Cuauhtémoc Merino. Su mamá Chelo le dijo que nació en Cuautla, Morelos, y que es de signo Caprichornio. Dice él que es licenciado en Literatura Hispánica y Lingüística de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP, o del parque de Santo Domingo, Deefe, ya ni se acuerda, pero lo que no dice es que fue becado para estudiar literatura en Moscú, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, 1986, de donde lo corrieron antes de que le cayera en la tatema un trozo del Muro de Berlín.
Por exceso de chelines fue profesor rural de secundaria, en preparatorias privadas, de razón, y de varias universidades como la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y el Instituto Politécnico Nacional, IPN, y de otras universidades particulares de gran prestigio, patito.
Hacia el pantano
o de la
Hydra del Lago de Lerna
A las Maestras Rosa Icela Medina E
y Mayda Areli Ángel S
A mi General, Dr. Juan Manuel Angulo Jacovo, a
mi Tte. Cnel., Dr. J Isabel Chavarría P,
con quienes comparto fraterna amistad,
lealtad, la tinta y el tinto…
Con amor a Zairita Merino y Bruno Merino,
y también para Edaly Arciniega M;
Madaí Chávez y Ana Laura López P,
que diario luchan, sin dar ni pedir cuartel,
contra los “mostros” en el pantano…
“Cuando la plutocracia se disfraza de democracia,
el sistema está más allá de corrupto.”
Suzy Kassem
“El hombre es un animal que estafa, y no hay otro
animal que estafe además del hombre.”
Edgar Allan Poe
La novela Hacia el pantano del novelista Gerardo Laveaga, ensayista, abogado, humanista y, ahora, teórico de los neurotransmisores y de la conducta humana, se inserta en la saga de sus novelas y ensayos sobre los temas que le apasionan: el derecho, el cine, las ciencias penales, la música, la pintura, el teatro, el Estado y la iglesia católica, entre muchos más, vistos desde la literatura.
También ha escrito sobre la neurofisiología humana, la sicología y la siquiatría.
Ha publicado y coordinado muchos libros como 65 propuestas para modernizar el Sistema Penal en México; Rostros y personajes de las ciencias penales; El derecho penal a juicio; Cine y ciencias penales; Hombres de gobierno; Valeria; Justicia; Pintura y ciencias penales o Leyes, neuronas y hormonas, entre otros.
Y, ahora, ésta es su más reciente novela, donde Laveaga se permite una licencia literaria para situarla en un país o en un espacio distópico para analizar la descomposición de una nación o de un Estado de ficción, jineteado por una kakistocracia protectora de una plutocracia u oligarquía, nativa y extranjera, en franca decadencia, que bien podría estar enquistada en cualquier sociedad moderna o postmoderna de alguna latitud del mundo, pero, recuérdese, que según la teoría literaria, en este caso novelesco, los personajes y su devenir con los epos en el tiempo o en los tiempos, sólo pueden triunfar o acabar degradados y la degradación final es la descomposición o la muerte.
La novela consta de tres historias.
La primera historia es la de amor, es la de un joven maestro, Rodrigo Téllez que empieza a dar clases de derecho en la universidad y se enamora de una alumna (va por ti Rusalka, ¿eh?): “En la época del Me Too estaba muy mal visto (la relación de una relación asimétrica de poder) y tienen que luchar” por ese amor: “Rodrigo, un profesor que se convence de ser un docente honesto y pulcro… Es el desgarramiento de sus ideas, ‘debo estar con ella, no debo estar con ella, está bien, está mal’ y finalmente no va a poder vencer y el amor, la pasión van a poder más que todos sus escrúpulos y todos sus prejuicios”, nos dice Gerardo de su personaje.
La segunda historia “es sobre un magistrado (Arturo Pereda) que acaba siendo fiscal general de la República y se da cuenta de que es muy diferente la situación (a la que pensó) y comienza a perder todo su prestigio porque entra en la realidad (del país)”, relata Laveaga sobre su personaje Pereda; es “un juzgador que lidia con el tedio hasta que la Presidenta lo invita a ser Fiscal General de la República. Ahí se da cuenta que está en otras ligas y que las cosas no funcionan con los valores y con el debido proceso y con esta visión que aprendemos (en las clases de derecho) y empieza a tener peticiones de los militares, de los senadores, de los diputados de ‘aquí no castigue, aquí no conviene perseguir, aquí bájale, aquí súbele’”: “El error que cometes, ¿acaso no lo ves?, es el pensar que uno puede vivir en una sociedad corrupta sin ser corrupto uno mismo”, nos recuerda George Orwell.
