Antropólogos(as) se han preguntado cómo mutarán nuestras nociones de sociedad, alimentación, el cuerpo humano o las relaciones de poder si nuestra especie logra dar el salto a las estrellas
Dr. Gerardo Martínez Avilés
¿Cómo podemos entender al espacio desde este hogar que es nuestro? Esa es tan sólo una de las preguntas que pueden formularse los antropólogos y antropólogas cuando se centran en el estudio de la humanidad y su relación con el espacio exterior.
“En 1975 estaban justo en medio del Programa Apolo y había una fiebre del espacio en todos lados; los antropólogos no estaban inmunes a esta fiebre”, contó la Dra. Anne Johnson, profesora e investigadora de la Maestría en Antropología Social y del Doctorado en Antropología Social, de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
La Dra. Johnson, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, quien tiene un doctorado en Antropología Social por la Universidad de Texas, impartió la conferencia virtual Marte necesita antropólogos: acercamientos al espacio exterior desde la antropología, en el Ciclo de Conferencias de Primavera del Centro Astronómico Clavius de la IBERO, universidad jesuita de la Ciudad de México.
La astronomía y la antropología son campos que “al parecer son muy distintos, pero tienen mucho que decirse, hay mucho que dialogar”. Y es que, muchas de las preguntas a las que la astronomía intenta dar respuesta, como el origen del universo o el lugar que ocupa la vida en él, son preguntas que repercuten en las ideas que los seres humanos tienen sobre sí mismos. En cuanto a esta relación, la especialista dijo: “Los seres humanos hemos sido inspirados por las nociones de cosmos a lo largo de la historia”.
Dada la grandeza del espacio, pareciera que hay muy poco rastro de seres humanos en él si tomamos en cuenta el universo a gran escala. Sin embargo, la huella que nuestra especie ha dejado al atravesar los límites de nuestro planeta y aventurarse a explorar el espacio inmediato y algunos cuerpos celestes próximos a la Tierra, como es el caso de nuestro satélite, la Luna, ha sido profunda en nuestra propia forma de pensar y de pensarnos.
Muchos pensadores a lo largo del tiempo, especialmente a finales del siglo XIX y en adelante, han propuesto que la humanidad tiene que evolucionar en el espacio y con el cosmos. Tal fue el caso de un movimiento conocido como el ‘cosmismo ruso’, un movimiento filosófico y cultural surgido en Rusia a principios del siglo XX.
El cosmismo implica una teoría de filosofía natural que, aunando elementos religiosos y éticos, trataba de los orígenes, evolución y futuro del universo y la humanidad. Con enfoques más modernos y relacionados con la privatización del espacio, la misma idea resurge con otra máscara en personajes contemporáneos como Elon Musk, creador de la empresa espacial Space X, quien, entre otros ambiciosos proyectos, tiene la finalidad de enviar seres humanos al planeta Marte en un futuro cercano.
Pero si el destino del ser humano está en el espacio, muchas de las nociones que tenemos de nosotros mismos pueden cambiar. El espacio, hasta donde lo conocemos y sin intervención tecnológica, es hostil a nuestra forma de vida. Es por ello que muchos antropólogos se han preguntado cómo mutarán nuestras nociones de sociedad, alimentación, el cuerpo humano o las relaciones de poder si nuestra especie logra dar el salto a las estrellas.
Parece irónico que, siendo el ser humano una especie que ha sido particularmente descuidada con el manejo del medio ambiente de la Tierra, al mismo tiempo tenga el deseo de ir a ocupar otras regiones del espacio. Al respecto, la Dra. Johnson reflexiona que en la exploración del espacio “se están repitiendo ciertas pautas políticas y económicas”.
De los más de siete mil millones de personas que hay en el mundo hoy en día, es muchísimo menos del 1% quienes han podido ir al espacio. Todos ellos siguen perteneciendo a una élite. Es por ello importante reflexionar no sólo sobre quiénes irán al espacio, sino también pensar en los que se quedarán.