Margarita Retolaza Vives. Licenciada en Pedagogía. Trabajó como orientadora vocacional y profesional. Impartió diferentes materias en Secundaria, Bachillerato y Universidad. Fue consultor de empresas para GIT y actualmente cursa el Taller de Escritura Creativa Miró, explorando el universo de la literatura.
Día de carnaval
Me asomo por el balcón de la habitación en el hostal y veo gente correr, de un lado a otro, aparentemente sin rumbo. Y digo aparentemente porque sé perfecto que van rumbo a los terrenos donde se llevará a cabo el desfile de carnaval.
Entro y advierto cuán acogedora es la habitación, con sus tonos de azul; un azul a veces brillante, otras opaco, dependiendo del capricho de los rayos del sol. Recojo mis cosas, salgo a la calle y voy hacia la parada del autobús.
La parada está llena, no como cualquier día. Hay muchas más personas y espero poder subir en el próximo bus. ¡No solo lo espero, lo necesito! Cada día me es más difícil controlar no verlo. ¡Es complicado! ¿Cómo explicar que me enamoré completamente, cual idiota, sin ni siquiera haber cruzado una palabra con él?
Nos «conocemos» desde hace mucho. Usamos la misma línea de bus. Lo veo diario y solo hemos intercambiado algunas miradas furtivas que expiran cuando el otro se da cuenta. No es guapo, pero sí muy varonil: siempre bronceado y con ese cuerpo de gym que me desequilibra.
Por fin, subo al autobús y lo veo. Me derrito, el estómago siente mariposas y mi respiración desfallece. Pero… ¡no contaba con algo así!
No está solo y mi día se vuelve triste, engorroso, endiablado. El susodicho va sentado junto a una mujer que lleva el brazo derecho sobre sus hombros y carga a un niño pequeño con el otro. Él disfrazado de pirata, ella de colombina y el chico de payasito.
Enojada, bajo en la próxima parada y regreso a mi cuarto. ¡No sé a cuántos empujé!: todos iban disfrazados al carnaval.
Ya en la habitación, los azules de las paredes y mobiliario me abrazan, acunando mi llanto que traspasa el límite de las lágrimas. Grito como fiera herida: ¡te odio cabrón, me ilusionaste! Entonces, se enciende la luz, despierto y aparece él vestido de pirata. Con el niño en brazos, sonríe y me dice: “¡Amor! ¿Otra vez, soñando con desconocidos?”.