Y la tercera historia es la de Mauricio, un estudiante normalista, un luchador, líder social de Iguala, Guerrero, “que sueña con cambiar el mundo y acaba convertido en ladrón de casas pues es el único camino que le queda”, nos dice Gerardo: “La injusticia es humana, pero más humana es la lucha contra la injusticia”, recordemos al poeta Bertolt Brecht.
El leitmotiv de la novela es el poder, su conquista, su abuso, la lucha por éste, así como el disfrute sicópata de las palancas del Estado para beneficio personal y el enriquecimiento, así, los personajes de poder tienen una coraza con toda esa parafernalia jurídica, misma que es horadada con el estilete laveaguista: “Todos ellos y lo único que quieren es el dinero, el poder, imponer su voluntad y salirse con la suya. Y esta voluntad de poder, la disfrazan con ideales, la justicia, el bien común, la honorabilidad, la dignidad, pero en el fondo buscan puro poder”, nos dice el escritor Laveaga: “Todos los sistemas son corruptos. Todos los gobiernos y todas las leyes existen para beneficiar a aquéllos que están en el poder”, anota D Webb.
¿Y, por qué no, mejor, la novela Hacia el pantano se llamó En el pantano, al fin de cuentas no habla de México, o sí? Gerardo, en una entrevista, dice que su editor le sugirió un título menos funesto y dejar algo de esperanza en esa diferencia de preposiciones, de “en”, a un “hacia”. Cuestión de matices o de dónde bailes en el Mundo real, pienso, y Ludwig von Mises anota: “No existe una amenaza más peligrosa para la civilización que un gobierno de hombres incompetentes, corruptos o viles.”
Sin duda que esta obra de Laveaga tiene todos los elementos de una muy buena estructura del thriller, aunque él dice que ésa no es la intención: poder, política, corrupción, dinero, violencia, cárcel, sexualidad, leyes, simulación, kakistocracia gobernante (sic) y, claro, los personajes secundarios, terciarios: ¡Y, con ustedes, Señoras y Señores: Los humillados y ofendidos dostoyevskianos/rulfianos nuestros de cada día, el gran elenco de “Los Nadie”!, Paz o Galeano dixit, los aplastados por el poder de las leyes: “Hacia el pantano es una expresión de mi desilusión por el mundo jurídico. Todos los personajes (principales) de la novela se enfrentan a los ideales del derecho, a los ideales de la política y todos quedan desilusionados. Porque el ideal es tan alto, tan inalcanzable que ninguno lo llega a alcanzar y más aún, los que le entran, acaban siendo triturados por las instituciones”, responde Laveaga.
La prosa de Hacia el pantano está bien cuidada, es parca, directa, como él, la apretada sintaxis es su estilete de lógica, carece de roleos, volutas, caireles o decapétalos, hasta en la prosa poética, léase escenas o planos eróticos, y esta obra no es de difusión masiva, digamos, para el populus, y no lo es porque esté escrita con ladrillos de alta pedantería, sino porque una necesidad de la misma novela es el uso de la jerga jurídica, donde el escritor hace ensayos forenses dentro de la narrativa o en los epos de la ilusión novelesca, así, los planos de la creación se sobreponen, desde los diálogos entre los personajes, en las etopeyas como en las incisiones sicológicas, con el narrador omnisciente, o en off, que describe atmósferas mentales y espaciales, los tiempos son los de la novela, los de sus personajes, los del narrador y, claro, los del lector, es un juego cortazariano, ¿“Continuidad de los parques”, Gerardo?, donde los sucesos van en líneas paralelas, cual los tiempos, y las tres historias y sus respectivas diégesis caracolean, se insinúan, para confluir e entrecruzarse con sus protagonistas, lo que le da tensión a la obra.
Gerardo es exigente con sus lectores, pero no los subordina, les exige una cultura ad hoc para poder dialogar con ellos, pero eso mismo hace su literatura, en algunos casos, como éste, muy selecta, prohibida para neófitos, es un platillo para gourmets o sibaritas de las letras.
De cierta manera, ésta es una novela “valiente” en el sentido de tocar al “presidencialismo” y a los actantes del sistema jurídico de ese México distópico y literario, me parece y, por eso, ya se lo han preguntado en entrevistas: “Oye, Gerardo, ¿éste personaje es tal político, tal magistrada o magistrado, o es aquél político o política?” y, cuidado, imagino, como están las aguas enturbiadas y encrestadas, cualquiera de los políticos se puede sentir aludido y creer que Gerardo lo metió en el papel y el personaje puede salírsele del marco del caos de la hoja en blanco, aunque es claro que éste no es un libro ni un tratado de historia, sino es una novela de ficción.
