Por Dr. Jorge Medina Delgadillo
Hace ya tiempo, Mons. Gänswein había dicho que la vida de Benedicto XVI era como una vela que lenta y serenamente se apagaba. Hace un par de días nos levantamos con la triste noticia de su partida a la Casa del Padre.
Creo que el Papa Benedicto XVI se ganó, en general, al mundo académico. Ni Juan Pablo II con su gran carisma –igual que Francisco–, ni la bondad de Juan XXIII, la sonrisa de Juan Pablo I, ni la actitud profética de Pablo VI, ni la solemnidad de Pío XII o la determinación de Pío XI, igualan a la profundidad de pensamiento de Benedicto. No hemos conocido en muchos siglos un Papa de la altura intelectual de Benedicto XVI. No quiero hacer ninguna comparación odiosa ni ponderar un papado por encima de otro; soy un fiel que considera que Dios da el timón a quien es mejor en ese momento para dirigir la barca.
Pero si uno va siguiendo la lista de los papas, y pasamos del siglo XX al XIX, o al XVIII o a los anteriores, y así se va estudiando un poco la vida, obra y escritos de los pontífices, uno ve con más claridad el gran aporte de Benedicto XVI. Tal vez está a la altura de León Magno, San Gregorio Magno, el genio matemático Silvestre II o Inocencio III –stupor mundi–. De los 266 papas que ha habido en la Iglesia muchos han sido santos (79); otros, hábiles diplomáticos; otros más, hombres piadosos y entregados a la oración; incluso ha habido grandes estrategas militares, oradores inteligentes, mecenas de fabulosos artistas, y hemos tenido, también en la silla de Pedro, a algunos de no muy buena reputación. La vida es así… ha habido timoneles de todo tipo, pero profundos y grandes intelectuales, sólo un puñado. Tal vez porque el papado no es el cargo que más favorezca la vida entregada a los estudios o a la enseñanza. Benedicto XVI pertenece a ese puñado.
Benedicto XVI es como el Beethoven de la Iglesia Católica. Si analizamos el pontificado de León XIII (ciertamente mucho más largo que el del Papa bávaro), veremos que León produjo, por ejemplo, 86 encíclicas –unas muy cortas y otras más bien largas–; Benedicto escribió sólo 3. Hyden escribió más de cien sinfonías; Beethoven sólo 9, pero las nueve de Beethoven son todas magnas, espectaculares, geniales. Algo parecido sucede con Benedicto, sus tres encíclicas, y más especialmente la primera, Deus caritas est, que tal vez pase a la historia como la más grande encíclica escrita en quinientos o mil años. Desde el inicio de Deus caritas est se vuelve a poner en el centro lo esencial del cristianismo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” Entiéndaseme con prudencia lo que diré a continuación (los que me conocen saben de la admiración que le tengo al queridísimo Papa Francisco y a San Juan Pablo II): las aportaciones de Francisco me parecen notas al pie a un proyecto cuyo autor intelectual es Benedicto, el cual también colaboró especialmente en lo más bello y profundo que escribió Juan Pablo II.
Tras el polémico discurso de Ratisbona (12 sep 2006), uno de los más brillantes de Benedicto, la prensa se le fue encima; se le fueron también encima algunos musulmanes que sacaron de contexto ideas del discurso. El Rabino de Nueva York, Jacob Neusner, otro peso pesado de la teología, muerto en el 2016, y gran amigo de Benedicto, salió a la defensa del pontífice con estas palabras: “Lo que el mundo ha aprendido en estos cinco años respecto al Papa-estudioso es el precio que la academia paga por sostener la verdad y mantener la propia integridad. La infalibilidad tiene sus costos. La gente prefiere políticos capaces de mediar antes que personajes críticos y propensos a las controversias (…) La genuina integridad de este hombre y su capacidad de exponer la verdad a la humanidad entera, mueven intereses muy fuertes. Y por esto, también los musulmanes, los anglicanos y los judíos deben prepararse a un debate de alto perfil sobre la razón y la racionalidad compartida” (“La forza della ragione nel confronto con le altre religioni”, Corriere della sera, 18 Abr 2010, p.25). En el discurso de Ratisbona aprendimos que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”; con esa premisa quedaba desmantelada toda violencia que se yergue en contra del otro, incluso para convertirlo (de ahí la molestia de algunos radicales). En ese discurso aparece más de 50 veces el vocablo razón. ¡Un Papa pidiendo que tengamos fe en la razón! Esto sólo lo hace un académico.
