Cuauhtémoc Merino. Giordano Bruno en Oaxaca con prólogo de José Agustín   

Cuauhtémoc Merino. Su mamá Chelo le dijo que nació en Cuautla, Morelos, y que es de signo Caprichornio. Dice él que es licenciado en Literatura Hispánica y Lingüística de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP, o del parque de Santo Domingo, Deefe, ya ni se acuerda, pero lo que no dice es que fue becado para estudiar literatura en Moscú, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, 1986, de donde lo corrieron antes de que le cayera en la tatema un trozo del Muro de Berlín.

Por exceso de chelines fue profesor rural de secundaria, en preparatorias privadas, de razón, y de varias universidades como la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y el Instituto Politécnico Nacional, IPN, y de otras universidades particulares de gran prestigio, patito.

 

Giordano Bruno en Oaxaca con prólogo

de  José Agustín

(Segunda parte y final)

Giordano Bruno, 17 de febrero de 1600, a 425 años de que tú te volviste El Infinito, los otros, ni cadáveres…

Cara amiga Mirna:

Decíamos ayer sobre mi viaje literario a Rusia: tuve muchas lecturas en español y ruso, aprendí a hablar y pensar en ruso, a leer en voz alta a los clásicos rusos, que yo admiraba, y admiro, memoricé poemas en ruso, fui a casi todos los museos de Moscú, a la ópera, al teatro, a restaurantes, al ballet, a conciertos de jazz, de rock, aprendí a reflexionar y entender qué es o sería una guerra nuclear cuando vi miles y miles de tanques, armas y soldados soviéticos acampando en la larguísima orilla del río El Don y los cientos de Migs que volaban como mosquitos las 24 horas del día en toda la URSS; aprendí a comer caviar y a tomar champán y volvía a leer, leer y leer, escribir, escribir y escribir, en español y en ruso, aunque, a veces, faltaba a clases en la escuela y mejor me iba a recorrer las calles de Moscú, sus parques, sus avenidas, sus cantinas sin sillas ni vasos, había que llevar los propios o improvisarlos los envases de cartón de leche y comiendo camarones de botana sobre los bigotes de Lenin en el Pravda, en sus excelentes y baratos comedores populares, sus lavanderías, sus restaurantes internacionales, su bellísimo metro-museo, sus mercados; me gustaba observar la maravillosa arquitectura de sus edificios, sus esculturas y caminar en sus bosques, ríos  y, claro, solazarme viendo la hermosura de sus eslavas, ¡ah!, sus mujeres; el pasear, observar y tomar apuntes en la calle me traía muchas broncas con las autoridades rusas por faltar a clases en la universidad.  De esas vivencias escribí mi primera novela, que fue premonitoria sobre la guerra en Oaxaca, 2006, está ambientada en Moscú, Tepoztlán y Oaxaca: Que los muertos viejos dejen su lugar a los muertos jóvenes.

En la década de los ochenta del siglo pasado, Mirna, se acabaron los talleres multitudinarios en el Museo de Morelos, y eso que no le pagaban absolutamente nada a Josefo, y José Agustín nos invitó a trabajar a los más de 50 talleristas a su enorme casa-jardín de Brisas, donde Margarita Bermúdez, su compañera, nos atendía amable.

Tallereábamos, es un decir,  en la orilla de la alberca, en el jardín, en su terraza, en su estudio-biblioteca o en la sala, según el día, la hora y la temporada, hasta que un día, Josefo, ya saben, genus irritabile vatum, se nos quedó viendo a todos y nos dijo, sentado en la orilla de su alberca, cervatana negroski de por medio: “A ver, a ver, ustedes nomás vienen a las relaciones sociales, a la fiesta, a las chelitas, a nadar y a perder el tiempo y yo el mío, ustedes no trabajan, no leen ni escriben ni madres, así que todos, todos se me van ahorita a la chingada, fuera de mi casa y aquí regresan cuando de verdad quieran disciplinarse, a tener rigor para escribir y hacerlo con huevos, así que todos a la gáver, cabrones, a la gáver”, gritó.

Agustín jamás nos había cobrado un centavo por enseñarnos.

Empezamos a recoger nuestras chivas del pasto, ni pedo, pensé, y Josefo me dijo, señalándome con su chela: “Pérate, wey, tú y el Jero quédense ahí. No se muevan. Sólo ustedes pueden venir a tallerear a mi casa, ustedes no han dejado de trabajar”.

