. Sin embargo, tendrán una consecuencia nacional muy importante: el futuro del proyecto del presidente López Obrador.
Y es que, además de 15 gubernaturas, 30 congresos locales y casi dos mil ayuntamientos, se elegirá la totalidad de los 500 diputados federales. Hoy, la Cámara de Diputados está controlada por Morena y sus partidos satélites. Tienen el número de legisladores suficientes para cambiar las leyes, aprobar cada año el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y reformar la Constitución. Mejor, imposible.
Un escenario puede ser la victoria del lopezobradorismo para consolidarse como la fuerza política hegemónica del país. Esto implicaría que Morena y partidos satélites obtuvieran el número de diputados para mantener una mayoría calificada de dos terceras partes, como la tienen hoy. Además, que ganaran entre siete y quince de las gubernaturas que estarán en juego. Sería, sin duda, un triunfo para el gobierno. Triunfo que le permitiría al Presidente tratar de romper el bloque opositor que actualmente hay en el Senado y que le impide reformar la Constitución a su gusto. Con una nueva victoria electoral contundente, AMLO tendría el poder para atraer hacia su esfera de influencia a algunos senadores del PRI y PRD. De esta forma, lograría una mayoría calificada en ambas cámaras para reformar la Constitución, consolidar su proyecto y afianzarse como la fuerza política hegemónica rumbo a la elección de 2024.
Otro escenario es el contrario, es decir, una derrota del lopezobradorismo que lo convertiría en un actor semi leal a las instituciones democráticas del país.
Aquí estamos hablando de que Morena y partidos satélites no obtuvieran la mayoría simple para aprobar las leyes y el PEF anual. Esto empoderaría mucho a la oposición rumbo a los comicios del 2024. López Obrador tendría que negociar con los diputados opositores cómo repartir los recursos del presupuesto.
Sin embargo, este escenario generaría inestabilidad política. En toda su historia, López Obrador nunca ha reconocido una derrota electoral. Cuando ha perdido, siempre ha argumentado ser víctima de un fraude.
Si le va mal a AMLO en las elecciones federales y en las de gobernadores, es previsible que el Presidente desconozca los resultados. Estaríamos hablando de tres años de un Presidente alegando fraude con una Cámara de Diputados de mayoría opositora.
AMLO, que siempre se radicaliza cuando se siente débil o amenazado, muy probablemente haría eso: comenzar un largo proceso de radicalización para consolidar a su base electoral más leal. El desgaste económico, político y social para el país sería inimaginable en este escenario del gobierno convertido en una fuerza semileal a las instituciones democráticas.
Queda, desde luego, un tercer escenario: el intermedio. Ni una victoria ni una derrota contundente. Que Morena y partidos satélites consigan mayoría simple en la Cámara de Diputado, pero no calificada para reformar la Constitución, además de llevarse entre cinco y siete gubernaturas.
El Presidente, que va por todas las canicas en la próxima elección, no quedaría satisfecho, pero tampoco se sentiría tan débil y amenazado como con una derrota. Bien podría argumentar que, a pesar de los malos resultados de estos años, no le fue tan mal. Todo dependería de las expectativas que tenga.