Pero ya todo puede pasar, creo, en este país donde Kafka sería más bien un escritor costumbrista: “No existe, en un sistema presidencial (como el de la novela, paréntesis del autor de este texto) tan absorbente, donde, o le entras o no le entras. Y este hombre (Arturo) quiere entrarle con sus ideales y con su ingenuidad y acaba siendo triturado por la institución política. Todos quieren cambiar, todos quieren hacer cosas buenas, pero todos se enfrentan ante la realidad y son destruidos por ella. Y creo que la novela refleja mi propia desilusión, ¿hasta dónde podemos llevar a cabo estos ideales?, cuando hay tantos factores reales de poder, cuando hay tantos intereses en juego”, diserta Laveaga.
Gerardo utiliza la ficción para no atragantarse con esas vivencias en su paso por la política mexicana, hace una ensalada sintética de gente que conoció y que ahora se ha inmortalizado como personajes de papel, para bien o para mal: “Todos los escritores trabajamos con nuestros miedos, con nuestras ambiciones, con nuestras frustraciones y también con lo que conocemos. Yo soy profesor de Derecho, yo me formé en el mundo jurídico”, responde Laveaga en entrevista.
Su prosa no es complaciente con sus lectores, que, por cierto, son, creo yo, los círculos del poder, presidentes de la república, gobernadores, senadores, diputados, artistas en general, escritores o actrices, abogados y abogadas al servicio del Estado, los responsables de los aparatos de seguridad, policías, militares, agentes de inteligencia o conspicuos y poderosos litigantes, así como los brillantes académicos y académicas, como de los que se rodeó cuando dirigió uno de los centros más importantes no sólo de México, sino de Latinoamérica, el Instituto Nacional de Ciencia Penales, INACIPE, pero, fundamentalmente, también se rodea de jóvenes y jovencitas estudiantes de varias disciplinas que lo siguen como su mentor universitario, aunque él ni se imagine quién lo observa desde los patios, jardines, bibliotecas y aulas universitarias, ¿o no Rusalka?, o desde los bares, los parques y los moteles, adonde crepita nuestra juventud.
Y los que hemos convivido con ésta en los salones de clases, lo sabemos porque hemos debatido los temas polémicos de Gerardo: que si la legalización de las drogas, que si hay que tratar al adicto como paciente y no como delincuente y darle una rehabilitación integral, que si la homosexualidad como un derecho, que si la mariguana y el libre desarrollo de la personalidad, que si la eutanasia o la muerte asistida, que si el ateísmo, que si la futura preparación clínica médica de los jueces, que si el liberalismo versus la autocracia, que si el albedrío o el condicionamiento genético, recuérdese su libro de ciencia Leyes, neuronas y hormonas, donde hasta los hombres de blanco, léase siquiatras, le aplaudieron al terminar su cátedra o en la presentación de su libro, en fin.
Pero, bueno, ya entrados en materia hablemos de uno de los temas centrales de la novela, el amor, el erotismo, y de uno de los personajes centrales de Hacia el pantano, de Rusalka, recordando previamente a Oscar Wilde: “Todo en la vida es sexo, menos el sexo: el sexo es poder”.
Así, recordemos a Bertrand Russell que define al poder como “la capacidad de hacer realidad los deseos” y los clasifica en seis: el poder del burro y la zanahoria amarrada en un palo a su cabeza y frente a sus ojos, siguiéndola, o el poder ideológico; el poder del cerdo izado o poder desnudo o el de la violencia; el poder político; el poder económico; el poder filosófico o del saber y el poder de la o del confidente de alcoba, o sea, el poder sexual: Y ella estaba esperando a su joven maestro para comer (selo), ella “ya estaba ahí, con una copa de vino… Llevaba un vestido rojo, chillante, a juego con su melena. Su piel parecía aún más blanca; sus cejas, más pobladas”.
El joven académico “estaba aterrado, como si se preguntara qué estaba haciendo ahí, con su saco de cuadritos pasado de moda y su sobrepeso, con una mujer” como Rusalka. Rodrigo “reparó en el escote que ella llevaba, en los senos rebosantes”. Él observó “el dije de alacrán de oro que parecía deslizarse con lascivia entre los senos de Rusalka (y lo) orilló a preguntarle qué le atraía de aquel bicho tan venenoso. ‘Soy escorpio’”, ella le respondió, risueña.
Pero, cara lectora, caro lector, continuaremos en la próxima entrega, porque, ahorita, mi desempleada Musa obrera, con las uñas rojas descarapeladas y sucias de tierra y aceite de máquina, me dice, recordando al clásico: “Ya, Cuau, yo ya me cansé…”
La Quiñonera, Coyoacán, enero del 2025