Jerónimo Castillo, en ese entonces, era de los más chavitos del taller, el futuro pintor-poeta y yo aguantamos la poda joseagustinesca.

Así, cada mes, los fines de semana, cuando Josefo estaba en Cuautla y no andaba chambeando dando cursos, clases, conferencias o presentando libros en México, en Estados Unidos o en Europa, nos recibía en su casa de Brisas para trabajar nuestros textos, para nadar, comer con él y su familia, a platicar de arte, de literatura, escuchar rock, pero cómo rechingados no, música barroca o clásica y el Jero y yo salíamos extasiados de la casa josefesca, frente a la barranca de Tetelcingo y de las imponentes montañas del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.

Jero y yo regresábamos a nuestras casas con las alforjas llenas de hojas garrapateadas, de libros, de teoría literaria, de películas originales en formato Beta, de cassettes de rock y de ilusiones gracias al Josefo.

Y corríamos a platicar con el inge Oswaldo de cómo nos había ido y a volvíamos a tallerear con él nuestros textos.

          El inge y Augusto compartirían la misma amplia casa y la renta, además de sus gatos y sus perros.

Josefo, con sus palabras y acciones, nos había dado, al Jero y a mí, pies alados para soñar y para saber que se podían hacer universos mejores con las palabras y que el escritor es el Dios de sus propios mundos y creaturas. Yo, aún, no sabía que nuestras propias creaturas nos podrían acabar devorando, ahora, lo sé, lo sé, Mirna.

Yo soñaba con escribir y que Agustín presentara mi libro. Y se me concedió: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad”, dice un proverbio grecolatino. Hasta me regaló el prólogo a mi primer libro.

Guti continuó enseñándonos, a Jero a pintar, éste no sólo tenía talento para la poesía, sino también para las artes plásticas y, a mí, Guti me enseñó a pensar materialista, hegelianamente. Me dio a estudiar libros de filósofos ingleses, franceses, rusos y alemanes, principalmente, claro, sin dejar de lado a Ricardo Flores Magón, autores que luego comentábamos mientras él pintaba y fumaba y fumaba con su Pepsi o su Coca helodias.

Hasta las distintas casas donde Guti viviría, en Cuautla, Tlayacapan o Tepoztlán, Jero y yo lo íbamos a ver y a platicar, con frecuencia Jero le ayudaba a pintar y los diferentes estudios donde pintaba siempre eran amplios, con mucha luz, muy limpios y con sus mesas de trabajo siempre llenas de pinturas, pinceles, platos de plástico como paletas, libros, revistas de arte, política, Proceso, pos cómo no, Play Boy, Pent House, Husler;  periódicos, de cajón La jornada, la de aquéllos gloriosos años, el Unomásuno, y muchas fotos de todo tipo.

Volví de Moscú, de la tierra de Dostoyevski, de Chéjov y Tolstoi, tiempo después e inmediatamente fui a platicar con Oswaldo, me recibió sorprendido, con sus ojos de conejito, había fiesta, su casa estaba llena de amigos y amigas, como siempre. “Pásale, cabrón, ¿qué, ya te corrieron sin aceite los rusos?”

“Ten, inge, te traigo estos libros y este vodka de Moscú”, y se los di. Tomamos asiento en sus sillas desvencijadas y empezamos a platicar. “Ya me regresé, inge”, le dije. “Jajajajaja, ahora, ¿qué vas a hacer? Dejaste medicina, pendejo. Ya tienes 24 años de edad, ya estás huevón. No sabes hacer nada, mas que leer, jajajaja, ¿y eso pa qué sirve? Y para acabarla de rechingar, tu padre, ya se murió, ¿a qué le tiras, wey?, jajajaja”, me dijo. Oswaldo abrió la botella y le dio un trago directo a la botella pasándosela a los demás. Sonreí idiotamente y mejor me fui a saludar a los cuates y a contarles la más reciente película, Mi fe se perdió en Moscú. Me tocó el inicio de la caída del Muro de Berlín y el colapso del sueño bolchevique: homo homini lupus.