Todavía no se terminan de editar ni imprimir los volúmenes de la BAC con las obras completas de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI al español. Su obra es inmensa. Destaca por sus aportes a la teología fundamental, a la eclesiología, a la liturgia, a la cristología y a los estudios bíblicos (su trilogía Jesús de Nazareth). Sus libros publicados como Joseph Ratzinger son y serán fundamentales: “Introducción al cristianismo”, “Ser cristiano en la era neopagana”, “Fe, Verdad y Tolerancia”, “La sal de la tierra”… son más de veinte libros; muchísimos artículos en revistas especializadas, conferencias, ponencias, entrevistas. El Papa alemán también estuvo detrás de textos cruciales: el Catecismo Universal de la Iglesia Católica, el Compendio de Doctrina Social, el YouCat, y ¿en cuántas encíclicas de Juan Pablo II no se ve la mano de su Prefecto para la Doctrina? Hablaba cerca de diez idiomas; tocaba el piano; le gustaban la cerveza y los gatos.
Benedicto nos regaló durante muchos miércoles la catequesis más bella sobre los Padres de la Iglesia y sobre los Doctores de la Iglesia. Hablaba sobre Ignacio de Antioquía, Boecio, Gregorio de Nisa, Buenaventura o Anselmo y los hacía cercanos a nosotros, hombres preocupados y con los mismos interrogantes que nosotros tenemos: Benedicto nos hizo vibrar con la belleza de nuestra tradición. Cuando declaró el año de la fe, sus catequesis versaron sobre este misterio y don. La encíclica Lumen fidei que comenzó Benedicto y concluyó Francisco se aproxima a la fe como verdad y amor: “Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada” (LF 27). Durante ese año, el año de la fe, Benedicto renunció al pontificado. ¡Sólo un marco trascendente, como la fe, puede hacer inteligible este acto heroico!
Giorgio Agamben, cuando analizó la renuncia de Benedicto, decía que más allá de las intrigas y ambiente de la curia, habría que verla como un acto escatológico, que relaciona a la persona con su fin último, y no con los poderes temporales de que está investida. Algunos han visto en esta renuncia al poder, incluso al poder bien ejercido, el acto magisterial más importante de Ratzinger: porque el hombre no fue hecho para el poder, sino para Dios, y la prueba es que hasta un Papa puede renunciar al poder para dedicarse de lleno a la oración. La imagen de Benedicto dejando su palio en la tumba de Celestino V (otro Papa que renunció), fue más que elocuente. El gran Papa alemán, el gran teólogo, el que participó en el Concilio Vaticano II y que después contribuyó decisivamente a la comprensión de la doctrina conciliar y a la posterior reforma de la Iglesia y de la curia, dejó el papado para orar, para señalar que de la vida contemplativa surge la auténtica reforma.
Como gobernante de la Iglesia, fue el primero que encaró decisivamente el problema de la pederastia. Sus sucesores no pueden recular de la línea que él abrió, y eso es de agradecerse. Es verdad, la podredumbre tardará años en ser limpiada, pero Benedicto fue el que decidió abrir la fosa séptica en vez de voltear la cabeza a otro lado.
Aún recuerdo su visita a México. Era un ser humano especial, lleno de calidez. Su erudición iba a la par de su bondad, que incluso rayaba en inocencia. Su amor por la liturgia, el arte y la naturaleza dejan traslucir un corazón que buscaba la hermosura y se dejaba interpelar constantemente por lo bello.
Adiós al Papa tal vez más erudito y sabio de un milenio. Adiós a un Papa bueno, tímido, esteta, generoso y confiado. Adiós a un gran intelectual. Adiós a un santo.