El desastre de hace 10 años en planta de Daiichi, en Japón, reabrió el debate sobre la necesidad de dejar de usar la energía nuclear
Por: Dr. Erasmo Zarazúa
Hace 10 años, mis estudiantes de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y yo tratamos el tema de Chernóbil en la clase Desarme y Seguridad Internacional, en la que un alumno me preguntó si podría darse un escenario parecido nuevamente; la respuesta que le di fue que las medidas para evitar errores humanos y técnicos se han reforzado, aunque no del todo, pues muchas de las plantas son instalaciones viejas.
Mi temor siempre había sido el deterioro o que no funcione el plan. Dos semanas después de esa sesión, el 11 de marzo de 2011, sucedió lo inimaginable, un tsunami causó un accidente en la planta nuclear Daiichi de Fukushima, en Japón.
Las medidas de seguridad nuclear son estrictas en todas las plantas, pero obedecen a diferentes protocolos por las características del, por así llamarlo, ‘modelo de planta’, por el año de construcción y por la tecnología, es decir, no hay uniformidad global de las plantas nucleares.
Por otra parte, existe más homogenización de los protocolos, medidas de seguridad, revisiones, sanciones y acciones, por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) de la ONU.
¿Falló el sistema de seguridad, en cuanto al manejo de los materiales nucleares? No. ¿Fue un error de procedimiento en la obtención de energía? No. ¿Descomposturas? No. Lo que falló fue la estructura física de la planta, es decir, su diseño de construcción. Fue hecha pensando en todos los posibles acontecimientos que podían pasar, sobre todo, en los constantes sismos en Japón. Pero sucedió lo inimaginable, es decir, ese pequeño porcentaje que no permite decir siempre que es 100% seguro, conocido por algunos como el margen de error.
No dieron la debida importancia a las características locales, estar frente al mar con barreras ante olas de cinco metros. Recordemos que la planta fue hecha para resistir terremotos, por estar construida en una de las zonas más sísmicas del planeta, pero fue el tsunami lo que causó el problema y éste se agrava por las características estructurales de la planta y de esa localidad.
El terremoto no tuvo ningún efecto negativo directo sobre los rectores nucleares, están hechos para esas situaciones, pero al poco tiempo las gigantescas olas de 17 metros del tsunami golpearon los reactores más cercanos a la costa. Construidos para resistir sismos, no pudieron resistir la fuerza del agua salada, la cual dañó no sólo la capa externa del edificio del reactor, sino que también los sistemas, produciendo daños técnicos en la maquinaria, esto derivó en la gradual pérdida de control del reactor, algo así como un auto sin respuesta de los frenos ni del volante y con el acelerador en aumento.
Al perder el control total del reactor, la temperatura aumenta, pues es como un motor que sigue trabajando y sin indicaciones de que se detenga, un problema considerado en los protocolos de seguridad, y más después de Chernóbil. Para esto hay que enfriar el corazón del reactor. Es muy fácil, se hacen pasar grandes cantidades de agua cerca de él, pero no lo toca, para que recojan el calor.
El agua, ahora caliente, sale sin contaminación y se lleva el calor; en caso de una mayor temperatura, el agua sale del otro extremo convertida en vapor, esta acción se debe hacer rápidamente después de que la temperatura comienza a subir, pues si se pasa de ciertos grados ya no será posible pasar agua, ya que la reacción sería violenta, es lo que pasa cuando cae agua al aceite caliente.
Los técnicos al querer comenzar con este proceso se dieron cuenta de lo inimaginable, y ésta es la característica principal de este desastre. El plan B no se puedo llevar a cabo, pues los edificios donde estaban las bombas de agua que se accionan en caso de emergencia para bajar la temperatura del reactor estaban al lado de la costa listas para traer agua del mar y arreglar el problema, pero el tsunami las destruyo, es decir el paracaídas de emergencia estaba roto.
Al no poder enfriarse el reactor se comenzó a fundir, es decir, las barras que contienen el material radiactivo comienzan a pegarse y a crear una sola masa de material nuclear. Entre más pase el tiempo, más caliente se pondrá, por consiguiente, el peligro es mayor. El corazón del reactor estaba hecho como un huevo, y el paso siguiente fue hacer resistir el cascarón para que el material no saliera.
Mediante helicópteros se despachó agua y otras sustancias para mantener la temperatura, mientras los robots e ingenieros se acercaban, luchando contra la radiactividad para ir reparando el reactor y poder echar a andar el sistema. Afortunadamente, el piso construido para soportar sismos ayudó a que no se desfondara, la situación se normalizó, si se puede decir así, pero no se pudo rescatar el reactor.
Con el tiempo nos enteramos de que sí hubo fuga de material radiactivo, lo que mantiene aún hoy, y por las próximas décadas, una zona de exclusividad en un radio de 20 km. El área en cuestión, agrícola y pesquera, quedó devastada.
En el mundo hay más de 400 reactores nucleares; 54 de ellos en Japón. El problema que no habíamos visto son las características locales. Aunque en el mundo todas las plantas nucleares cumplan las medidas básicas de seguridad, no es lo mismo una planta nuclear en las grandes extensiones de Rusia o en las poco pobladas regiones de Suecia o la casi nula sismicidad de Eslovaquia.
La alta concentración de reactores en tan pequeño espacio es otro problema: en la localidad de Fukushima había seis reactores juntos y en esa parte del país (centro) había cinco plantas nucleares (Mihama, Fugen, Ohi, Tsuruga y Monju) casi una tras otra. La gran mayoría de las plantas están construidas al lado del mar para el uso del agua en el enfriamiento de emergencia, pero como vimos, en caso de tsunami esto podría no funcionar.