Cuando el reven estaba en su clímax, me faltó el aire y salí de las habitaciones escandalosas, repletas con los amigos y las amigas que reían, fumaban tabaco, yerbasanta y cheleaban. Salí al jardín de la casa del inge, me senté en la hamaca colgada entre los guayabos y limonales y los perros, Patán Pillovich y la Lola Pillova  me olisquearon y  acaricié a mis amigos de muchos años atrás…

Y recordé a mi padre apenas muerto, miré las estrellas y la luna, empañadas. ¡Ah!, pero ahí mismo tomé una decisión esa noche: Voy a escribir, cueste lo que cueste y estudiaré letras, me vale madre que digan que la gente que estudia eso se muere de hambre y sí, escribiré, amaré las letras, hasta la censura. Y lo he cumplido en todo, excepto en que, como lingüista y académico, no me he muerto de hambre, inge Oswaldo, avevo.

Tiempo después inicié, durante muchos meses, la investigación de Giordano Bruno y luego de ver la convocatoria pegada por toda Oaxaca, 1992, pensé: este premio es mío, sin duda y hurgué, investigué, leí y conseguí información en los libreros de mis amigos, en los poquitos libros de mi abuelo Antíoco que sobrevivieron a la pira y, principalmente, en las bibliotecas de la UNAM. No existía la internet.

Empecé a profundizar en Giordano Bruno y a escribir mañana, tarde y noche, todos los días, y durante el último año de creación, 1993-1994, en Puebla, los astros se pusieron de cucharita, diría Oswaldo, y hasta compré un departamento, je, es un decir, que el “error de diciembre”, 1995,  me robó poco después, pero viví muy cómodo siguiendo los pasos de Giordano Bruno y, claro, de El inge: me volví maestro particular, guía, consejero y cómplice de muchos hijos preparatorianos de las clases altas de la ciudad de Puebla.

Mientras, mi hija, crecía en el cómodo vientre materno y yo escribía Giordano Bruno. Ya la realidad llegaría poco después.

Pasaron los meses, Josefo ya sabía que publicaría el libro, pero ignoraba que Margarita Dalton, su ex esposa y directora del IOC, me lo publicaría. Me reservé darle esa información a Josefo y a Guti, eran amigos. Nunca dudé de Margarita Dalton. Yo quería llegar por méritos propios. Y lo logré. Y la Dalton cumplió su trato conmigo a cabalidad.

Yo sabía quién era ella porque Josefo me había platicado de Dalton y él ya había publicado su autobiografía, El rock de la cárcel, años antes, 1986, donde cuenta que eran muy jóvenes, él, menor de edad, ella, ligeramente mayor, cuando se casaron y se fueron a vivir a Cuba durante la campaña de alfabetización de la recién nacida Revolución Cubana.

Ahí, ella quería dar las charlas para concientizar a los cubanos. “Espera, espera, Margarita, aquí el que dirige soy yo, Margarita, ´le decía, calmándola, el mismo Comandante Che Guevara, nomás, manito’”, me contaba riendo José Agustín sobre sus andanzas en Cuba.

“Este libro de Giordano Bruno se va a abrir paso solito”, me dijo Agustín cuando ya lo tuvo impreso en sus manos. “¿Verdad, Guti?”, le preguntó a Augusto. “Sí, pero a ver cómo reacciona la iglesia”, respondió Guti premonitoriamente.

En efecto, un amigo dramaturgo de Oaxaca envió, motu propio, el libro a la Embajada de Italia en México y a la Nunciatura Apostólica en 1995. Ah, también en la Universidad de las Américas de Puebla, en Cholula, tenían mi libro aislado en un cubículo de la biblioteca, no sé cómo llegó a ahí, pero para poder leerlo había que pedir autorización. Me tuvieron en observación.

Pasó el año acordado con la Dalton, mi Zairita pronto nacería con su Giordano Bruno bajo el brazo, marzo del 94, y yo regresé de Puebla a Oaxaca a finales del 93 para ver la edición del libro.

       “Pásale, Cuauhtémoc, ¿cómo estás? Qué bueno que viniste a firmar los contratos”, me dijo la Dalton, palabras más, palabras menos, y tomamos asiento en su salita y una de sus asistentes me sirvió un café. Me recibió en sus nuevas oficinas en el bello edificio de Santo Domingo de Guzmán. Iniciamos con una charla ligera.

