Gabriela del Puerto Brito (Veracruz, México, 1962). Ha dedicado su vida al cuidado y amor del hogar, siendo esposa, madre de tres hijas y abuela de tres nietos.
La creatividad y el espíritu aventurero la han llevado a explorar diversos hobbies y pasatiempos, destacando su pasión por el cajón y el baile flamenco. Durante seis años, formó parte del grupo «Cajón Five»: quinteto que compartió su música y energía con audiencias de todo tipo.
A los 62 años, Gaby ha decidido incursionar en el mundo de la literatura, asistida por la experiencia de Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró. Compartir historias y experiencias con el mundo es la intención de esta mujer entusiasta que continúa sondeando sus talentos.
LA FOTO PROHIBIDA
“Una madre irá a la cárcel por publicar una fotografía artística con su hijo en la que salía desnuda”.
El titular apareció en la pantalla de mi computadora, mientras tomaba un café mañanero. La noticia, en sí, no me hizo sentir incómoda. Ya casi nada puede sorprendernos en estos tiempos. Fue un recuerdo lejano lo que, de pronto, volvió a mi mente y me produjo escalofrío.
Yo tenía veintitrés años y, como madre primeriza, fui creativa e ingenua. Recuerdo que estaba en casa de mis padres y ese día llovía. El cielo estaba gris y el fuerte viento del norte, que nunca me ha gustado, no nos permitía salir a ningún lugar.
Laura era el centro de mi mundo. El amor y la ternura hacia mi pequeña hija, rebasaba los límites de lo descriptible. Aquella tarde, para entretenernos, comencé a peinarla y luego la maquillé. Literalmente, me sentía una niña jugando con su muñeca. Y al ver la obra de arte terminada, pensé que sería divertido hacerle una sesión de fotos.
Fui a buscar el abrigo de piel de mi madre y lo coloqué sobre los hombros desnudos de Laura. Entre risas, con la cámara que papá siempre tenía a mano, lista para captar los momentos felices en familia: fue muy divertido verla posar, jugando a que ella era una modelo y yo su gran fotógrafa. Jamás pasó por mi mente lo que sucedería más adelante.
Por supuesto, llevé a revelar las fotos y cuando fui a buscarlas me parecieron hermosas. Ya en casa, esperé ansiosa a que llegara mi esposo y corrí orgullosa a enseñárselas. ¡Él no las vio igual! Su expresión se endureció al instante y me dijo levantando la voz:
—¿Qué has hecho? ¿Sabes que puedes meterte en un problema e incluso acabar en la cárcel? Quiero que hagas desaparecer, inmediatamente, esas fotos.
Yo, desconcertada, no entendía su reacción. ¿Cómo podía haber algo turbio en aquellas inocentes fotografías? Era nuestra hija y había sido solo un juego. Decidí no discutir y escondí las fotos en un cajón donde él no pudiera volver a verlas nunca más.
Después de mucho tiempo, gracias a la madurez que fue llegando con la edad, comprendí que la línea entre lo que uno ve y lo que otros podrían interpretar es fina y frágil. Ahora sé que las imágenes, fuera de nuestro control, dejan de pertenecernos. Por eso terminé suspirando aliviada, cuando leí el titular aquella mañana.
En la era de las redes sociales, donde vivimos atrapados; esas fotos, que guardo en un cajón, podrían convertirse en un escándalo, en solo cuestión de horas. Aquello, había sido solo un juego; pero no todo lo que es inocente para el corazón de una madre, es inocente ante los ojos de otros.