Fukushima nos da una gran lección, no sólo fue un tema de seguridad nuclear, debido a las características de la zona, del país y del accidente. Fukushima tuvo sus repercusiones en la seguridad ambiental y económica, no sólo en el ámbito nacional, sino también regional y mundial.
Japón, como potencia económica y uno de los países más desarrollados del mundo, necesita de grandes cantidades de energía, pero no tiene recursos naturales para producirla, no cuenta con gas, petróleo o carbón.
La concentración en este país de la producción mundial, como la de microprocesadores, la sufrimos todos, pues se paralizó o disminuyó. Por meses, escasearon productos en el mercado de partes para celulares, computadoras laptop y principalmente tabletas, las cuales sufrieron un retroceso en su producción y, por consiguiente, una disminución en exigencias de almacén.
Las empresas ensambladoras de computadoras dentro y fuera del país la pasaron mal. Sin las piezas, atrasaron su producción, la competencia reaccionó y sacó más unidades al mercado, mientras ellos no podían producir más. Algunos aparatos electrónicos aumentaron de precio debido a esta situación y algunas empresas comenzaron a bajar más su posición en el mercado global. Claramente, hoy hay marcas de electrónicos coreanas o chinas que crecieron en lugar de las japonesas.
Los aparatos de estas empresas, así como autopartes o cualquier cosa proveniente de Japón, comenzaron a ser detenidas en las aduanas para ser inspeccionadas por contaminación radiactiva. Esto repercutió en sus ventas, ganancias y hasta en los empleos de los japoneses.
China, Corea del Sur y Estados Unidos sufrieron de lo mismo, ya que Japón proporciona partes de otros productos desarrollados en estos países. La demanda de petróleo bajó y el precio se estabilizo, para alegría de los consumidores, pero poniendo de mal humor a los productores. Y ni hablar del turismo para Japón, que apostó a recuperase en 2020 con los Juegos Olímpicos, pero su aplazamiento y cancelación de turistas extranjeros llevó al país al peor escenario turístico en toda una década, con perspectiva mínima de cinco años más de números negativos por el COVID-19.
El accidente tuvo lugar en una zona y en un país importantísimo para el mundo desde el punto de vista industrial, por lo cual su repercusión fue la más fuerte a nivel mundial, como ningún otro accidente nuclear.
Japón es el único país que ha sufrido un ataque nuclear, su sociedad y Estado trabajan por la erradicación de las armas nucleares con distintas acciones, pero es tal la necesidad de energía, que tuvo que construir plantas nucleares, ya que aunque sea el tercer importador de petróleo, no le alcanza para cubrir sus necesidades y se convirtió en el tercer país generador de energía nuclear, la cual le proporcionó el 25% del total, que ahora es menor como consecuencia del accidente. Ahora funcionan sólo nueve plantas nucleares en el país.
Lamentablemente, en Japón no es posible el uso de plantas hidroeléctricas de gran escala; por lo que el desarrollo de las energías limpias tuvo un gran impulso, como la solar o la eólica, además de fuertes campañas y conciencia de ahorrar energía. Otras de las soluciones que se han encontrado es mandar a otros países la industria, claro, en decremento de empleos para los japoneses, pero en un alza para los países receptores como México, el cual ahora maneja más maquiladoras, ensambladoras y fábricas.
Países como Alemania pusieron nuevamente mayor atención a sus plantas nucleares y se reabrió el debate sobre el abandono de esta energía, para hacerlo lo más pronto posible. Se metió el acelerador hace diez años, la fecha límite es al final del 2022, pero se ve que no es posible y se quiere extender a 2036, pero sin volver al carbón, que lo dejarán de usar para 2038.
La energía nuclear es de las más seguras, es como viajar en avión, pero cuando las cosas no salen bien, es catastrófico el error. Pero repito, no es la seguridad de la planta, sino las características de seguridad de la localidad o/y el país las que hay que tomar en cuenta también. Si Alemania, centro industrial y financiero, tuviera un problema nuclear, las repercusiones no son sólo en el país sino en el continente, la Unión Europea y el mundo. Lo mismo ocurriría si hay algún problema en EU o en China.
Japón no debió construir tantas plantas, sugiero se tenga en cuenta extensión territorial, tipo de suelo y densidad poblacional, por mencionar algunas. Además, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) daría un tope a cada nación de cuántas plantas y reactores debe de tener; esto causaría problemas de soberanía.
Aunque el riesgo sea mínimo por planta, sumando la concentración de varias crece el peligro y el país se puede poner en riesgo; pienso que eso es lo que ha comprobado Fukushima. Lamentablemente, otro país con una alta concentración de plantas nucleares y sin ninguna perspectiva de dejar de usarlas es Francia. Aunado a esto, España, con su crisis, podría dejar de poner atención a sus plantas y sorprender con un accidente.
Chernóbil es el gran ejemplo de un desastre nuclear, pero no era densamente poblado como Japón. Además, este accidente no paralizó la producción o perjudicó al sistema internacional en aquella década de los 80; pero sí dañó de manera ambiental a toda Europa y fue uno de los clavos del ataúd de la Unión Soviética.
Los escenarios dantescos de Japón no son sólo producto del sismo, el tsunami y la seguridad nuclear de Fukushima, sino también por la mezcla perfecta de sus características territoriales: densidad de población, virtudes industriales y problemas económicos, sin olvidar los problemas políticos que ya tenían desde hace tiempo, dando una crisis no sólo de carácter nacional, sino regional y mundial, pues con un planeta cada vez más interconectado, la seguridad en una dimensión en una localidad se vuelve en breve un problema de seguridad multidimensional y global.