Firmé los contratos. “Gracias, doctora, ¿y si ya se va a publicar el libro, le puedo pedir un favor, bueno, dos?” Ella me miró con sus profundos ojos verdes, intrigada y seria. “A ver, dime, te escucho.” “¿Cree que sería posible que mi maestro, mi amigo escritor podría hacerme el prólogo del libro y su hermano el dibujo de la portada?” “Mmmmm, no sé, no sé”, ella me respondió seria, muy.

“Sí, lo entiendo, por eso mi petición”, le dije. Su secretaria nos sirvió un poco más de café, el aroma invadió la atmósfera. “¿Y quién escribiría el prólogo? ¿Es escritor? ¿Quién es? Porque aquí, en Oaxaca, tenemos excelentes ensayistas, poetas, novelistas y pintores que lo pueden hacer”, me dijo más afable. “Sí, comprendo, por eso mi súplica, si es posible, claro, lo entiendo, pero ya platiqué con mis dos amigos y ellos no saben que voy a publicar con usted, sólo saben que el libro se hará en Oaxaca y están dispuestos a hacerme el prólogo y el dibujo de la portada, claro, sin costo alguno para la institución”, dije suavemente.

“A ver, Cuauhtémoc, dime, ¿quiénes son?” “Sí, mire, el prólogo lo haría mi amigo y maestro del taller literario, que ya leyó el libro terminado y le gustó; y su hermano mayor, es pintor, fue quien me dirigió la investigación y él hará el dibujo.  Así, si usted no tiene inconveniente, José Agustín me escribiría el prólogo y Augusto Ramírez, su hermano, dibujaría a Giordano para la portada”, le respondí tenuemente, tomé un sorbito de café mientras la observaba.

Ella me miró a los ojos: “¿José Agustín, el escritor, lo conoces, a Guti también?”, me preguntó sorprendida. “Sí, los dos hermanos viven en Cuautla desde hace muchos años y son mis amigos”, le respondí.

“¿Tú sabes que Pepe fue mi esposo y que viajamos juntos a Cuba, Cuauhtémoc?”, me preguntó. “Sí, doctora Dalton”, le dije y ella continuó: “Y Guti también es mi amigo desde hace muchos años. ¡Ah, ah!, así cambia todo, claro que sí, claro que sí. ¿Por qué no me lo dijiste desde que nos conocimos?”

“Mejor así, doctora, mejor así.” “A ver, ¿tienes el teléfono de Pepe? Márcale, ya se ha de haber levantado. Márcale”, me dijo: 01 735 35… Y llamé a casa de José Agustín en Brisas de Cuautla. No existían tantos celulares. Por fortuna.

“Hola, Agustín, ¿cómo estás, manito?, ¿te desperté? Oye, te quieren saludar desde Oaxaca, sí, te comunico con la directora del Instituto Oaxaqueño de las Culturas, es quien me van a publicar el libro de Giordano Bruno. Sí, acabo de firmar el contrato ahorita. Sí, sí, estoy en Oaxaca, síncho, te llevo tu mezcal, no, no se me olvida, sí, espadín, minero y tobalá, simón, y a Margarita le llevo chocolate, mole rojo y negro que le gustan. Sí, te comunico con la directora, Agustín.  Tú ya la conoces, es Margarita Dalton”, y le pasé el teléfono a ella: “!Pepe…!”

Lo demás es historia, mi entrañable amiga de la infancia, como cuando aprendí a quererte, Mirna, desde que convivíamos entre dinosaurios y tú eras una tibia lámpara encendida y sonriente entre ellos.

Así nació mi primer libro, Giordano Bruno o El festín de las cenizas con el prólogo de José Agustín en Oaxaca y el dibujo de la portada de Augusto.

En febrero de 1999 su Santidad, el Papa Juan Pablo II me invitó a dar conferencias sobre Giordano Bruno, mediante la Nunciatura y la Embajada de Italia en México, en el Centro Cultural Helénico y en el Instituto Italiano de Cultura en la Ciudad de México y su agregada cultural, Giuliana Dal Piaz, también fui invitado por el Gobierno del DF, por Nueva Acrópolis, por CONACULTA y por el Comité Pro-revaloración de Giordano Bruno, además de participar en varias entrevistas en la radio.

En el presídium estuvieron conmigo Federico Ortiz Quezada y Antonio Velasco Piña. Hablaron de mi libro.

