Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Sus historias han sido incluidas en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel, en Otoño de Palabras, compilada por la Unión Estatal de Escritores Veracruzanos A.C.; así como en la Antología del XVIII Premio Orola de Vivencias 2024, publicada en Madrid, España. Y es que hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
México: mexicaniza (II)
Pudiera escribir un libro entero con personajes de carne y hueso que laten al son de México. Mostrarlos en toda esa sana simbiosis emocional que los conecta a mi país, sería lo complicado.
Traigo de manera permanente, en mente y corazón, a mis hoy indispensables amigos argentinos que se empeñan en hablar con acento mexicano.
¿Lo lograrán viendo series, noticias, novelas y todo lo que encuentran en YouTube referente a nuestro país?
También, en mi nómina de extranjeros entrañables están Rosemary —hoy embajadora de Australia en España— y su esposo Jorge nacido en Portugal. Ellos aman la talavera, los tapetes de Teotitlán, lo plata de Tane y creen en los alebrijes. Por supuesto, disfrutan como nativos unos buenos chilaquiles verdes. Y hasta perros mexicanos se llevaron a recorrer el mundo. Por la naturaleza de sus cargos, han radicado en diferentes ciudades; pero hay algo que no cambia, cuando reciben invitados, les sirven deliciosas viandas en su vajilla hecha a mano, por artesanos de Dolores Hidalgo: Cuna de la Independencia Nacional y pueblo adorado de mis padres y de José Alfredo.
Quizás, quienes deciden tatuar a México en su piel, continúan creyendo en la posibilidad de viajar a la luna… Al llegar a nuestras tierras, de acuerdo con el topónimo de origen náhuatl, se sienten en el ombligo del simbólico satélite que adoptaron los poetas del amor… y aquí se quedan encantados.
Debo admitir que fue Harry –un descendiente de alemanes– quien me impulsó a reflexionar respecto a tantos extranjeros que, habitándonos, cambiaron el croissant por los tacos al pastor, la hora del té por un mezcalito entre amigos, las cataratas del Niágara por los cenotes y playas de Yucatán o los parques de Walt Disney por el espectáculo de luz y sonido en la pirámide de Kukulkán. Harry llegó a una reunión de amigos donde, comiendo pozole, nos dejó impactados con sus conocimientos; asistido por la cultura que le aportan los cien libros anuales que devora. A él le fusilé la frase “México, mexicaniza”.
Es imposible no sentirme orgullosa de mi país surrealista y ecléctico: ¡Sí! E imposible dejar fuera de este texto a mi maestro Miguel Barroso: a quien quiero, admiro y tengo tanto que agradecerle…
Arriesgándose a lo desconocido, Miguel hizo su hogar en el puerto donde hacen su nido las olas del mar. Ahora tiene amigos, familia; pero sobre todo un amor como de película: sólido, respetuoso e incondicional. Él nació en Cuba, pero ya es más jarocho que el restaurante La Parroquia. Y cuando nos vimos, la noche anterior a su examen de naturalización, lo noté radiante y seguro del paso que iba a tomar:
—¡Sí, quiero que esta sea mi nueva patria! —afirmó. Dimos una vuelta por el Centro Histórico, comimos helado y, al final, nos fundimos en un abrazo de tres: el “mexicano por elección”, mi amigo del alma —quien es su orgulloso esposo— y aquí su charra.
Todos estos foráneos, sin duda, retribuyen lo que han recibido. Comparten sus dones, con quien esté dispuesto a aceptarlos y, yo, soy el vivo ejemplo. Sin mi maestro no me hubiera aventado al vacío… Sin saber que contaría con red de protección, no hubiera tenido esta columna, ni publicado un libro, ni participado en concursos internacionales. Por su guía y profesionalismo, pude ponerle palomita a uno de mis «anhelos surrealistas» y hoy le estoy eternamente agradecida.