Hilda Maza Ugalde. El espejo del amor

 

Hilda Maza Ugalde. Por más de 20 años se desempeñó como Analista de Negocios y asistente ejecutiva en Oracle de México. Fue especialista en Ventas. Es aficionada a la danza folclórica (huapango) y miembro del Taller de Danza Árabe de la maestra brasileña Roberta Perraro. También es graduada y practicante del método Silva, en el área de Desarrollo Humano.

Actualmente, Hilda participa en el Taller de Arte y Escritura Creativa Miró, dirigido por el profesor Miguel Barroso Hernández, en Veracruz. Incursiona en el mundo de la pintura y la literatura, descubriendo sus talentos.

 

El espejo del amor

 

Sanem era una joven soñadora y romántica. Aquella mañana en que su madre le pidió subir al ático de la casa, donde se guardaban muebles desusados, abrió la ventana para que entrara la luz y contempló al magnífico estrecho del Bósforo dividiendo la hermosa ciudad de Estambul. Lo que para algunos implicaba la separación de dos continentes, a ella se le figuraba el beso entre Asia y Europa.

Cientos o, tal vez, miles de gaviotas sobrevolaban el mar. Cerró los ojos y, por un par de minutos, se quedó escuchando el graznar de las aves. Al volver en sí, giró encontrándose al viejo espejo de pie frente al que, siendo pequeña, peinaba los cabellos blancos de la abuela.

“Este espejito pertenecía a una pariente nuestra de la realeza —contaba la matriarca—. Muchos dicen que estaba loca porque todos los días le preguntaba, al mirarse, quién era la más bella de la ciudad. Las malas lenguas aseguraban, también, que le rompió la cabeza a su madrastra, tirándole una manzana, cuando la animó a casarse con el joven príncipe que la pretendía. ¿Acaso aquel turco enano era digno de su hermosura?”.

… La inocente Sanem no podía evitar las carcajadas.

Una bolsa protegía al espejo del polvo e inmediatamente la retiró, vio la silueta de la bella mujer en que se había convertido y, de la nostalgia ante el reflejo, pasó a sentir la energía de su propia imagen jalándola para que traspasara el cristal.

«¿Dónde estoy?»: se preguntó desconcertada, pero pronto reconoció la zona de Üzküdar. Estaba en la cafetería donde sus abuelos —Seynep y Emre—, fallecidos par de años atrás, tomaban el té, con delicias turcas, para celebrar acontecimientos especiales en sus vidas. Era el lugar favorito de ambos. Allí se conocieron y decían que era de buena suerte para el amor. Ciertamente, habían sido muy felices: formaron una hermosa familia, celebraron los cincuenta años de casados y murieron dormidos, agarrados de la mano porque ni en el más allá se separarían.

Sanem sonrió y regresando del espejo marcó un número de su celular:

—Te espero en el Payedar Kahve de Üsküdar, a las siete —dijo.

—¡Sanem, Sanem! ¿Qué pasa hija? Baja con el espejo que ya llegó la modista para probarte tu vestido de novia —gritó su madre.