Y por supuesto que la iglesia católica supo de la charla, porque varios sacerdotes católicos estuvieron presentes en la conferencia y un cura, legionario de Cristo, me dijo sorprendido al escucharme: “Yo estoy haciendo una investigación sobre Giordano Bruno en El Vaticano y con tu charla me cambias la visión que tenía de él”.

Le regalé mi libro que había hecho acopio de los datos, perla por perla.

Por supuesto, querida amiga Mirna, que mis anfitriones me trataron con suma cortesía, con deferencia hacia mi persona, independientemente de que la embajada italiana me  llevó a varios restaurantes de Polanco en  los días que estuve en la Ciudad de México y no me hospedó en un hotel, sino en su penthouse en las Lomas de Chapultepec, con un cava a mi disposición, y como no tomé ni gota de sus vinos italianos, pos me dieron mi caja-itacate de éstos pal’ camino  y quién soy yo pa’ negarme, ¿no crees?

No te puedo escribir todo lo que platiqué en las charlas de sobremesa con los intelectuales italianos, sería una indiscreción imperdonable de mi parte y muchas de ellos y ellas siguen activos en el aparato diplomático italiano en otros países de Latinoamérica.

En fin, sólo recuerda que en México, en política no hay coincidencias y que el fondo es forma y la forma es fondo, y lo más valioso que me dieron quienes me invitaron fue el fino trato y el absoluto respeto a la libertad de expresión. Y eso, eso ¿con qué se paga o cómo se paga?, Mirna

Por ello guardo, in pectore, con mucho cariño mi Síndrome de Estocolmo con nuestro querido Papa intelectual, poeta, dramaturgo, políglota, Juan Pablo II por su nihil obstat. Sólo me faltó la bula con su sello, pergamino y firma.

Mirna, así llegó Giordano Bruno a Oaxaca, y nombré “Bruno” a mi hijo varón, en honor al sabio italiano, al mártir de conciencia que murió quemado frente al Vaticano en 1600, como un recordatorio del intelectual rebelde y puro, hijo del Vesubio, el de Nola, Italia, y que llegaría a El dorado, como le decía Federico Nietzsche a Oaxaca, fue traído de mi mano, de las de Margarita Dalton, de José Agustín y de Guti.

Ahora, Mirna, los astros y las constelaciones ya no estaban empañados.  El duelo por mi padre había terminado. Ya vendrían otros…

Y con Giordano Bruno la luz descendería suavemente de los cielos oaxaqueños, balanceándose con lentitud hasta cubrir a mis dos bebés.

Después, 2006, granizaría la ignominia de sangre sobre La verde Antequera…

Niña de la tierra de los dinosaurios, antes de terminar, te aclaro, los cientos de huesos de perros ladrándonos a mí y a mi abuelita Melita sí fueron reales.

¿Cómo ves, quieres que te cuente el cuento de un cuento otra vez?

Posdata:

Mirna: hoy 17 de enero del 2024, 11:30 de la mañana, ya se va el cortejo a cremar a José Agustín:

José Agustín, tú ya abandonas para siempre tu casa de Brisas, pero para siempre te quedas, Pepe, Josefo: Adiós a Margarita, tu musa, adiós a Chuchito, El sabio, adiós a Tino,  tan Mago y tan Agustín,  adiós a tu araucaria, adiós a tu jardín,  adiós a tu alberca, adiós a tu biblioteca, adiós a tus discos de vinil, adiós a tus cuadros y fotos, adiós a las flores, adiós al pasto verde, adiós a las golondrinas de tu terraza, adiós a tus perros, adiós a tus rockeros, adiós a tus antípodas, adiós a tus lectores, adiós a tus adoradores devoradores, adiós a tus amigos, adiós a la barranca de Tetelcingo, adiós al Popocatépetl y al  Iztaccíhuatl, su Mujer dormida, adiós a tu Cuautla,  “enano de Nazarín”, adiós a adiós

 

Cuautla, Morelos Zapata,

La Quiñonera, Coyoacán;

17 de febrero del 2025

 

Cuauhtémoc Merino presentó su primer libro; Giordano Bruno o El festín de las cenizas con el prólogo de José Agustín en Oaxaca y el dibujo de la portada de Augusto, en 1994.

Hoy presentamos esta reseña en memoria de su inmolación ocurrida hace 425 años, un 17 de febrero de 1600.

Giordano Bruno, tú te volviste El Infinito, los otros, ni cadáveres…